Orwell tuvo que esperar al final de la guerra para poder ver su obra publicada. El relato satírico “Rebelión en la granja” mostraba de forma tan fiel y demoledora la profunda mentira de la Revolución Rusa que ningún editor quiso publicarla hasta que la URSS dejó de ser un aliado en la guerra contra Alemania. Esta es la razón por la que el autor plasmó en el prologo su famosa frase: “Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír”.
Si hay algo que caracteriza a las sociedades actuales es el dominio del pensamiento infantil y la dificultad para afrontar los hechos sin caer en el sentimentalismo social. Muchos, muchísimos, carecen de la suficiente capacidad intelectual como para escuchar una opinión diferente de la propia sin considerarlo un insulto. Frente a la crítica se acude a las palabras estigmatizadoras que desactivan el posible debate: racista, xenófobo, islamófobo o machista. Tachar a alguien con estos términos implica no solo la eliminación del debate también al crítico que adquiere a partir de ese momento la categoría de inhumano.
La islamofobia es una actitud de rechazo hacia el islam. Es una actitud que existe en nuestras sociedades aunque también es destacable que solo en Occidente existe un reconocimiento del problema. En otras sociedades el odio y el rechazo a otras religiones están admitidos e institucionalizados. El problema de la islamofobia no es solo su existencia y su más que difícil delimitación real, también el uso y abuso que del término se hace con el propósito de eliminar la discusión y establecer una línea divisoria entre víctimas y verdugos.
Hace unos días, Pérez Reverte publicaba un artículo crítico sobre el uso del hiyab por las maestras del sistema público al entender que vulneraba la neutralidad religiosa en las escuelas públicas. En lugar de debatir de forma razonada sobre este polémico asunto, los medios y las redes se llenaron de acusaciones de islamofobia que no perseguían más que eliminar la posibilidad de debate llegando al extremo de presionar públicamente a instituciones universitarias de Melilla para que no volvieran a invitar al escritor convertido ahora en apestado.
Esta semana hemos conocido una sentencia del Tribunal de Justicia Europeo que establece que no es discriminatorio que una empresa privada limite los signos religiosos en la vestimenta de sus empleados en aras de una neutralidad religiosa, política o filosófica. Porque este límite no es solo religioso, aun recuerdo el caso de un empleado de una entidad bancaria de esta ciudad que tenia sobre su mesa una bandera con el escudo franquista y la empresa le obligó a retirarla. Cuando una persona trabaja de cara al público, como una azafata o un recepcionista, su indumentaria no le representa a él sino a la empresa.
¿Si una empresa tiene la posibilidad de restringir los signos externos por una razón de neutralidad, puede hacerlo también la administración con sus empleados, máxime cuando la neutralidad no es una opción sino una obligación? El debate, y la veda de los más que previsibles insultos, quedan abiertos.
La selección nacional de Marruecos Sub-17 ha conseguido clasificarse para la fase final de la…
La Navidad en Ceuta ya ha arrancado por todo lo alto con el acto oficial…
El Camoens da la cara ante el filial del Melilla Torreblanca, pero no consigue puntuar…
La Unión África Ceutí no levanta cabeza y son cuatro derrotas consecutivas las que acumula…
Ceuta ha recibido con los brazos abiertos la Navidad. Este sábado se ha llevado a…
El Ceuta B encaraba la jornada 12 de la liga ante el líder Puente Genil…