Por unas u otras razones toda persona sabe lo que es esperar, aunque cada cual lo sabe a su manera. El recién nacido empieza a saber lo que es el tiempo por el ritmo con el que lo acercan al pecho de su madre y protesta si tardan algo más de lo que él ya ha hecho la primera norma de su vida, fuera del seno materno. En todas las demás cosas que nos pueden acaecer a los seres humanos nos comportamos de forma muy parecida a la del recién nacido. Exigimos muchas cosas y cada una de ellas la queremos de una forma concreta, que fue configurándose, día a día, a lo largo del tiempo. Algunas de esas cosas son vitales, como lo es la alimentación del recién nacido, pero otras –muchas tal vez– son caprichos, gustos personales que obligan a otras personas a estar pendientes de ti o de mí.
Es cierto que no pocas veces nos atienden con cariño –por unas u otras razones– pero algunas de esas cosas que llamamos nuestra forma de ser motivan servidumbres en otras muchas personas que, en no pocas ocasiones, pueden llegar a constituir verdaderos sacrificios, e incluso imposibilidad material de llevar a cabo lo se les ha solicitado. ¿Cómo recibimos esa tardanza en atender nuestra petición, nuestro deseo de algo que puede ser importante pero que no pocas veces es simplemente un capricho? Pues hay de todo en esa actitud de espera. A poco que piense cada cual en su propia vida y en el entorno de la misma encontrará bastantes motivos de sentirse avergonzado. Nos creemos que son los demás los que han de hacernos fácil la vida y la verdad es que nos equivocamos lamentablemente.
Es cierto que hay mucha escasez en nuestro mundo; que las cosas no marchan bien y que muchas personas se ven obligadas a vivir en la escasez, cuando no en la falta de los elementos más vitales para defenderse en la vida. Necesitan hacer patente esa situación por medio de peticiones personales, aunque sea conocidas por los demás y, especialmente, por quienes tienen la responsabilidad de cuidar del mantenimiento, en buenas condiciones, de la sociedad e incluso de mejorarlas. A veces pedimos que esa situación cambie a mejor y que nuestros problemas sean solucionados y resulta duro esperar un día tras otro sin que nos llegue lo que pedimos. Es muy duro oír que hay que seguir esperando porque la solución a los problemas existentes es difícil.
Ha de ser –creo que lo es– un problema muy grave para muchas personas y a ellas hay que ayudarlas de la mejor forma que nos sea posible. No piden por capricho, sino por necesidad y ésta debemos afrontarla todos con la mayor dedicación personal que nos sea posible. Cada persona sabe bien lo que hay a su alrededor y debe estar atenta a acudir a la solución, aunque sea parcialmente y de momento, de esa necesidad que se ha presentado de forma más aguda. Quizás tardemos un poco o no lleguemos a poder cubrir totalmente esa necesidad que se nos ha planteado y nos duele el posible enfado de quién espera nuestra ayuda. Quizás es que nunca nos ha tocado esperar y debemos aprender.
Conozco a personas cuya vocación es ayudar a los demás. Lo hacen con alegría y con no pocos sacrificios. Ellas también saben esperar cada día a alguien más a quien ayudar. Le dan, a quienes lo necesitan, los principios básicos para llevar con dignidad su vida. No tienen dinero para esa labor pero suplen esa carencia con una gran cantidad de amor y de eficiencia en su labor. Hay que aprender mucho de ellas; nos harán más felices.