Opinión

La Isla de Perejil, algo más que una cuestión de soberanía

Con el sucederse de los años, en concreto, casi dos décadas más tarde del conflicto de la Isla de Perejil, no entrando en profundidad de un análisis pormenorizado en la secuenciación de los hechos, pero sí, en el alcance y significado de su fundamentación, desde el siglo XVII no se había desencadenado en el Norte de África una situación de crisis diplomática de esta envergadura, con la probabilidad de un enfrentamiento armado y de una enorme repercusión para España.

Y es que, hoy por hoy, este islote se mantiene igual de abrupto que antes de la disputa.

Lo que verdaderamente se dirimió entre los días 11 y el 20 de julio del año 2002, fue algo más que un asunto de soberanía sobre un risco deshabitado de controvertible valor estratégico, que, más bien, se utilizó para regular los efectos que hubiera tenido una hipotética reacción de España, ante la pretensión alauí de las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla.

Si bien, las relaciones con el Reino de Marruecos se han atinado por diferentes rumbos, quizás, con más afectación desde 1975 que más adelante referiré, durante estos períodos han oscilado la censura y el desgaste diplomático, como la ‘Marcha Verde’ con la invasión marroquí del Sáhara español o la disyuntiva de la ‘Isla de Perejil’.

No descartándose, que existen suficientes mimbres e intereses comunes, como, del mismo modo, cuestiones que permanecen todavía estancadas y que, en un momento dado, podrían inducir a contextos como los que en este pasaje se exponen.

No me refiero exclusivamente a los enclaves españoles al otro lado del Estrecho de Gibraltar, sino, a los territorios contiguos y a las discordias históricas por el esclarecimiento de los límites fronterizos en las aguas que rodean las Islas Canarias.

"Lo que verdaderamente se dirimió entre los días 11 y el 20 de julio del año 2002, fue algo más que un asunto de soberanía sobre un risco deshabitado de controvertible valor estratégico, que, más bien, se utilizó para regular los efectos que hubiera tenido una hipotética reacción de España, ante la pretensión alauí de las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla”

En el caso concreto de la Isla de Perejil, que es la que me lleva a abordar este texto, forma parte de los denominados lugares de soberanía española. Por lo tanto, se trata de espacios que han quedado fuera de las líneas del Protectorado de Marruecos y que se aglutinan en un grupo de islas y peñones ubicados de cara a las costas de Marruecos, como las Islas Chafarinas, o los tres islotes situados en la Bahía de Alhucemas y el Peñón de Vélez de la Gomera, e indudablemente, la Isla de Perejil.

En la actualidad, este Islote con insignificante o nulo valor estratégico tanto para España como para Marruecos, adquiere un valor secundario. La demanda de la soberanía marroquí surge, en cuanto reside en las mentes quiénes parecen ver intimidado su status quo, lo que hace incontrastable que aparezcan tiranteces entre ambos estados.

Ciñéndome a la Isla de Perejil, es un promontorio con una superficie de unos 75.000 metros cuadrados, constituyendo una meseta que en algunos puntos llega a los 74 metros de altura, con poca vegetación y ausente de agua. Emplazándose entre punta Leona y punta Almansa y a unos 11 kilómetros al Oeste de Ceuta y 200 metros de las orillas de Marruecos. Su estampa es poco más o menos triangular y su lado mayor apenas mide 500 metros y el menor consigue los 300.

Disponiendo de una cueva que sin obstáculo alguno puede alojar a unas doscientas personas.

En su trajinado discurrir histórico, lógicamente se subraya su españolidad, comenzando por el año 1415, cuando este trocito de tierra correspondió a Portugal y dio cobijo a pequeñas construcciones para resguardarse de las irrupciones de los piratas berberiscos, que acechaban impertérritamente esta zona y subsistían de asaltar las naves cristianas que atravesaban las aguas bajo la atenta mirada de las Columnas de Hércules.

En 1581, tras la alianza de los reinos de España y Portugal, la Ciudad de Ceuta y la Isla de Perejil pasaron a formar parte de la corona española, siguiendo en ese mismo estatus al desunirse dichos reinos, tal como se hizo constar en el Tratado suscrito el 13 de marzo de 1663, por el que España entregaba a Portugal cada una de las posesiones lusitanas, menos Ceuta, considerada como ‘plaza fuerte’ y como no, la ‘Isla de Perejil’.

A lo largo de sus reseñas se han hecho estudios militares para inspeccionar desde este mismo lugar el Estrecho, pero, en todas las ocasiones hubo de desistir a los proyectos por la complejidad en el procedimiento y coste. En 1808 con la invasión napoleónica y hasta 1813, esta Isla valió de refugio a las tropas hispanas.

En 1848 los británicos pretendieron hacerse con ella, sin conseguirlo. Con la firma del Tratado de Wad-Ras (1860), el sultán de Marruecos Muhammad ibn ’Abd al Rahman cedió a España en pleno dominio y soberanía, la totalidad del territorio encuadrado desde el mar y Sierra Bullones hasta el barranco de Anghera.

Posteriormente, se edificó un faro que dejó tener enarbolada la bandera española de manera estable. El 1 de abril de 1889, el sultán de Marruecos decidió introducir un puesto de vigía en la Isla, pero las críticas de España excluyeron este empeño.

En 1956, al consumarse el protectorado español de Marruecos, este lugar apenas adquirió protagonismo, si bien, hasta los inicios de los 60 pudo conservar un pequeño destacamento. La última referencia oficial que se constata de este enclave, nos reubica al 26 de febrero de 1986, con motivo del Estatuto de la Ciudad de Ceuta en la determinación de su área municipal, expuesto ante el Congreso de los Diputados.

Pero, ¿desde qué antecedentes o precedentes habría que remontarse para que a la postre, comenzaran a crisparse las relaciones entre España y Marruecos y, en definitiva, desembocara en esta crisis? Las primeras discrepancias surgieron con la argumentación de la pesca, porque, con la entrada del siglo XXI, se dieron por iniciados los primeros acuerdos entre la Unión Europea (UE) y Marruecos.

La frustración no aguardó demasiado para que se atisbaran los distanciamientos, como línea general de estos tiempos. La falta de entendimiento animó a que la administración española se aproximase a Túnez y Argelia. No debiendo olvidar, que este último país ha sido y es el gran contendiente de Marruecos por la dominación del Magreb.

Otro fondo de confrontación gravitaría en el entresijo de la inmigración ilegal, en la que España tras endurecer las condiciones sobre esta materia, culpó al país vecino de no aplicarse adecuadamente para contrarrestar la presión de los flujos migratorios que derivaban de sus costas.

Del mismo modo, la presunta financiación española del Frente Polisario y la disconformidad por las autorizaciones de explotación petrolera que el gobierno había conferido a la multinacional energética y petroquímica ‘Repsol’ muy próxima a las Islas Canarias, inmediatamente Marruecos objetó que se encontraba en sus aguas territoriales. Estas y algunas otras más que no aparecen aquí reflejadas, serían algunas de las afrentas que tensaron la cuerda entre España y Marruecos hasta la enemistad más extrema.

Para muchos investigadores, esta indisposición debía descifrarse en clave interna del país vecino. Porque las perspectivas de cambio que había infundido la llegada al trono del Rey Mohamed VI, quedaron frustradas y los islamistas volvían con nuevos bríos al escenario de la política. Ante estas dificultades, que no eran pocas, el monarca y el régimen marroquí podrían haber sondeado la cohesión interna mediante el remedio del enemigo exterior.

El malestar diplomático no quedaría ahí, ya que el 28 de octubre de 2001 se endurecería a mayor escala, con la retirada del embajador marroquí; una actitud irreconciliable en el estilo de representación del estado. Este laberinto coronaría otro nuevo techo, ilustrado como el definitivo, cuando el 11 de julio de 2002, un grupo de doce hombres de la Gendarmería Real marroquí desembarcaron en la Isla de Perejil.

La ocupación injustificada se propuso como una manera de moderar los tráficos ilegales del sector, en un islote que Marruecos aseguraba con convicción, le correspondía desde su Independencia política, allá por el año 1956.

Inicialmente, la inquietud española fue contenida y lejana de cualquier índole de demostración militar, toda vez, que se puso en conocimiento de la UE y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Desde este preciso instante, por activa y por pasiva los representantes alauís, sin documento acreditativo que demostrara su soberanía y que de hecho jamás había existido, no daban el brazo a torcer que la Isla le pertenecía como cualquiera de las que se atinaban en sus aguas. Conjuntamente, Marruecos se amparaba en que España no podía hacer ostensible un solo tratado que se consignara en la historia contemporánea y que hiciera alusión a la soberanía.

Era indiscutible, que el recado de Marruecos se tornó en una artimaña estridente que revelara la vulnerabilidad de la presencia española en la demarcación, pero, al mismo tiempo, deliberada y celosamente definida en medios y alcance.

España, de inmediato solicitó la retirada de la gendarmería y el retorno a la fórmula diplomática ‘in status quo’. Pero, el silencio prolongado de Marruecos, auspició que el gobierno español tanteara una infundada respuesta militar. Ya, con anterioridad, había tenido el respaldo de la UE, que horas antes se había pronunciado con un duro comunicado; mientras, la OTAN consideró este asunto como puramente bilateral y la Comisión Europea expresó su gran preocupación.

A pesar de ello, Marruecos continuaba firme en su osadía de no retirar las tropas por entender, que esta iniciativa se encuadraba en la actuación de soberanía legítima sobre su territorio nacional. Según las amplias fuentes examinadas, la medida de comisionar gendarmes a la Isla de Perejil sin haberlo tratado con su gobierno ni aliados más cercanos, como EEUU y Francia, había partido únicamente del Rey.

Evidentemente, el reino alauí se había incrustado en un terreno bastante peliagudo del que era dificultoso salir invicto, aunque, se advierten algunos amagos por entablar si acaso, alguna conversación que promoviese el entendimiento. Lo cierto es, que el día 16 de julio, Marruecos reemplaza el frente de gendarmes por otros pertenecientes a la infantería de marina, lo que entraña un rearme en las desavenencias.


En esta misma fecha, España comienza a mover fichas intensificando y fortaleciendo las plazas de Ceuta y Melilla e incrementa varias unidades de la Armada, además, de emplazar a consultas al embajador español en Rabat. Todo ello, a pesar de concederse a Marruecos un ultimátum que se agotaría en la madrugada del miércoles 17 de julio y en el que el gobierno rechazaba acometer cualquier intento de combate.

Con total exactitud y medición en lo que estaría por llegar, a las 06:17 horas del día indicado, un comando de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra, se desplazó en helicópteros al islote, capturando a los militares marroquíes que fueron devueltos a las autoridades de Marruecos e izándose la bandera de España.

Acababa de librarse el primer conflicto armado del siglo XXI denominado ‘Romeo Sierra’, con el que ni tan siquiera se llegó a realizar un solo disparo; neutralizándose a los seis gendarmes que no opusieron la menor resistencia, ante la absoluta superioridad de las fuerzas contendientes.

Una interposición de diferentes calibres entre políticos y militares, que se realizó para quebrar la inhibición de cada ejército y activar de manera irreprochable y ordenada, una acción fulminante y efectiva que enmendó el lance y que otorgó una salida honrosa a Marruecos.

A última hora, las trabas habidas entre Madrid y Rabat forzaron a intervenir a EEUU, a petición marroquí con la figura del secretario de Estado Colin L. Powell, quien actuó de mediador en un acuerdo por momentos infructuoso y por el que la Isla de Perejil recuperaba su statu quo anterior.

Ahora, el viejo continente respiraba con un tono más calmado en aquellas horas tensas de la noche del sábado, cuando ambos países declararon dejar saldado el escollo, en que el islote no era propiedad de nadie y sin que ninguno de los dos países hiciese alarde de su soberanía.

No quedaba duda, que se había originado un serio conflicto entre un estado de la UE y otro coligado a la Unión había sido desactivado por la primera potencia mundial; entre tanto, Europa se mostraba dividida ante el requerimiento de uno de sus socios al sentirse seriamente ofendido. Quedando una herida abierta hasta nuestros días, en un país como Marruecos, indispensable para los europeos.

Pasados diecisiete años de este episodio, ¿qué ha quedado enmascarado desde entonces y con qué visión podría entreverse? Si la ocupación se interpretara como una intimidación política, bien es consabido, que se apela a la fuerza para ganar réditos y efectos políticos en la esfera internacional. De ratificarse esta tesis, España estaría batiéndose contra una situación asimétrica, una maniobra militar específica en todos sus aspectos, porque se busca explorar las proposiciones diplomáticas adscritas al Sáhara y un vuelco manifiesto de la política exterior española.

La preeminencia de la ocupación no estaría en este caso reñida con la Isla de Perejil, sino, más bien, en el caso de una ocasional usurpación de cuales cualquiera de los territorios españoles habitados y no habitados permanentemente frente a Marruecos.

El resquicio de un accesible teatro operacional afín al actual, interpelaría a las autoridades españolas a una reacción políticamente difícil de fundamentar, financieramente gravosa y casi improbable de soportar en su diseño militar.

Del desarrollo y naturaleza de este entorno se emanan visiblemente los riesgos, fundamentalmente, para su ejecutante. Marruecos debía enjuiciar que la posición de España sobre el Sáhara era muy frágil y que no tenía seguridad en las decisiones; supuestos, más que debatibles.

Consecuentemente, España estaría topándose ante una dificultad añadida de apreciaciones equívocas, pero, no por ello, sin derivar en serios desenlaces. Posiblemente, Marruecos no sopesaría aplicar una línea de repliegue y se sentiría sorprendida ante una desaprobación española.

Porque, una salida pactada sería comparable a un fracaso.

Otra cuestión yacería en catalogar la táctica adoptada como una coartada, en la que la invasión marroquí no fuera más que una de las piezas de este puzle de intereses geopolíticos o pasados históricos, enfocadas a presionar en las relaciones con España.

De hecho, en este tablero se interpretan dos posibles opciones: Primero, Marruecos podría monopolizar la Isla como una crisis, de cuyo desenlace dejaría muy reducida la capacidad de reacción española ante otras peticiones reivindicativas, tomándose como ejemplo desde las Chafarinas a Ceuta y Melilla; segundo, la búsqueda de una sobrereacción española ante la ocupación que dejara en reprobación el porte español en los contenciosos con Marruecos y que hiciera perder la legitimidad a España en las relaciones internacionales.

En el fondo de este entramado, Marruecos estaría favoreciendo una reacción tipo colonialista, con la ambición de diseminar a nivel mundial el punto de vista de una España como potencia colonial fuera de tono. La trampa radicaría en meter a este país en una intervención militar que se intuyera como desmedida, lo que, tratándose de una Isla sin habitar desde hace tiempo como Perejil, no debe ser difícil de lograr para unos ejércitos modernos que tienen poco que envidiar del de otros aliados.

Un escalón más alto, si cabe, muy similar a las anteriores circunstancias desde la óptica del realismo y de peores pronósticos para España, se asemejaría a un panorama marroquí en el que la ocupación de la Isla de Perejil, estuviese comprendido en un movimiento predestinado a restaurar por la fuerza la soberanía de Marruecos en las posesiones españolas.

Si España claudicara ante esta ocupación, dejaría allanado el camino para alcanzado el momento más favorable para Marruecos, incidir nuevamente con la misma estrategia en algunos de los territorios ya citados. Por otro lado, si el gobierno español se mantiene firme, daría visibilidad a la voluntad marroquí de perturbar el statu quo y a largo plazo alterar el mapa político.

Finalmente, de confirmarse estas expectativas, la elección más acertada es poner todos los medios para regresar al estado anterior. Pero, no tanto, porque se haya trastornado este por la fuerza, sino porque de no lograrlo, se abre un camino incierto e indeterminado para nuestra disposición en el Norte de África.

Hoy, este emblemático enclave de la Isla de Perejil, satisfecho de escondites y guaridas que es casi desconocido para la amplia mayoría de las personas, se debate entre ser o no ser ante dos actores que un día discreparon por el derecho a poseerlo y colocar sus respectivas banderas; un lugar sin ley, en el que el trasiego de estupefacientes es constante y donde los narcotraficantes lo aprovechan como trampolín para que el hachís dé el salto imperativo al continente europeo.

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