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¡Te callas o te callo!

Que la mentira es la madre del poder no creo que a estas alturas ya nadie lo pone en duda. Pero, claro, para ello la casta política ha de contar con un pueblo predispuesto a creerse sus mentiras. Con razón decía aquel personaje de La Fontaine, “el pueblo es hielo ante las verdades y fuego ante las mentiras”. Es decir, indiferente ante las verdades y fogoso y dispuesto a creerse las mentiras a pies juntillas. La ciudadanía es crédula por definición, incluso podría decirse que necesita ser engañada. Las mentiras forman parte de su naturaleza y le son tan indispensables como el aire que respira. Pero, eso, sí, el poder ha de mentir con “verosimilitud”. Asimismo, la casta política necesita la colaboración de lo que se podría llamar ‘una corte de mentirosos’. Esta ‘corte de mentirosos’, cercana al poder, hace de correa de transmisión, como condición necesaria, para difundir las mentiras de matiz político que del poder emanan. Para que las mentiras hagan sus efectos en la ciudadanía han de dosificarse, destilarse, no hay que excederse en las mentiras que se intenta que el populacho se trague. Es viejo el aforismo de que “conviene engañar al pueblo por su propio bien”, aforismo que, en todas las épocas, la clase política ha asumido como si de un mantra se tratara o si hubiera sido extraído de la misma Biblia. Ya lo dijo, también, Maquiavelo: “la política es un juego de pasiones  de intereses opuestos, y el disimulo es una de sus reglas esenciales”. Es tal el arte, y perfección, al que ha llegado la clase política para mentir que en no pocas ocasiones no sabemos distinguir sus verdades de sus mentiras. Para que produzcan sus efectos aquellas mentiras que hacen pronósticos o avanzan alguna promesa se exige una condición y es que esas predicciones no se produzcan a corto plazo, pues, caso contrario, la clase política correría el riesgo de hacer el ridículo al ver que sus predicciones mentirosas no se vieran cumplidas. “Los hombres son tan simples y se sujetan a la necesidad en tanto grado, que el que engaña con arte halla siempre gente que se deje engañar”, nos vuelve a recordar, cómo no, Nicolás Maquiavelo en El Príncipe.
¿Y qué sucede con aquellos que se oponen rotundamente a tragarse las mentiras que el poder pone en circulación? Sí, hombre, aquellos que son duros de engañar y manipular. Pues, en un principio, se les ignora. Si siguen en sus trece, dando la tabarra y negándose a dejarse engañar por la casta política, entonces, el siguiente paso es descalificarlos, arrojando sobre ellos toda clase de improperios, agravios, afrentas e insultos. Si los tales ciudadanos siguen en sus trece y apelan a su espíritu crítico y a su libertad de opinión y expresión para poner en cuestión las mentiras más o menos envueltas en papel de verosimilitud, pues, en este caso, el poder –la casta política y sus secuaces, la ‘corte de mentirosos’– se pone serio y amenaza con las leyes, para hacer caer sobre los disidentes todo ‘el peso de la ley’. Y si se comprueba que la ley no es suficientemente pesada para hacer volver al redil de la creencia a los descarriados, pues, entonces, se cambia la ley, se endurece y todo el mundo contento.  Sobre todo, el poder y sus alrededores. Y se dicta el “Encarcélese”, y a perro muerto se acabó la rabia.
Esto es lo que el ministro Gallardón se trae entre manos, es decir, la reforma del Código Penal. En esta reforma se va a endurecer aún más los artículos 510.1 y 510.2, (para contento de “gatos rabiosos y sarnosos”) de tal manera que quienes se refieran a minorías o grupos diferentes por raza, etnia, religión, orientación sexual, enfermedad, discapacidad, sexo, habrán de cogérsela con papel de fumar si no quieren dar con sus huesos en una mazmorra fría y húmeda. Pero aún hay más. Es posible, incluso, con la nueva reforma, que no se pueda, en España, editar, vender, distribuir o, acaso, regalar, entre otras obras, por ejemplo, el “Mein Kampf” de Hitler, y, caso contrario, podrían ser condenados a penas de entre 1 a 4 años de prisión, más otras accesorias. De esta suerte, editoriales que editan libros que hacen referencia a lo que va a ser penalizado en el nuevo Código tienen “los días contados”. Es más, para apoyar la buena aplicación de este nuevo código penal, el Fiscal General ha acordado nombrar antes de fin de año a 50 nuevos fiscales especializados en ‘delitos de odio’, según recoge el digital AD.
Tal vez el amable lector crea que tan sólo cabe señalar el mencionado libro de Hitler, pero se sorprendería saber que hay muchos otros que rezuman odio a minorías y/o al diferente. Veamos. No se olvide que en España minorías como los judíos y los moriscos fueron expulsados por los Reyes Católicos y por Felipe III, las razones se resumen en que en aquellos días el ideario de un país descansaba en ‘un Estado, un rey, una religión’, y los judíos y los islámicos no entraban en ese ideario a causa de su religión. Así que el antijudaísmo y el antiislamismo han sido connaturales a este país y ello se ha reflejado en la literatura desde la Edad Media hasta nuestros días. ¿Y, pregunto, todos esos libros se van a prohibir editar, vender, distribuir o regalar?
A este respecto, ya en el siglo XII, la polémica antijudía aparece en “Disputa entre un cristiano y un judío”, “en el que se moteja al hebreo, ridiculizando los ritos de su religión y utilizando recursos típicos del vejamen, como la alusión obscena”. ¿Qué podemos decir del antijudaísmo y antiislamismo secular  de refranes y dichos? Así, respecto de judíos: “Fíeme del judío y écheme al río”; de islámicos: “Cuando el moro habla mucho está mintiendo”. Para no cansar, ¿qué me dice el amable lector de las discriminaciones de todo tipo contenidas en la Biblia, Corán, el Fuero Juzgo o el Quijote? En “Execración contra los judíos”, de Quevedo, se encuentra el más violento antisemitismo quevediano. Y el “El Buscón”, también de Quevedo, gira entorno a temas como la Inquisición, la herejía, la pureza de sangre, representando una condena, desde su punto de vista, de la degradación de la sociedad española que ha permitido la intromisión de los conversos en el gobierno del país. Para Quevedo, “el  cristiano nuevo es un ‘Buscón’, una persona que busca conseguir linajes por medio de engaños y astucia”. En los llamados “Autos sacramentales”, el judaísmo puede aparecer como el mayor enemigo del artículo de fe sacramental lo que lleva al dramaturgo a “insertar una judaización en el deicidio” (asesinato de Dios). En tiempos más modernos, el catalán Antoni Bori i Fontestá, en su obra “Trobador catalá”, invitaba “anem a matar jeus, aquesta raça traïdora”. He aquí lo que se lee en “El Manifiesto Comunista”, de Marx y Engels, “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista”. ¿Todos estos libros, y otros no citados, van a ser prohibidos, Gallardón?
Pero, bueno, ¿a qué viene esa vuelta de tuerca en la redacción del Código Penal en los artículos mencionados?  Pues que los españoles se han dado cuenta de que los políticos les engañaron respecto de la inmigración a la que adornaron con todo tipo de bendiciones, y, andando el tiempo, la inmigración se ha convertido en un problema y un peligro para la soberanía del el país, y los españoles ya no se recatan de echar pestes de los inmigrantes, y de las sucesivas invasiones, sin que el timorato, acobardado y blando Rajoy, y su gobierno, ponga pie en pared. Y para evitar que la ciudadanía se vaya de la lengua anatematizando la plaga inmigratoria que se nos ha venido encima, Gallardón está dispuesto a atropellar la libertad de expresión de los españoles y a evitar la difusión de libros y de las ideas contenidas en ellos. El corolario de todo esto es que el sistema se siente débil y temeroso y actúa persiguiendo con saña a quienes hagan uso de su libertad de expresión para desenmascarar esta inmigración que va a ocasionar en nuestro país un cataclismo identitario, étnico, cultural y social. Lo escrito: nos callamos o nos calla Gallardón.

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