Opinión

Irán, donde el juego por desplazar torres y alfiles son incuestionables

Con la lógica inquietud por una potencial escalada en la región y la espera inminente de otro ataque de Irán contra Israel, la apelación internacional para impedir la intensificación de esta colisión es unánime.

De hecho, compañías aéreas norteamericanas, occidentales y orientales interrumpieron sus vuelos al Estado judío y Líbano, acreditando razones de seguridad tras los advenimientos acaecidos en Oriente Próximo. De este modo, cientos de viajeros hubieron de hacer cola en la terminal de salidas del aeropuerto de Beirut, tras la suspensión de los trayectos con destino al Líbano. Y en paralelo, Francia, Reino Unido, Canadá, Estados Unidos y Argentina, indicaron a sus ciudadanos que cuanto antes lo abandonaran, señalando el permisible combate entre Israel y Hezbolá, traducido literalmente este último como ‘Partido de Dios’.

Y es que la efervescencia por un conflicto bélico en toda regla aumenta en sus decibelios, tras la muerte de líder político de Hamás, Ismail Haniya (1962-2024) en pleno Teherán y del número dos de la milicia libanesa Hezbolá, Fuad Shukr (1962-2024), en Beirut. Como es sabido, las irrupciones israelitas se desencadenaron en réplica a un atentado en un campo de fútbol de los Altos del Golán, que produjo el fallecimiento de doce jóvenes. Inmediatamente el Estado de Israel culpó a Hezbolá de cometer los asesinatos, pero la organización chií lo desmintió. Horas más tarde, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) informaba que había interceptado diversos cohetes provenientes de Líbano. Si bien, la amplia mayoría fueron obstaculizados por los sistemas de defensa antiaérea.

Dicho esto, la República Islámica de Irán se distingue a sí misma como un estado asediado por un elenco de países contrapuestos y fluctuantes. Lo que le apremia a rastrear posibles aliados en su órbita que apuesten por sus intereses regionales. Y de este menester despunta la significación del ‘Eje de Resistencia’. O lo que es igual, diversas organizaciones en el extranjero fusionadas en varios niveles de intensidad a Irán, pero que conservan su propia franquicia.

Ni que decir tiene que este patrón surgió de Qasem Soleimani (1957-2020), General de División iraní y Comandante de la Fuerza Quds desde 1998 hasta su asesinato en 2020, que logró alumbrar una malla de filiales en el Líbano, Irak, Siria, Yemen o Palestina. Su sucesor, Ismail Ghaani (1957-67 años), Mayor General de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica y Comandante de la Fuerza Quds, así como responsable de las operaciones extraterritoriales y clandestinas, mantiene su legado ahondando en esa descongestión que generalizaba su precursor. Estas formaciones próximas a Irán es lo que se vislumbra como ‘proxies’.

En nuestros días, de los proxies iraníes imperantes, Hezbolá es el que más se acomoda y adapta a su tesis, al ser una organización chií que afloró al ardor de la guerra civil libanesa (6-VI-1982/22-VI-1985). En sus preámbulos era una estructura apuntalada por Irán que paulatinamente ganó peso, hasta ser cualificada como la milicia más vigorosa y ser capaz de componer un estado análogo en el Sur del Líbano. Años más tarde, mantiene fuertes vínculos con Irán que le capitaliza con unos setecientos millones de dólares anuales, mientras que la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria les facilita adiestramiento y asesoramiento.

Allende a su andamiaje militar, Hezbolá es una fuerza política que apareció por primera vez en las Elecciones de 1992. En las últimas Elecciones Legislativas (15/V/2022), su actual secretario general del partido político y cuerpo armado libanés chií, Hasan Nasralah (1960-63 años), obtuvo el 19,9% de los votos.

Aunque su financiación está en manos de Irán, la magnanimidad de los ayatolás no es su único medio de asignaciones. Se considera que la organización obtiene unos 300 millones de dólares al año con operaciones ilícitas como el tráfico de drogas.

El alcance de Hezbolá para Irán reside en la envergadura estratégica de la República Libanesa. El estado opera como foco logístico concediendo a Irán activar recursos militares con celeridad y claro está, su enclave limítrofe con Israel lo hace un espacio perfecto desde el que acrecentar la presión contra el estado hebreo. Además, la fatiga interna que padece el Líbano, unido a una economía, entidades y conexiones con sus vecinos a penas imaginarias, inducen a un escenario halagüeño para que la proyección de Hezbolá e Irán, se fijen en intereses contrastados.

Por otro lado, la atribución de Irán en la República de Yemen se modula alrededor de los huzíes, configurando cerca del 30% del conjunto poblacional yemení. Son chiís y armonizan tanto una ramificación política como militar. Los orígenes de la corriente se localizan en la década de los noventa, cuando su patrocinador, Hussein Badreddin al-Houthi (1959-2004), exmiembro de la Asamblea de Representantes de Yemen por el partido islámico Al-Haqq, fundó el movimiento al-Shabab al-Mumanin, que aspiraba acoplar el antiimperialismo con la teoría religiosa.

Esta tendencia ponía el acento en la educación sobre el zaidismo, la secta minoritaria dentro del chiismo cuya fe practican los huzíes. Éstos advertían que el efecto dominó del salafismo suní de Arabia Saudí se adentraba en Yemen, conjeturando una amenaza en su existir cotidiano. En 2003, el movimiento se lanza a involucrarse políticamente a raíz del respaldo de la dirección yemení a la guerra de Irak, impulsando la autonomía para la región de Sa’dah. Posteriormente, el Gobierno de Yemen encabezado por sunís, quiso contener a al-Houthi, pero éste naufragó y sus adeptos optaron por la insurgencia contra el Gobierno. Un años después, al-Houthi falleció durante las pugnas con el ejecutivo, aunque el movimiento siguió y contrajo su nombre.

“Con cada uno de estos movimientos perspicaces, bien hacia adelante, en diagonal, rectilíneo o combinado, Irán ha hecho real el ‘Gran Creciente chií’, que es mucho más que una báscula terrestre que engancha Persia con el Mar Mediterráneo”

Habiendo transcurrido el tiempo, el grupo ha puesto en escena diversas acciones insurgentes para destituir al Gobierno, que a su vez, ha hallado su puntal en Arabia Saudí. Ya en 2014, los huzíes lograron deponer a la dirección tras invadir la capital, Saná. De igual forma, detonó el enfrentamiento bélico que encara a los huzíes avalados por Irán y el régimen sostenido por Arabia Saudí. Desde entonces, se han ocasionado más de seis millones de desplazados y veintitrés millones de individuos penden gravemente de la ayuda humanitaria.

Esta organización se ha nutrido incondicionalmente, tanto en su dimensión como en las facultades, gracias al encajonado iraní que le confiere orientación, abastos e instrucción. Para Irán, la lucha en Yemen representa una coyuntura para deteriorar aún más a contendientes como Emiratos Árabes Unidos o Arabia Saudí. Realmente, como evidencian las circunstancias confirmadas, su engarce con los huzíes permite a Irán ser protagonista en el Estrecho de Bad el-Mandeb, punto estratégicamente esencial de la comercialización global.

Otras de las cuestiones es la afinidad entre Hamás e Irán que se remonta a los noventa. De ello se desprende que Estados Unidos descartó a Irán de la Conferencia de Paz de Madrid (30-X-1991/1-XI-1991), al sospechar que ésta pudiese boicotear los acuerdos. Irán, replicó perfilando una maniobra perspicaz para erigirse en el poder protector de Palestina, en oposición a los aliados norteamericanos en la región. Entretanto, el patrocinio a grupos palestinos como Hamás se convirtió en un contrafuerte de la política exterior iraní. Sin inmiscuir, que en 1992, la exclusión por parte de Israel de cientos de integrantes de la Yihad Islámica y Hamás a Siria y Líbano, fortaleció todavía más los nexos entre ambos. La invasión de Irak (20-III-2003/1-V-2003) igualmente tuvo repercusión en las relaciones entre Hamás e Irán. El final del Gobierno de Saddam Hussein (1937-2006) constituyó el cierre de la financiación iraquí para las familias de los palestinos matados, heridos o recluidos. Esto abrió el tarro de las esencias para que Irán enfundase con ahínco el desierto dejado por Irak.

A pesar de las inequívocas cautelas hacia Irán, Hamás admitió su apoyo, aunque exploró sortear una sujeción que atribuyera excesiva autoridad a los ayatolás sobre su accionar. Con todo, la muerte del entonces líder de Hamás Ábdel Aziz ar-Rantisi (1947-2004) extenuó a la organización, a la que no le quedó otra vía que aproximarse aún más a Teherán, con la premisa de rehacer su capacidad operante.

Podría decirse que desde este intervalo la financiación de Irán ha sido transcendental para Hamás. Este financiamiento se conjuga por medio de las tramas financieras del Líbano inspeccionadas por Hezbolá. Prueba de ello, es que en 2017 el líder de Hamás en Gaza advertía que Irán era el mayor soporte de la organización, tanto a nivel económico como militarmente. Toda vez, que desde Teherán fraguaron una fórmula para que las ganancias del petróleo confluyesen en organizaciones afines. Hay que recordar al respecto, que el petróleo iraní llegaba a Siria en una ejecución magistral en la que colaboraba Rusia, a través de dinero para la Guardia Revolucionaria que más tarde se repartía entre Hezbolá y Hamás.

Aun así, Hamás se maneja como pez en el agua y en el pasado ha tenido fuertes discrepancias con Irán. Conjuntamente, Irán no es el único benefactor de Hamás, ya que otros estados como Turquía, ha invertido en la organización.

Un ejemplo de estas divergencias es lo sucedido durante la guerra civil siria: Hamás es un grupo suní que se contrapone al régimen de Bashar Háfez al-Ássad (1965-58 años) por sus acometidas a la urbe suní, mientras que Irán aboga resueltamente por esta dirección. Esto causó tiranteces entre ambos, lo que llevó a Irán a enfriar la financiación de Hamás, pero con el paso del tiempo estas rigideces acabaron zanjándose y las relaciones entre Hamás y el régimen sirio se repararon en 2022. Además de Hamás, en Palestina se mueve la Yihad Islámica, una facción más extremista que rehúsa tomar parte del proceso político y que al igual que Hamás, recibe la mayor parte de su financiación de la República Islámica de Irán.

Y cómo no, la República de Iraq es una extensión de preferencia estratégica para Irán. Ambos estados poseen en común una frontera y son de mayoría chiita. Su historia agitada concita a Irán a pretender fomentar la solidez, en la que se reserve el predominio capaz como para salvaguardar sus intereses y contrarrestar las creíbles amenazas que puedan resultar desde Bagdad.

Curiosamente, sería la invasión de Irak por parte de Estados Unidos junto a Reino Unido, Australia y Polonia, la que abre de par en par las puertas a Bagdad a Teherán. Sin Saddam, uno de sus mayores contrincantes estratégicos y con el desequilibrio causado tras la fase de ocupación, se dieron los contextos favorables para que Irán trenzase sus redes de influencia con notoriedad.

Pero por encima de todo, el efecto dominó de Irán en Irak se codifica por medio de diversos actores adyacentes. Comprobadamente, el activo iraní más prestigioso era el clérigo chií Muqtada al-Sard (1974-50 años), el líder de la acreditada familia Sadr. Tal es así, que Irán le dispuso su propia milicia, conocida como el Ejército de al-Mahdi y que tuvo un concurso manifiesto durante la incursión norteamericana al combatir contra las fuerzas de Saddam. No obstante, al-Sard conservaba cierta independencia y planteaba un enfoque más nacionalista de Irak, lo que terminó abrumando su conexión con Irán. Por eso, desde Teherán intuyeron la obligación de apoyarse en otros grupos para asegurar su influjo, algunos ya presentes y otros de nueva data.


El primero al que hay que citar es la organización Badr, mostrándose en 1983 bajo la denominación de Brigadas Badr, e inicialmente procedía como el brazo militar de la Asamblea Suprema Islámica de Irak, una formación política que aspiraba establecer un sistema sugestionado en la Revolución iraní. Durante el conflicto bélico entre Irán e Irak (22-IX-1980/20-VIII-1988), las Brigadas Badr pelearon junto a la Guardia Revolucionaria contra el Gobierno de Saddam. Con la conclusión de la guerra, prosiguieron actuando en el Sur de Irak como una suerte de guerrilla.

Durante el período retratado la organización hizo lo posible por modernizarse, sustituyó su nombre e incluso desistió abiertamente a la violencia. Amén, que la noticia no llegó más lejos de las propias palabras, ya que emprendieron una cruenta cruzada sectaria contra la urbe suní iraquí. Tras diversas fases de transformación y un cisma circunscrito, la evolución del Estado Islámico instó que Badr lanzara una campaña de alistamiento intensivo y combatiera contra el ISIS.

Sucintamente, otra milicia que interviene en Irak con ayuda iraní es Asa’ib Ahl al-Haq (AAH), un partido político chií iraquí y grupo paramilitar activo en la insurgencia iraquí. El grupo está envuelto en la violencia sectaria tanto en Irak como en Siria. Tras el repliegue americano de Irak en 2011, informó que dejaba la vivacidad violenta y se convertiría en una fuerza política. En seguida, persiguiendo el prototipo de Hezbolá en el Líbano, AAH comenzó a proporcionar servicios sociales y educativos agrupando su fineza en el colectivo de huérfanos y viudas. A pesar de su pirueta a la política, tampoco consumaron su promesa y siguieron incurriendo en embates sectarios.

En similitud, Kata’ib Hezbolá, es otra milicia chií respaldada por Irán que perseveró por su resonancia durante la intrusión estadounidense, gracias a numerosos combates contra las tropas norteamericanas. Este grupo, valga la redundancia, guarda un claro programa antiestadounidense y tras la finalización de la invasión, fueron trasladados a luchar para preservar el régimen de al-Ássad.

Las organizaciones antes aludidas junto a otros componentes pertenecientes a las Fuerzas de Movilización Popular, se ensamblaron en una coalición electoral denominada Alianza Fatah, hasta erigirse en la segunda fuerza política del estado. Este arrastre se ensancha utilizando como base la edificación de templos chiitas, desde los que se vale para propagar su recado. A la vez, Irán procura agrandar la balanza demográfica de la comunidad chií en Siria, otorgando la ciudadanía a chiís extranjeros, fundamentalmente, en el caso de afganos e instalándose en Damasco.

Por otra parte, se estimula a los allegados de la Guardia Revolucionaria a que se establezcan en la capital, implantando barrios chiís que se han transformado en verdaderos baluartes proiraníes en el núcleo duro de Siria.

En lo que atañe al aspecto económico, las compañías iraníes abrigan una visión sustancial en el procedimiento del puerto de Latakia, localidad costera de Siria. Además, el régimen iraní está por la labor de construir una red ferroviaria que enlace la zona costera con el Oeste de Irán, lo que facilita la entrada de las exportaciones petrolíferas iranís al Mediterráneo. Obviamente, este lazo se define visiblemente en el mercado inmobiliario sirio, donde sociedades iranís o financieras emparentadas con la Guardia Revolucionaria adquieren posesiones, esencialmente en Damasco.

Esta especie de alianza cómplice se ha hecho valiosa para al-Ássad, porque con la detonación del conflicto bélico, Irán empleó tropas de sus milicias y Hezbolá se prestó al esfuerzo del Gobierno. Para ello Irán se encomendó al apoyo del régimen por tierra, mientras Rusia tendía su potencia aérea. Cuando la guerra iba inclinándose de cara a al-Ássad, Irán comenzó a descartar sus tropas hasta dejarla a merced de sus milicias y la Fuerza Quds, quienes con anterioridad se habían establecido en el país.

Por último, la República Árabe Siria, desempeña una posición estratégica crucial en Oriente Medio. Desde la perspectiva iraní, Siria se engloba en un corredor geográfico entre Teherán, Bagdad, Damasco y Beirut. De la misma manera que Líbano, su cercanía con relación a Israel le conforma duplicar la presión y lanzar misiles a la retaguardia de Israel, trasladar a los combatientes hacia los Altos del Golán para percutir otro frente en el límite Norte del Estado hebreo y supervisar los accesos hacia Cisjordania. Evidentemente, las irrupciones selectivas de la Fuerza Aérea de Israel tratan de destruir la infraestructura de Hezbolá en Líbano y Siria y así impedir la operatividad de dicho corredor. Mayormente, el área de Deir ez-Zor, al ser el punto caliente del itinerario de tráfico de armas y drogas desde Irak hasta Líbano.

“La República Islámica de Irán ha conseguido bordar una trama de aliados, o mejor dicho, de estructuras afines a modo de proxies, de las que se sirve resueltamente para extender sus prolongaciones en el territorio”

Es por lo que la Guardia Revolucionaria ha acrecentado su estampa en esta espiral, hasta el punto de que algunas voces críticas lo retratan como un protectorado iraní. Así, Irán fortalece sus engranajes con el régimen sirio. En el trazado político desde Teherán se abordan labores de contribución cultural, religiosa y educativa, mientras asisten al Gobierno de al-Ássad para afianzar su influjo. Y con relación al entramado religioso, Irán se esfuerza por agigantar su contrapeso entre los chiís alauitas, que es la minoría más representativa en Siria, a pesar de ser igualmente chiís, no corresponden a la rama imamí mayoritaria en Irán.

En consecuencia, Irán ha conseguido bordar una trama de aliados, o mejor dicho, de estructuras afines a modo de proxies, de las que se sirve atrevidamente para extender sus prolongaciones en el territorio. Pero los resquicios a favor de Teherán estaban por llegar y todos serían antecedidos por vacíos de poder, producto de coyunturas internacionales y de deslices políticos y militares de sus oponentes.

Véase como ejemplo el dominio infructuoso dejado por el derrumbe del régimen baazista en Irak, donde Irán se empecinó por hacer caer la balanza en la comunidad chií. Principalmente, conforme Estados Unidos se aventuraba en fijar un sistema electoral en el que habían de ser los chiíes quienes amansaran el mecanismo democrático. A un tiempo, Irán quería ganar su asignación de influencia en Afganistán, llegando a encontrarse armamento de elaboración persa en manos de los talibán, además de alistar a la minoría postergada de los hazaras.

Pero no sería hasta los últimos coletazos de la primera década del siglo XXI, cuando ocurrieron dos hechos que discriminaron Oriente Medio. La Primavera Árabe (17/XII/2010) con la resultante soflama regional y la incidencia del Estado Islámico y sus filiales, confluyendo en arduas lagunas de poder. En tanto, el Gobierno sirio libró una feroz batalla contra la oposición, hasta que la desintegración del ejército regular le obligó a demandar el refuerzo de Hezbolá, al objeto de recuperar la ciudad de Al Qusayr.

Sin duda, era la primera vez que el Eje de Resistencia desenvolvió sus bríos terrestres sobre la superficie siria. Paralelamente, Dáesh instauró su fortín en la ciudad de Raqa, al Norte de Siria y desembuchó su embestida que le convertiría en la espada de Damocles mundial tras hincar de rodillas al Estado iraquí y en cierta manera, al sirio.

Así, tanto la Administración de Irak como de Siria precisaban de auxilio exterior y el Eje de Resistencia estaba predispuesto a proporcionarlo. En Irak, las milicias iraníes se erigieron en la punta de lanza en la ofensiva contra los yihadistas. Mientras que en Siria, ante una dirección en pleno retroceso, el Eje de Resistencia y sus milicias tomaron el Centro y Norte, ejerciendo sin parangón su voluntad. Prueba de ello, es que a punta de fusil cobran tributos a quienes residen en la zona.

Juntamente, el enfrentamiento bélico de Yemen y los triunfos hutíes allanaron el camino a Teherán para adjudicarse influjo sobre su capital, Saná y el litoral junto al estrecho de Bad el-Mandeb, a la vez que aprovisionó al grupo yemení con misiles y drones de largo alcance y minas con las que generar inestabilidad en el Mar Rojo. Con lo cual, con cada uno de estos movimientos perspicaces, bien hacia adelante, en diagonal, rectilíneo o combinado, Irán ha hecho real el ‘Gran Creciente chií’, que es mucho más que una báscula terrestre que engancha Persia con el Mar Mediterráneo. Alegóricamente, es una fortuna de estepa incalculable en la que ocultarse, operar y asestar el golpe, transformando esta enorme extensión en una fuente de supremacía colosal.

Finalmente, la mutabilidad en los países del sudoeste asiático con visos a la oscilación, no sólo no ha trabado los esfuerzos iranís por optimizar su posicionamiento, sino que por el contrario, ha dejado al régimen de Teherán incidir más activamente en estados como Irak, Yemen o Siria, al tiempo que se alineaba en el Líbano. Hoy por hoy, estos proxies forman parte atómica del modus operandi exterior de Irán y proseguirán siéndolo en su devenir, convirtiéndose en un actor a tener en cuenta en los muchos conflictos que permanecen enquistados en Oriente Medio.

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