Opinión

Ítaca está en Madrid

Nunca he estado en ÍTACA aunque haya querido aventurarme cientos de veces. Ítaca es buscar la tierra que imaginas pero a la que nunca llegan los mortales; sólo los dioses habitan en el Olimpo. No podrás quedarte ni regresar pues “al lugar donde has sido feliz no debes tratar de volver”.

El sentido del poema de Kavafis es que el camino, el viaje, es más importante que la meta: llegar a la vejez con cuanto hayas ganado en el camino; experiencia y conocimiento, esperar que Ítaca te enriquezca.

Emprendo el viaje a Madrid porque oigo una voz desconocida que pronuncia mi nombre. No sé nada, ignoro la imagen de su rostro pues los daguerrotipos no captan la esencia de las personas. Sé de él que es un profesor de inglés con el acento que imprimen todas las lenguas. Me lo imagino sincero, cálido, con la profundidad de la prudencia para no tomar decisiones precipitadas. Atisbo una especie de tristeza difuminada, una melancolía del presente que construye en diarios de bitácora en los que escribe, sin tinta y sin papel , paraísos pensados en ningún lugar y en ningún sitio.

El destino está en Madrid, en el Madrid que describió Antonio Flores para esta ciudad invivible pero insustituible.

“Donde regresa siempre el fugitivo, donde el deseo viaja en ascensores y el mar está en un vaso de ginebra, donde Los pájaros visitan al psiquiatra las estrellas se olvidan de salir”.

Escucho a las sirenas interpretar lo sublime... Madrid te espera, Madrid te abre sus brazos, te besa a 500 kilómetros de distancia. Madrid es el deseo, los labios, el amor que espera en la estación de Atocha.

La lejanía se me hace próxima y cercana porque oigo mi nombre como un eco atrapado en el alma, como una sonrisa pintada en la expresión de la mirada.

Estaré contigo unas horas, pero cada hora pasará como un minuto, como los segundos en los que el lenguaje es el silencio.

Llegaré a Madrid y Atocha será ítaca; las sirenas me han prometido que sus cantos no me harán perder la cordura y que las vías del tren serán las olas de la isla que añoro.

Sin equipaje, sin mapas, sin brújula, sin saber en qué estación me encuentro cada vez que el tren hace una parada. Seguiré los latidos del deseo y guardaré como un tesoro el billete del AVE con destino a la ciudad de los prodigios.

Y allí, sentado en un banco, seré uno de los cientos de pasajeros que llegan a su destino y,entre la muchedumbre, estarás tú, saludándome con el brazo en alto que mueve las manos para indicarme que ya he llegado a Ítaca.

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