Un antiguo y asiduo lector, llamado Amador, al que quedo muy agradecido, me ha corregido de forma educada y correcta sobre un error mío que ha observado en mi artículo del lunes, día 17-01-2022, titulado “Naufragio francés en Ceuta hace 330 años”, referente a la carta escrita a su esposa el 4-06-1692 por un náufrago francés, del buque de guerra, L´ Assuré, que se firma Gillaume Rolan Deugedon, perteneciente a la Escuadra francesa, en cuyo accidente marítimo murieron ahogados 317 tripulantes, habiéndose él y sobre otros 300 compañeros salvado gracias a la ayuda prestada por el pueblo ceutí, pese a que por entonces Francia y España permanecían en guerra.
El error, según él, habría consistido en que llamo “isleros” (rocas subacuáticas) a lo que él denomina “hileros” de Santa Catalina en Ceuta. Asimismo, él da otro significado distinto al mío. Y nadie es infalible y menos yo. Incluso me gusta aprender todos los días algo de los demás, y por eso no me duelen prendas en dar la razón a quien la lleve. El tema en sí, apenas tendría importancia para hacerlo con otro artículo, bastaría con decirlo particularmente al amable lector, si no fuera porque, al igual que yo, bastante gente de Ceuta pudiera estar también equivocada al utilizar tal término, por simple deformación de su uso y significado. Por eso entiendo que debo reconocerlo públicamente, para que se conozca. en el sentido de que el nombre de “islero” utilizado por mí es incorrecto, mientras que el utilizado por mi corrector, “hileros”, parece ser correcto.
He buscado en el Diccionario de la R.A.E. y no he encontrado la palabra “islero” como accidente geográfico de la mar. Pero sí figura la palabra “hileros”, que defiende mi replicante, dando dos versiones de la misma: Primera: “Señal que forman las corrientes en la superficie del mar o de los ríos”. Segunda: “Corriente secundaria de una corriente principal dentro de una masa de agua”. Creo que ambas versiones nos están indicando que es el lector quien está en lo cierto. Y así expresamente lo reconozco.
El diestro cordobés entró a matar al volapié muy despacio cuando Islero le corneó en el muslo derecho, perforando el triángulo femoral e interesándole la arteria femoral y otros vasos sanguíneos de la ingle derecha. Antes de que Islero muriera, intentó cornear al maestro algunas veces más. Fue operado en la enfermería de la plaza y llegó a recobrar la conciencia. En los últimos tiempos ha cobrado fuerza la teoría de que Manolete no murió realmente por la cornada de Islero, sino porque la sangre que le fue transfundida se encontraba contaminada, La piel de Islero permanece expuesta en el Museo Taurino Municipal de Córdoba, en una sala dedicada a Manolete”.
Lo que llama poderosamente la atención es que a la vaca que parió a “Islero”, la bautizaran luego los aficionados como “Islera”, en femenino, Y, además, cuando ya habían transcurrido dos años tras la muerte de Manolete, la sacrificaron por el único motivo de haber sido la madre de “Islero”. Y aquí, necesariamente hay que preguntarse: ¿qué culpa tendría la pobre vaca de que su hijo toro corneara y matara a Manolete?. Porque genéticamente su bravura podía haberle venido también del toro macho bravo que lo engendró. Pero es que en ningún caso eso serviría para justificar la represalia contra la madre ni el padre de “Islero, ni menos por resentimiento contra su raza, pareciéndome su muerte muy triste y extremadamente cruel.
Es cierto que la muerte de Manolete, que era una “persona”, también fue demasiado triste. Pero en eso precisamente consiste la “suerte del toreo”, en la que persona y fiera luchan en la plaza de igual a igual; ambas pueden morir, pero el animal lo hace inconscientemente, por mera intuición y como reacción de defenderse contra su matador, mientras que el torero es plenamente consciente de a lo que se expone, lo que se juega y de que para eso le pagan; independientemente luego de que el toreo deba ser considerado más arte que maltrato animal. Esa vaca, nunca debería haber sido sacrificada, como represalia, por ser madre de “Islero”; igual que Manolete tampoco debería haber muerto, si no hubiese sido por su mala suerte, que a cualquiera apena y entristece.
De todo lo expuesto, claramente se colige la razón que ya antes he dado a mi lector. Pero, es que, además, éste aporta un artículo escrito en la revista del mar, denominada Bitácora, referida al llamado “Cuaderno de Bitácora”, que me recuerda mi época en que impartí clases de Derecho Marítimo internacional en la Escuela de Hacienda Pública en Madrid. (Séneca decía que quien enseña, también aprende). Lo que invoco para definir dicho Cuaderno como libro en el que los marinos, en sus respectivas guardias, registran los datos de lo acontecido durante el periplo navegado.
"El tema en sí, apenas tendría importancia para hacerlo con otro artículo, bastaría con decirlo particularmente al amable lector, si no fuera porque, al igual que yo, bastante gente de Ceuta pudiera estar también equivocada al utilizar tal término, por simple deformación de su uso y significado"
Antiguamente, cuando los buques carecían de puente de mando cubierto, era costumbre guardar este Cuaderno en el interior de la “bitácora” para preservarlo de las inclemencias. Es un libro que recoge los hechos más destacados acaecidos a bordo del buque sobre la conducción la navegación. Las bitácoras han evolucionado. Ahora también existen las electrónicas, las weblogs, las bitácoras visuales, las auditivas y las tradicionales de textos y signos. En las bitácoras de red encontramos algunas particularidades. Por ejemplo, cualquiera puede ser editor e informar y opinar acerca de cualquier tema, sin estar mediatizado más que por el tiempo que se necesita para elaborar y publicar la noticia. Esto supone mayores oportunidades de colaboración, aunque también requiere un conocimiento importante de manejo de tecnología.
Como conclusión podemos decir que los diarios de campo o bitácoras de investigación pueden ser vistos como un crisol de los diferentes ingredientes de un proyecto de investigación, lo que incluye experiencias, previas observaciones, lecturas, ideas y recursos para capturar la vinculación de los distintos elementos entre sí. Consiguientemente, los profesionales marítimos que utilizan el Cuaderno de Bitácora son especialistas en la materia de náutica, como los capitanes de buque y la Oficialidad de la Marina, lógicamente, profesionales con el normal conocimiento cualificado de las personas que escriben en el cuaderno. Por lo que opinión profesional que se vierta en ese Cuaderno debe ser fiel reflejo de la autenticidad científica de lo que en él se exprese.
He explico lo anterior, porque en la revista “Bitácora”, mi comunicante, en apoyo de su razón, invoca y aporta el texto siguiente reflejado por un marino profesional: “Los hileros de corrientes, tan comunes y abundantes en el estrecho de Gibraltar, se encuentran generalmente en las inmediaciones de las puntas más avanzadas y de los bancos que de ellas se destacan; aparecen instantáneamente y sin indicios precursores, aun cuando la mar se halle en su mayor reposo, formando de pronto un hervidero como de agua en ebullición, con una marea encrespada que a menudo rompe; se hacen muy temibles para toda clase de embarcaciones de vela cuando se les agrega la fuerza del viento y de la mar que aquel levanta.
Adquieren a veces un movimiento vertiginoso, ocasionado sin duda por el choque de la corriente general con la de la marea, el cual hace perder el gobierno a las embarcaciones de vela, obligándolas a dar vuelta en redondo si no cuentan con suficiente viento fresco para dominarlos (pueden citarse bastantes casos de faluchos pescadores zozobrados por estos hileros, y aun el de una embarcación mayor que, navegando en popa con viento flojo del W y mar gruesa del E, fue cogida por un fuerte hilero sobre la punta Leona, donde al perder el gobierno se atravesó a la mar y desarboló los masteleros), y en muchas ocasiones se presentan al costado del mismo buque, sin dejarlo antes de haber andado un buen rato con el, por lo cual no pueden darse reglas para cuidar su inesperado encuentro.
Los más fuertes son los que se forman sobre las puntas, cuyos ángulos son muy agudos y en que la costa cambia bruscamente de dirección, y regularmente adquieren su máxima fuerza a media marea, que es cuando también la tiene la corriente de flujo o de reflujo. Sobre la costa de España son muy comunes, y aun puede decirse que tienen su asiento en el cabo de Trafalgar, Los Cabezos, la isla de Tarifa, la punta del Fraile, el bajo de la Perla y la punta de Europa; sobre la de Marruecos los hay en el cabo Espartel, la punta Malabata, la de Altares, la de Albosa, la de Cires, la Leona y la de Almina de Ceuta, y se encuentran también mucho más al E del meridiano de la punta de Europa y bastante internados en el Mediterráneo, si bien ya no son tan considerables ni locales.
En los Cabezos tampoco faltan a cada marea hileros que unidos a los remolinos más o menos vivos, según es la fuerza de aquella, se extienden por fuera y a través de las Lajas, cruzando las más veces el Estrecho y recalando sobre los bancos que salen de la punta Malabata y de la de Alboasa; pero estos hileros, que los prácticos llaman Hileros de las Lajas, en tiempos normales no son muy violentos, y cuando la mar está llana solo producen un hervidero poco temible, si bien con mal tiempo la encestan considerablemente.
Por fuera de la isla de Tarifa, a cada media marea, hay también hileros, aunque de poca extensión, los cuales corren al SE con la vaciante y al SW con la creciente, siendo más fuertes en el primer caso, y se desvanecen a medida que se alejan del sitio en donde se forman para volver a reproducirse.
Sobre la punta del Fraile, la de Carnero y la de Europa, los que se notan son de menos extensión que los anteriores, y se desvanecen a medida que penetran en el Mediterráneo. Los que experimentan sobre el cabo Espartel y la punta de los Judios y por fuera de Tánger, no son de gran consideración, y se forman, como todos, a cada media marea. Los que ocurren entre la punta de Malabata y la de Al-Boassa son los más fuertes que se conocen sobre la costa de Marruecos; resultan, al parecer, del choque de las corrientes a cada marea contra el banco del Fénix y el de Jaseur; extienden su acción por encima de las Lajas, o sea del gran banco que desde aquí avanza hacia Los Cabezos, y puede decirse que alcanzando a los que salen de dichos Cabezos, atraviesan el Estrecho, formando a cada media marea un no interrumpido hervidero de N a S”.
Pues, don Amador, le quedo muy agradecido y reconozco su razón sin que me lo haya usted pedido.
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