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¿Volvemos a TAZARUT? (I) ¡inch’Alláh!

“Cas de tei bla i cama
Bajal Sultan blá hecama
Cas de tei benaaná
Ahsen men tayer be M´taau”. “Vaso de té sin hierbabuena
Es como Sultán sin mando.
Vaso de té con hierbabuena
Es mejor que el comerciante
con su hacienda”.

En la cumbre divisoria atlántico-mediterránea se encarama Tazarut, no hay mejor opción en haber elegido este lugar, en su momento, como refugio seguro ante cualquier eventualidad en tiempos de guerra ya pretéritas, que no deseamos de ninguna forma que se vuelvan a repetir nunca más. A su favor estaba que lo defendía el bosque frondoso del Buhasem (1.528 metros) y también lo protegía la sombra alargada del Yebel Alam (1.377 metros), denominado así porque cuando Abd-el-Selam, el santo de los santos del Yebala, fue asesinado vilmente, y sepultado de mala manera en esta montaña inviolable en aquellas fechas, sacó un brazo para que sus fieles discípulos descubrieran donde estaba su cuerpo mancillado y pudieran darle islámica sepultura, bajo una encina hermosa en lo alto de este paraje considerado venerable por los yebalíes castizos que, según decían, peregrinando siete veces a su tumba equivalía a la preceptiva a La Meca.
Este aduar marroquí, cuyas coordenadas son 35º 16´ N; 5º; 5º 33´O, se expone con todas sus consecuencias a la humedad oceánica de componente oeste, con sus copiosas precipitaciones equinocciales e invernales. Por allí, alcornocales añejos extienden sus raíces retorcidas por laderas montañosas, quejigales erguidos soportan estoicamente fuertes aguaceros y estruendosas tormentas, y fornidos robles acompañan a fecundos madroños que, en otoño, ofrecen sus frutos deliciosos, que tachonan de  pequeñas esferas rojizas al bosque como si estuviera encantado. Todas estas especies arborícolas y algunas más, están incluidas en una superficie forestal próxima a las once mil hectáreas.
Así mismo, el sotobosque hace acto de presencia por estos andurriales tingitanos en forma de brezal aromático, donde también el sobrio lentisco le da la mano al arrayán florido  entre durillos escondidos y abundantes fuentes, pájaros diversos, rapaces avizoras, chacales aulladores, monos salvajes y piaras de jabalíes hozadores, campeando a su aire por este maquis que, día a día, va perdiendo su impenetrabilidad misteriosa, gracias a la mano del hombre que enarbola la de bandera del progreso occidental con una determinación algo siniestra.
Esta Comuna rural tiene una extensión de 181,10 kmÇ y una población, según el censo de 2004 de 6.438 habitantes, repartida entre 1.166 hogares, con una densidad de población de 35,5 h/kmÇ, siendo la más baja de todas las comunas de este tipo en la provincia de Larache.
La Comuna rural de Tazarut, administrativamente hablando, pertenece al Caidato de Beni Arós. La palabra caidato designa una división subprovincial que comprende a varias comunas rurales, al frente de la cual se halla la autoridad del caïd. A su vez toda comuna está incluida en un Círculo administrativo que depende siempre de una provincia, que en el caso que nos ocupa es la de Larache.
La Comuna tazaruteña se encuentra dividida actualmente en dos fracciones, fajdat es el término que designa a una fracción. También puede emplearse el de ferqa que, al igual al de tribu, qabila, tiene un origen familiar que, así mismo, se subdivide  en aduares. El aduar, douar, es la unidad básica poblacional del reino alauita de Marruecos.
Me parece que, a Tazarut, hay que aproximarse para intentar entender algo de su idiosincrasia singular, con un bagaje imprescindible de conocimientos mínimos, compuesto por sus leyendas, historia, tradiciones y medio geográfico. Todo ello, al objeto de intentar comprender su rico acerbo cultural con una actitud sin perjuicios ni anteojeras que, deformen su ser especial, como cuando entrábamos en las casetas antiguas de los espejos de la risa  en las ferias veraniegas y nos poníamos frente a los mismos.
Al respecto, destacamos la historia de la zagüía de los Raisuni con su profunda vinculación al santuario del mítico sufí Mulay Abdeselam ibn Machich, el santón por excelencia del Yebala y también resaltamos la historia personal del Raisuni, estrechamente vinculada a España en la época del denominado Protectorado cercano a su centenario evocador.
Así mismo, consideraciones de otra índole nos llevan de la mano a la historia de Ceuta, desde su pertenencia a España, hasta explicarnos el origen del marquesado de Tazarut, un título nobiliario instituido por el rey exiliado Alfonso XIII que, se otorgó tras morir tiroteado, batallando valerosamente en este lugar yebalí, un trece de mayo de 1922 a la viuda del Teniente Coronel de Regulares de Ceuta, González Tablas: «Apresúrome a comunicarle que, rindiendo tributo a la memoria y heroicos servicios de su marido, muerto gloriosamente por la patria, he firmado el título de marqués de González Tablas a favor de usted: Alfonso Rey». O como dijo aquel otro en un cuadro inmortalizado por el pintor granadino Bertuchi («Muerte de G.T en el campamento de Jemís de Beni Arós), rodeado de sus huestes guerreras adeptas  en un crepúsculo de los dioses que, mientras no cambien, nada ha cambiado: «Dichoso González Tablas, que tuvo una muerte digna de su vida. No conoció la vejez ni desengaños, ni le entristeció el ver llegar el ocaso de su existencia. Murió joven, en pleno éxito, llorado por la Patria. Su día no terminó, se le puso el sol a mediodía».
En esta narración hay que recordar, que los Raisuni descienden del mencionado Mulay Abdeselam Ibn Machich, y su raíz histórica llega hasta la famosa Batalla de los Tres Reyes, que se llevó a cabo en tierras de Tleta de Risana, en la ribera del río Majazén, río de la podredumbre, afluente del Lucus, un 4 de agosto de 1578. Una de sus consecuencias fue que el poder de los jerifes Raisuni, xorfas, comenzase entonces  a acrecentarse, pues Sidi Mohamed Ben Alí, antepasado glorioso de la saga jerifiana, que está enterrado en la zagüía de Tazarut en una tumba abovedada pegada al palacete raisuniano, se incorporó a la contienda con sus cabileños guerreros, muyaidines, del corazón yebalí, cuando sus hermanos musulmanes estaban en aprietos ante las tropas cristianas invasoras que, a la postre, serían vencidas en una auténtica sarracina sin precedente en los anales históricos de este lar:«Tened valor, en el nombre de Alá», gritó a todo pulmón el jerife batallador, para añadir seguidamente, «pues yo os digo que la cabeza de un cristiano no vales más de 15 uqueia a día de hoy». Otra secuela considerable de aquel combate terrible fue que Ceuta entrara paulatinamente en la órbita española hasta nuestros días.
Efectivamente, la Batalla de los Tres Reyes, también denominada de Alcazarquivir, enfrentó al alucinado rey Sebastián de Portugal junto al defenestrado sultán saadiano Mulay Ahmed (Muhammad Al-Mutaxakkil) para que este último recuperase el trono marroquí, que detentaba en aquel momento Abd-el-Malik, también perteneciente a la dinastía saadiana: Linaje de origen árabe y jerifiano, que le permitió abrir las puertas de par en par del Majzén y alzar la bandera muslime de la guerra santa contra los cristianos asaltantes. Sin desembarazarse, por ello, de las reiteradas luchas fraticidas entre los distintos pretendientes al sultanato que,  se consideraban algunos de ellos, con más legitimidad que, los otros de su laya, para ser comendador de los creyentes musulmanes, «Emir al mueminim», el miramamolín de las crónicas medievales castellanas.
A pesar de todas las prisas del rey Sebastián por colmar su ambición desmedida de conquistar Marruecos con el fin de expansionar la fe cristiana, católica, apostólica, romana, acrisolada en Trento, grabada en su mente enferma con jesuítica pedagogía; tuvo que esperar su osado atrevimiento que, no tenía en cuenta, los planes estratégicos precisos de ataque o retirada por considerarlos como prueba fehaciente de miedo patente o cobardía deshonrosa, hasta el verano de 1578, para que pudiera preparar un ejército expedicionario sumamente débil, en un estado desdichado de indisciplina y desorganización.
Además de las fuerzas portuguesas, había unidades de mercenarios alemanes, italianos y españoles. Desembarcó dicho ejército en Arcila, que estaba a favor del cambio del sultán reinante, y marchó hacia el Sur, bajo el mando personal del monarca lusitano que, rigurosamente, significaba sin ton ni son. Cerca de Alcazarquivir, el contingente lusitano constituido por 15.000 infantes y 1.500 caballeros, más algunos centenares de encargados del abastecimiento, criados, mujeres, esclavos, y unos cuantos partidarios marroquíes de Mulay Muhammad, fueron completamente derrotados por las tropas leales a Mulay Abd-el-Malik (8.000 infantes y 41.000 caballeros, además de fuerzas irregulares sin determinar), en la batalla más desastrosa de toda la historia portuguesa. El rey Sebastián murió y con él pereció la flor y nata de la aristocracia y del ejército luso (unos 7.000 perecidos, los restantes fueron hechos prisioneros). Menos de un centenar de personas consiguieron escapar. Se calcula que la aventura magrebí costó en total más de un millón de cruzados, cerca de la mitad de los ingresos anuales de la hacienda portuguesa de la época.
Los tres monarcas citados perecieron en el transcurso de aquella contienda cruenta. En el caso concreto del soberano lusitano, desaparecido en aquel combate encarnizado, su cuerpo no fue posible hallarlo en aquel galimatías del campo de batalla, sembrado de cadáveres sanguinolentos por doquier, preferentemente de cristianos abatidos por las armas sarracenas. Después de una búsqueda infructuosa de los restos regios, fue tomando forma el mito sebastianista: Una corriente mística secularizada que, dio lugar a un mesianismo lusitano, que se concretó en un frente de rechazo visceral a que el trono portugués fuera a manos de la dinastía española de los Austrias con Felipe II a su cabeza, tanto en tierras lusas como en el Noroeste de su fantástica colonia brasileña.
El historiador ceutí del siglo XVIII, Alejandro Correa de Franca, en su inestimable obra Historia de Ceuta (Ciudad Autónoma de Ceuta, 2000), durante demasiados años olvidada y cubierta de polvo cual arpa, algo que ya se temía este autor estudioso de nuestra historia local por lo que dejó escrito de su puño y letra: “Rezelándome que los papeles por mí escritos y conserbados sueltos, se esparciesen con mi muerte, los reduje a un cuaderno que con solicitud mantengo bien guardado”.
Pues bien, el presbítero ceutí se hace eco de esta famosa Batalla de los Tres Reyes, como no podía ser menos, anotando en su cuaderno gris puesto a buen recaudo, lo siguiente al respecto, que siendo gobernador de Ceuta D. Dionisio Pereira: “Sucedió la funesta desgraciada muerte del rei don Sebastián, quien, sin esperar otro prudente consejo que el de su capricho, resolvió el deseado viage al África”.
Así mismo, nos describe la situación bélica desde el momento en el que: “El rei don Sebastián, imbocando a Santiago, dio principio a la vatalla a las once de la mañana y aunque los suios pelearon tan recia y desesperadamente que por tres veces arrollaron gran multitud de moros y tubieron cuasi por suia la victoria, no obstante, herida y muerta la mayor parte de su gente, hubieron de ceder a la excesiba muchedumbre o a la desgracia a las quatro de la tarde”.
No obstante lo anterior, anota a renglón seguido en relación a la joya inicial del imperio portugués naciente, Ceuta, que fue puesta a buen recaudo no fuese que la cruzada emprendida no lograra el éxito esperado en aquella ofuscación palaciega: “La tropa de Ceuta y su cavallería no se halló en este lamentable suceso porque el rei, conociendo bien que la importancia de esta plaza era de otra calidad que las demás, no quiso dejarla sin su conveniente guarnición para defenderla en cualquier caso”.
En aquel verano fatídico en el que las desgracias nunca llegan solas llegó a nuestra ciudad sin previo aviso: “En este tiempo se introdujo peste en Ceuta, que duró pasado once meses, y llegó por visitador Jorge Pezaña, (…), y antes que él vinieron a esta plaza de visitadores don Alexo de Meneses, Lope de Sousa Coutiño, Lorenzo Correa, Fancisco de Bairros de Paiba”.
Del mismo modo, en la contienda perdió la vida un Raisuni, aguerrido muslime que, defendía el Islam en aquellas tierras moriegas. Su padre lo sepultó en Tazarut, donde erigió una mezquita en su memoria, donde según todos los indicios la obra dio comienzos en el último tercio del siglo XVI y, que hoy todavía puede verse tras numerosas restauraciones, debidas a guerras caducas y al paso regulado del tiempo histórico.
Además trescientos años después, surge en la historia otro Raisuni de esta rama genealógica, más cercano a nosotros e incorporado por méritos propios a la historia contemporánea de España en el primer tercio del siglo XX: Para unos un patriota por oponerse a la penetración extranjera a través del Protectorado, para otros un auténtico bandolero, que secuestraba, extorsionaba y sembraba el terror en aquellos territorios que controlaba con puño de hierro, y para los demás, un traidor a su patria por colaborar de una forma u otra con los invasores cristianos.
El jerife Muley Ahmed El Raisuni, «el Jabato», (1862-1925) nació en Zinat, un aduar cercano a Tánger, y durante su turbulenta vida, trajo en jaque no solo a los militares españoles que, intentaban ocupar Marruecos por imperativo colonial, también a las fuerzas expedicionarias francesas que, iban extendiéndose como una mancha de aceite por el decadente Imperio Jerifiano. A los mandatarios extranjeros del Tánger internacional, los traía por la calle de la amargura del rapto y del chantaje. Al mismísimo sultán marroquí le negaba el acatamiento a su autoridad política-religiosa, al estar abocado sin poner remedio alguno a la imparable penetración foránea. Partidario o adversario, según sus propios intereses, de unos u otros, fuesen del credo que fueran. Nombrado con cargos oficiales, llegó a ser gobernador de Arcila. Además fue un proscrito que, estuvo encarcelado cargado de pesadas cadenas en sombrías mazmorras, rodeado de ratas carcelarias, mientras meditaba pacientemente su venganza cierta, recitando aleyas coránicas. En aquellos tiempos revueltos, su actitud de veleta moruna, seguía la dirección de un viento determinado por su propio provecho y argucia.

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