El desprecio por el sistema educativo es un síntoma inequívoco de decadencia. Sólo la educación es capaz de generar la autoestima colectiva necesaria para crecer.
Una sociedad que no es capaz de apreciar este axioma social está castrada y condenada al fracaso. Esto es exactamente lo que ocurre en Ceuta. La educación pública, universal y gratuita nunca ha sido una prioridad para el poder establecido. Es la consecuencia más lesiva de una arquitectura social perversa en su raíz, sustentada sobre la aceptación de un racismo compasivo de baja intensidad. El sistema educativo (en los tramos decisivos de infantil, primara y secundaria) se ha bifurcado en dos redes paralelas. La privada sirve para blindar de fusiones indeseadas a las clases pudientes. La pública funciona más como una red de beneficencia que cómo un servicio público esencial de un país moderno. Lo cierto es que entre la aceptación y la resignación, son muy pocas las personas que se escandalizan sinceramente de que el alumnado se hacine en aulas superpobladas en las que es imposible educar con éxito. El abultado fracaso escolar no es más que la lógica consecuencia de esta funesta abdicación institucional consentida. La abulia generalizada no es óbice, no obstante, para seguir atizando la conciencia ciudadana sobre el elevadísimo coste de esta lacra, en términos de futuro y de cohesión social. Aunque, eso sí, con más entusiasmo que esperanza.
Se comienza a vislumbrar el próximo curso escolar (pronto se inicia el periodo de escolarización).Y ya infunde una profunda desazón. Ni uno sólo de los gravísimos problemas estructurales que afectan al sistema ha experimentado si quiera una leve mejoría.
Todo empeora inexorablemente ante la aberrante pasividad de unas autoridades administrativas que han hecho de la irresponsabilidad una religión. La masificación de las aulas, la escasez de las plantillas, la ausencia de estrategias metodológicas específicas y la falta de un marco normativo actualizado; se mantienen inalteradas como dramáticas señas de identidad de un modelo caduco, desnortado y desatendido. La reiterada, insistente y documentada denuncia del profesorado sobre la imposibilidad de desempeñar correctamente su labor, no conmueve a un Gobierno pletórico de soberbia e insensibilidad.
Se podría afirmar que la educación en Ceuta se encuentra en estos momentos en el epicentro de una tormenta perfecta.
La política educativa la dirige desde Madrid, por control remoto, un equipo enemigo de la enseñanza pública sin la menor sintonía con Ceuta. Desconocen por completo la complejidad de nuestra realidad educativa y no tienen tiempo (ni ganas) de ocuparse de ella; su única obsesión es trasladar a la enseñanza sus peregrinas doctrinas sobre la aplicación de métodos y técnicas empresariales; además de manejar una deplorable concepción de Ceuta y de su profesorado (piensan que los profesores de Ceuta cobra demasiado y trabajan poco) La conclusión es que todo cuanto llega de Madrid es improvisado, disperso, desfasado, incoherente y, ante todo, a coste cero (máxima prioridad).
La Dirección Provincial, sideralmente alejada de la vida de los centros, se ha convertido en un peculiar y hermético laboratorio psicosocial, en el que se experimentan toda suerte de egos y vanidades, se dilucidan cuitas personales, se elucubra mucho y se intriga más; pero del que no sale ni una sola iniciativa positiva. Desidia pavorosa. Abandono culpable. Se ha llegado a tal nivel de deterioro que ya no queda nadie en la comunidad educativa que no se sienta horrorizado (se incluyen afiliados y cargos públicos del PP).
Así las cosas, lo razonable sería dar un cambio a esta situación. Sin embargo, como en tantas ocasiones, los intereses partidistas prevalecen sobre el interés general. El Delegado del Gobierno, en su particular cruzada contra todos y contra todo, es incapaz de asumir el error en la elección de los cargos que ha designado. Su prurito personal, revestido de absurda infalibilidad, es su referencia política por excelencia. El Presidente de la Ciudad, que también lo es del PP, y es perfectamente consciente de lo que está sucediendo, debería intentar reconducir esta lamentable deriva. No se atreve. Su miedo a visualizar un enfrentamiento con el Delegado del Gobierno es demasiado fuerte.
El PP seguirá transmitiendo una imagen (falsa) de firmeza y calma interna, desde la administración educativa se difundirán mensajes optimistas que nadie cree; y mientras tanto, un año más, alumnos y profesores, víctimas inermes e impotentes, intentarán sobrevivir en un tumultuoso desastre que a nadie más perece importar.
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