Opinión

Jesús cura a una niña en Cesarea

De nuevo Myriam nos llamaba para pedirnos perdón, por si alguna vez en todo el año había tenido palabras poco amables con nosotros, o nos había faltado en algo, pues seguía estrictamente las costumbres del Yom Kippur. Esther cogió el teléfono y cuando oyó el perdón de Myriam se reía abiertamente con ella. Ambas lo hacían, ya que existe muy buena química entre ambas. Esther también lo hizo, y yo luego así lo hice. Nos quedamos nuevas por dentro.  Le dije que a quien no quería ofender jamás era a Dios, y para ello es necesario repasar cada día si en algo se debe mejorar, pues le apuntaba que soy hija de un Padre inmensamente rico, por lo tanto, soy también soy riquísima, y lo único que debemos hacer en estos casos es estar dándole gracias a Dios continuamente.

Lo entendía muy bien Myriam, pues en Israel piden perdón y además dan gracias a Dios por todo, el día entero. Me informó que ya estaba la Biblia en su poder, lo que ocurre es que hace tiempo el correo está colapsado y no dan abasto para repartir, porque ha llegado mucho judío de América y Francia para quedarse a vivir, y se produce mucha correspondencia. Me contaba que Meir celebraba las fiestas en la Sinagoga, cuando llegó corriendo Maor y le dijo a su padre que un loro había entrado en la casa por una ventana, y no sabían qué hacer. Enseguida Natanel,(que significa “me lo dio Dios”), lo atrajo y lo tranquilizó. Cheer se puso al piano y el loro cantaba y además decía palabras. Pensaron que iba a ser suyo para siempre si no se encontraba a su dueño, pero ese mismo día salió un anuncio en la tele sobre esta pérdida. Era de un joven que había estado en la guerra del Líbano y había venido muy tocado. El psiquiatra le recomendó que se comprase un loro. Buscó y encontró a este loro que estaba en malas condiciones. Lo cuidó y le enseñó muchas palabras. Llegó a casa de Meir, “se llama Roberta, es chica. Y cuando tenga crías os traeré una”, y se marchó tan feliz.  “Por estos días llenan las ciudades palestinas de comida que viene de los kibbutzines, para compartir las fiestas entre todos”, que es lo que unos y otros queremos. Me dice que están ayudando a montar hospitales y escuelas, y lo que quiere todo el mundo es que la situación se normalice. “Yo iba antes cada martes a comprar en el chuk de Ramallah, y me gustaba ir, echo de menos su buena acogida, hoy conviven con ellos los bujari, judíos rusos que tienen mucho dinero y clase. Ojalá un día se erradique el odio y no haya más guerras”…

El Maestro va a los remeros de la nave romana y se dispone a hablarles: “Sois esclavos por desgracia, hasta que dure vuestra vida. Mientras, el dolor y el llanto están con vosotros. Pero que sepáis que Dios, amigo de los pobres e infelices, un día convertirá vuestra tristeza en alegría”. Jesús, de nuevo majestuoso y tranquilo,  es escuchado con curiosidad por los soldados romanos que tripulan la embarcación.  “Cuando se ama a Dios, el sufrimiento es más llevadero. Y los días oscuros y temerosos, se transformarán en luminosos y serenos. Seréis mártires que  conseguiréis la libertad, cuando entréis con vuestros sufrimientos en el Paraíso, buscando a Dios. Pero no sabéis quién es Dios, ¡oh Pueblos sometidos!, que venís de las selvas, en Galia, Iberia, Tracia, Germania o tierras celtas. Y vuestras almas son iguales a las nuestras, a las gentes de Israel, o a la de los poderosos romanos. Pensad que Dios verdadero es Amor y Piedad. Vuestros dioses no lo son, porque os incitan a la crueldad, la mentira, la hipocresía, el vicio o el robo. Y ahora, abandonados, no tenéis consuelo ni esperanza, sólo sufrimiento. Yo os llamo hermanos”.

Cuando ya se ha cargado la galera de mercancías, llega un romano, se acerca a Jesús y Le dice en voz baja que Claudia Prócula quisiera pedirle algo. Ella permanece en una litera, oculta con una cortinilla para no ser reconocida. Jesús se aproxima a la litera:”Salve, Maestro”, dice ella. Jesús le desea que el Cielo le descubra la Sabiduría, y la romana entonces pregunta al Señor: “Tú dices que el alma se acuerda del Cielo. Entonces ¿es eterna el alma como vuestro Dios?” El Maestro le contesta que sí, que se acuerda del Dios que la creó. Pero ella no sabe bien lo que es el alma. “El alma da la nobleza verdadera al hombre. Tú perteneces a la familia de los Claudios, y eso te da la nobleza, pero Dios da otra nobleza superior. Tú eres noble por la sangre, pero la nobleza verdadera llega de la sangre de Dios. El alma, espíritu puro,  es de “sangre espiritual”, pues Dios es Espíritu Purísimo; Dios, Eterno y Santo Poder, que crea al hombre. Mientras ella está unida a Dios, hace que el hombre sea santo y eterno”.

Claudia está preocupada, cree que al ser pagana no tiene alma. Jesús le aclara que sí la tiene, pero que permanece adormecida. “Despiértala a la Verdad y a la Vida”. Se despiden. Jesús se dirige a Sus discípulos: “como veis, aquí también Me escuchan. Ellos creen que al ser bárbaros no pueden entender Mi discurso. Se acordarán de Mí más que otros en Israel. Y ahora vamos a la casa amiga en la que comeremos. Quiero que recordéis todo lo que  hace vuestro Maestro, por muy insignificante que parezca, después os servirá de ejemplo. No he venido sólo a los hebreos, sino a todos los pueblos de la Tierra”. Los discípulos callan, nadie replica. El  Maestro sonríe, pero está serio. Antes de marcharse de Cesarea Marítima van al mercado en el que se observa un gran despliegue económico y mucha gente que va y viene comprando mercancías para que los barcos repongan lo que necesitan. ÉL espera con Zelote y Sus primos a que vengan los demás con la compra de alimentos. Jesús aprovecha para explicarles que el acercarse a los gentiles es bueno y necesario, y los que mejor lo hagan serán imitados por los que les sucedan. Santiago de Alfeo dice que los paganos oprimen y desprecian a los judíos, “Y además están llenos de vicios”, concluye. Jesús le recuerda que tuvo mucha suerte en su nacimiento, “pero si hubieras nacido de un pagano, no te gustaría que hablasen mal de ti. Debes dar gracias al Eterno con humildad, por haber nacido de María y de Alfeo”. El Rabbí observa a un niño romano, que juega con otros dos, y Le pregunta por sus nombres. “Yo Soy Cayo Lucio, hijo del decurión de la guardia romana. Ellos son Tobías e Isaac. Aunque no podemos jugar, lo hacemos a escondidas. Yo soy romano y ellos hebreos, pero todos somos buenos y nos queremos”. Jesús dice a los tres discípulos que el secreto para amar consiste en ser buenos. Y se dirige a los pequeños: “los niños buenos son ángeles que viven en el Paraíso, y tienen a un único Dios que vive en un solo Templo. Amaos siempre como ángeles”. Ellos dicen que temen que les peguen por estar juntos. En esos momentos la mamá de Lucio llama al niño. El chiquillo le dice que está hablando con un Maestro. “¿Eres Tú Quien habló en el puerto?” Jesús le responde que sí. “Espera, Maestro”, y se marcha rápida con el pequeño. Los discípulos que fueron a comprar han llegado con la comida y se extrañan de la situación. La joven madre vuelve acompañada de un criado, que le pregunta si podría curar a una pequeña que agoniza. Jesús no duda un instante: se va tras ellos.

Enseguida llegan a una casa señorial cerca del puerto. Avisan a la mamá que sale con la niñita en los brazos; llora, se acerca a Jesús, y se arrodilla ante él llorando sin parar. Jesús es todo compasión, coge a la pequeña ya amoratada. El Señor moja con saliva Su dedo índice de la mano derecha y lo mete dentro de la boquita. La niña se pone casi negra, su mamá se asusta y grita desesperada. La gente que les rodea se queda muda de estupor. Pero el Maestro saca Su dedo lleno de tejidos purulentos de la boca de la pequeña, que lloriquea, pero al fin, sonríe a todos. Jesús se la devuelve a su mamá y le dice que le dé leche. Aún de rodillas, le da de mamar a su hijita y la acaricia casi en éxtasis. Un romano que observa lo que ocurre, dice a Jesús que es médico del procónsul y que intentó salvar a la niña, pero esa pus había bajado por la faringe y no pudo hacer nada. Jesús le aclara que aunque es doctor, el Dios verdadero no está con él. “ A Dios se le bendiga siempre. Adiós”. Cuando se marcha, tres israelitas que Le seguían, quieren hablar con Él. “Ellos son depravados e impuros. No debías haberte acercado a gente pagana”. Jesús los mira con severidad; los reconoce. Uno hacía negocios con un mercader pagano. El otro había llegado a la consulta de un médico romano… “¿Entonces no os sentisteis impuros?”.

Ellos se justifican para defenderse, pero el Rabbí les dice que curar el alma es superior a todo. “¿Os parece mal que curase a una pequeña romana inocente, que se moría? Pues como Mesías puedo hacerlo”. Ellos vuelven a increpar a Jesús. “Oídme todos, en el Libro del Profeta Ageo,(2,11), Dios dice así: dirige a los sacerdotes esta pregunta sobre la Ley. Si un hombre lleva carne consagrada en la falda de su vestido, y con ella toca vino, o guiso, o pan, aceite, e incluso otros alimentos, ¿todo ello será santificado? Los sacerdotes respondieron “no”. Entonces Ageo dijo: si alguien impuro por haber tocado un cadáver, toca estas cosas que os digo, ¿se contaminará todo ello? Y los sacerdotes respondieron “sí”. De este modo mentiroso vosotros cerráis la puerta del Bien y sólo seguís vuestro interés. Os contradecís según la Ley de Verdad. Os aprovecháis de la Ley, la retorcéis según vuestro antojo, hipócritas fariseos. Profanáis lo que es de Dios, lo insultáis y os hacéis enemigos del Enviado de Dios. En verdad, en verdad os digo, que cada movimiento vuestro viene de una máquina astuta, llena de egoísmos, pasiones, mentiras, odios y envidias. ¡Vergüenza os debería dar, que sois vengativos y devoráis a las creaturas como chacales. Sentís miedo de que alguien os supere, y más aún sin ser de los vuestros. Como dice Ageo, que convertís cincuenta barriles en veinte, y os embolsáis la diferencia.

Y según la Ley de Dios, deberíais ayudar al que tiene hambre. Os merecéis que las inclemencias hagan infecundas las obras de vuestras manos. Mirad a los que vienen  a Mí, los que según vosotros, son estiércol e inmundicia, que son muy ignorantes y no saben que existe el Dios Verdadero, y os parece peligroso que ellos se acerquen a la Verdad. Vosotros sois ídolos y esclavos del Ídolo. Id a contarlo a los que os envían, a los que venden la Patria o el Templo, a cambio de dinero. Id a decirle que Yo, el Mesías, el Justo, el que tendrá sobre Sí el Espíritu del Señor con Sus siete dones, el que no juzgará por lo externo, sino por lo que está oculto en los corazones, y oirá el interior de cada hombre; El que defenderá al oprimido, y juzgará con justicia a los pobres, hará morir al impío y dará vida, luz y libertad a los indefensos, para que vengan a saciarse de la Ciencia del Señor.¿ Recordáis que así dijo Isaías?(11,1). ¡Pueblo Mío! Todos descienden de Adán, que salió de Mi Padre. Yo tengo el deber de llevar todos los hijos al Padre. ¡Oh, Padre Mío, Santo, Eterno y Poderoso! Te llevo a los hijos errantes, los he llamado y reunido con Mi vara de Pastor, semeja  a la que Moisés levantó contra las serpientes venenosas, (Ex.4,1-25 : Moisés le dijo a Yahvé que los israelitas no iban a creer que el Señor se le había aparecido. Yahvé le pidió que el cayado que tenía en su mano lo tirara.

Así hizo y se convirtió en serpiente. Luego le dijo que cogiese la serpiente por la cola, y se volvió a convertir en un cayado. “Para que crean que se te ha aparecido Yahvé, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob…”) Que Tú, Padre Mío, tengas Tu Reino y Tu Pueblo, sin distinciones, que para Ti  todas las almas son iguales. Me consume tanto Amor que quiero que toda la Tierra cante Tu nombre. Que el género humano Te llame Padre. Una Redención que salve a todos. Que Mi Voluntad sea  obediente a la Tuya y el Paraíso se llene de Hosannas. ¡Oh, Dios Mío! Veo la sonrisa de Dios, como premio a la dureza del hombre”. Jesús termina Su discurso. Tanto romanos como hebreos lloran de emoción y alegría.

Jesús está magnánimo y resplandeciente, pero los tres que habían increpado al Maestro, ya no están, se marcharon avergonzados de los reproches que les ha lanzado el Maestro. Se despide. Al pasar junto a la madre, la bendice mientras ella con tanta emoción, apenas si se da cuenta de lo sucedido. El Señor vuelve de nuevo a Nazaret con Pedro, Andrés y Juan. A María se le ilumina el rostro al ver a Su Hijo. Ella le dice que llegó de lejos una joven que un día Él curó. Dice a los discípulos que esperen, pues Él debe hablar con la joven, y se van con la Mamá a la cocina a reponer fuerzas. Jesús pasa a un jardincillo con un almendro en flor, además de un manzano, la higuera, la vid y un granado. Algo más alejados están los olivos.

Jesús observa la explosión de primavera y sonríe ante tanta hermosura. María Lo llama para que salude a la jovencita. Están en la habitación donde la Mamá escuchó hace años la voz del Ángel anunciándole Su Concepción Celestial y Virginal. Se dan la paz. La joven se queda sin palabras y se arrodilla en actitud de adoración al Señor. Jesús la lev.anta y le pregunta a qué vino. “Soy Annalía, de Jerusalem, y tengo dieciséis años. Yo estaba enferma y Tú Me sanaste. Desde ese momento no soy la misma. Me iba a casar, pero mi corazón ahora sólo desea seguirte, Maestro Mío. Le dije a mi prometido Samuel cuál era mi deseo. Tampoco me habría casado con él de haber estado tan enferma, pues al final habría muerto. Ya sólo quiero pertenecer a Dios y renunciar a todo. Samuel me entendió. Él también se ha hecho sacerdote nazarita por un año. Te oyó en Aguas Claras y también está cambiado. Cuando te echaron de allí lloré mucho. Pedí al Altísimo poder encontrarte. Mi Madre Me mandó a Tiberíades con un familiar. Me condujeron aquí a la casa de Tu Madre, y aquí culminé mi decisión”.- “¿Qué quieres y qué puedo hacer por ti?”, insiste el Maestro. “Vivir como los ángeles, como Tu Madre, como Tú vives, Señor, como Juan. Querría poseer a Dios, ¡oh, Señor mío! Esto es lo que quiero, necesito estar siempre oyendo Tus palabras”. Jesús se alegra al oírla, le dice que ha comprendido bien el Mensaje Divino. Ella se arrodilla y Él pone Sus manos en la cabeza de la joven. “El que nació de una Virgen, pues no podía sino entrar en seno virginal, está asqueado de tanta maldad en el mundo. El Padre a Su Hijo debe sostenerlo con amorosos auxilios, pues Mi alma está angustiada. Pero la pureza Me desborda de alegría. Bendito sea el Padre y tú también, Annalía. Vete tranquila; lo conseguirás, pues eres un lirio esparcido en los senderos ensangrentados del Mesías”. Ella está muy emocionada por la aceptación del Maestro. Pero aún se atreve a hacerle una petición más profunda: “Señor, querría irme antes de que Tú mueras. No podría ver morir al que me dio la vida”. Jesús le sonríe con dulzura y le asegura que así será. “Reirás con tu corona angelical, cuando veas entrar coronado al Rey en Su Reino. Te enseñaré, y te bendigo con Mi Amor Infinito”. Jesús llama a Su Mamá.  Le informa que una virgen se une al grupo de mujeres. Se quedará junto a María para que la enseñe también a ella. Luego el Señor regresa con los Suyos. Ellos miran expectantes al Maestro para que les informe sobre lo que ha ocurrido. Pedro Le pregunta con quién habló que está tan radiante. “Con una joven que es el amanecer de otros muchas vírgenes que vendrán”. Andrés se decepciona, pensaba que era la enigmática mujer del velo. “No es ella, pero no te canses de orar para que un día la veas llegar enriquecida de dones”. Pedro se extraña, porque de un hermano tan tímido como Andrés, no piensa que pueda tener iniciativa alguna. Jesús le sonríe una vez más, pero no dice nada. Se marchan a visitar la casa de Alfeo. Su Madre necesita estar a solas, en oración, y no hay que molestarla.

BIBLIOGRAFÍA: María Valtorta, “Poema del Hombre Dios”, T,III;

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