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Islamofobia y declaraciones

A pesar de las loas a sí mismo y de la autocomplacencia de alguno, la aprobación por parte de nuestros representantes locales de una declaración conjunta contra  la islamofobia ha resultado un despropósito. Ha sido calificado como un hecho extraordinario por el consenso alcanzado y de una “fuerte carga pedagógica”.

El que se alcance un consenso para emitir una declaración no quiere decir que esta sea buena o mala, sólo que todos tienen, o aparentan tener, la misma opinión. Nada más. Y respecto a lo de “pedagógico”, la pretensión de que alguno de los representantes políticos de la asamblea local pueda enseñar algo a los ciudadanos resulta cuanto menos pretenciosa. El que los elijamos como representantes locales dentro de las listas cerradas por sus partidos no les capacita necesariamente para estos menesteres. Y por otro lado, ¿realmente los elegimos para que hagan pedagogía? En cuanto a la declaración en sí, desde el punto de vista de un ciudadano no “pedagogizado”, ésta presenta algunas contradicciones y errores de concepto. En su preámbulo se asegura que la islamofobia es un hecho global “y que, por tanto, no responde a un problema especifico de nuestra ciudad”. Entonces, ¿por qué hacerla? ¿Si nosotros como sociedad no tenemos ese problema, a qué viene la declaración unánime? Esta declaración podría entenderse en Francia o Alemania después de los últimos sucesos y la previsible reacción de una parte de sus sociedades, pero ¿era necesaria en Ceuta? Lo cierto es que en nuestra ciudad no se han producido durante el año pasado incidentes islamofobos dignos de mención más allá de unas pintadas aparecidas en el centro de la ciudad y dos altercados con los inmigrantes sirios que estaban acampados en el centro y que podrían calificarse de actos xenófobos más que de islamofobia (uno estuvo protagonizado por unos jóvenes borrachos y otro por un marroquí que los amenazó), pero esta declaración parece quitarle la razón a los hechos y dársela a los que están interesados en tachar de racistas a la mitad de la población de Ceuta y en victimizar a la otra mitad. Porque además de estos sucesos, a lo largo del año que se cierra, también se han producido pintadas antisemitas, se ha amenazado de forma expresa a los judíos durante una concentración en la plaza de los Reyes y se han practicado numerosas detenciones de ceutíes o residentes en Ceuta por integrar redes de radicalización y captación islamista que se dedicaban, entre otras cosas, a enviar combatientes a Siria. Por eso resulta especialmente llamativo que el problema a destacar sea precisamente la islamofobia. Un problema que según la propia declaración, no es específico de nuestra ciudad.  No sabíamos, por otra parte, de los conocimientos teológicos de nuestros representantes políticos que en el artículo segundo de la declaración dicen: “Expresamos nuestra firme convicción de que el Islam es una religión de paz, que promueve la fraternidad entre hombres y mujeres del mundo, rechazando categóricamente cualquier relación entre religión y terrorismo”. Bueno, las convicciones están bien, pero el Islam es algo lo bastante complejo como para asegurar una cosa así, de forma tan rotunda. ¿A qué islam se refieren? Hay distintas ramas, con muchas escuelas de interpretación coránica, con reformas y contrarreformas sucesivas, con corrientes místicas como el sufismo y con costumbres culturales tan distantes como la distancia geográfica que separa unos países de otros. Cuando hablamos del Islam así, de forma generalizada como si fuera algo homogéneo, hacemos precisamente lo mismo que los islamófobos o que los radicales del Estado Islámico: asegurar que sólo hay un islam. Como si asegurásemos que sólo hay un Cristianismo sin reparar en protestantes y católicos, en neocatecúmenos y metodistas. En cuanto a la fraternidad a la que se alude, algunas corrientes radicales se muestran absolutamente intransigentes con otras minorías religiosas y con los creyentes musulmanes que no siguen esa línea rigorista, pero eso también es islam aunque pueda ser un islam fanatizado. A nadie se le ocurriría decir que las Cruzadas o la Guerra de los Treinta Años no tuvieron nada que ver con la religión. Además de otros factores como los económicos y los políticos, las creencias y la intransigencia religiosa estaban ahí y una parte importante de quienes luchaban en esas guerras lo hacían por el convencimiento de su fe. Por eso habría sido mucho más correcta una declaración en contra de ciertas corrientes radicales (como el wahabismo que en Arabia Saudí acaba de demostrar su fanatismo al ejecutar a opositores de la minoría chií). Cabe recordar además que en la casi totalidad de los países de mayoría islámica, el respeto a las minorías religiosas es escaso y la libertad religiosa muy limitada. En nuestro vecino Marruecos, uno de los países islámicos considerados como más tolerante, la apostasía es un delito y el Consejo Superior de los Ulemas ha llegado a decir que un musulmán que cambia de creencia merece la muerte. Lo que sí es cierto es que en las sociedades occidentales, la gran mayoría de los musulmanes que viven en ellas lo hacen en paz con el resto. Lo que nos lleva a la conclusión de que hubiese sido mejor afirmar que el Islam es, como sucede en otras religiones, según su contexto. Respecto a que no existe ninguna relación entre religión y terrorismo resulta algo contradictorio en la propia declaración: “Estamos en contra de la utilización de la religión como instrumento para fomentar el odio, la división o la intransigencia”. Si no hay ninguna relación entre religión y terrorismo ¿cómo se puede instrumentalizar a la primera para fomentar el odio que deriva en su forma más violenta, el terrorismo? Uno de los motivos por el que miles de jóvenes participan en guerras que les son completamente ajenas es porque se les ofrece un sentido, una identidad y unos valores y esa función la cumple la religión, que entendemos que se trata de una lectura equivocada pero que eso no desvirtúa el hecho de que quienes lo hacen estén convencido de ello.
Quizás lo más acertado habría sido simplemente recordar los valores constitucionales que rechazan cualquier tipo de discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, y no una declaración como ésta que es el típico gol por la escuadra que les meten a algunos cuando les lanzan la pelota desde el córner de la corrección política.

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