Irán en el ojo de la tormenta

No es nada nuevo que con la llegada de Mahmud Ahmadineyad a las altas esferas del poder iraní en agosto del 2005, la República Islámica ha introducido en su agenda dos temas que causan indignación y preocupación en buena parte del mundo. Su agresivo agit-prop comenzó banalizando y negando el Holocausto judío y la masacre causada por el nazismo a millones de personas (judíos, gitanos, eslavos, opositores de diferentes nacionalidades, alemanes incluidos, y muchos otros). Factor clave de dicha propaganda es su inveterado antisemitismo, en el que se presentan mitomanías carácterísticas como el plan de dominio judío sobre el mundo, con toda la parafernalia de curiosas y rocambolescas conspiraciones, y el objetivo final de la destrucción del Estado de Israel, encarnación del Satán de pueblos y naciones. Dirán ustedes que ésto no es grave, o que no les estoy contando nada que no sepan, que son palabras al puro estilo levantino y que no hay que darle importancia, total, sólo quiere destruir a Israel.
Curiosamente, lo que sí ha empezado a inquietar es el desarrollo del programa nuclear iraní. Los socios occidentales de Irán se retiraron de este programa tras la revolución de 1979, pero en 1995 Teherán firmó un contrato con Rusia para retomarlo, y desde entonces ni gestiones ni sanciones occidentales han podido paralizar el proyecto, que proporcionará a Irán la posibilidad que tiene cualquier Estado nuclear de fabricar armas atómicas en un plazo relativamente breve de tiempo, si su gobierno tomara la decisión de dar ese paso. Aunque durante años el líder supremo de Irán, Alí Jameneí, ha declarado el armamento nuclear contrario al Islam y las autoridades han declarado que no fabricarán armas de esta índole, la mera posibilidad de que eso suceda supone ya un trastorno considerable del equilibrio geopolítico de Oriente Medio, tan importante para la política mundial. Conocida la retórica anti-israelí y anti-occidental de la clase dirigente iraní, resulta preocupante  que al mismo tiempo los iraníes hayan venido desarrollando un programa balístico de misiles de corto, mediano y largo alcance. Largo alcance que permite establecer blancos más allá de Israel, proyectando la capacidad de la fuerza militar iraní allende su entorno más inmediato. Esta circunstancia hace temblar y despertar del sueño apaciguador por el que Occidente es reconocido. Indudablemente, hay fantasías que matan.
Evidentemente, Irán tiene sus argumentos para defenderse. Es un Estado soberano que a diferencia de la mayoría de sus vecinos lleva siglos sin agredir a nadie militarmente, y que tiene derecho como todos a tener sus FF.AA. bien equipadas, misiles balísticos incluidos. Muchos Estados los tienen, sólo para utilizarlos en caso de ser atacados. Irán es un Estado soberano y tiene todo el derecho de disponer de fuentes de energía alternativas, como en este caso la nuclear. Muchos estados las han desarrollado. El petróleo no es eterno; por tanto, los iraníes hacen bien en prepararse para cuando falte, por no hablar de otros usos de la tecnología nuclear, por ejemplo en radiología médica y otras aplicaciones. Además, como miembro del Tratado de No Proliferación, el programa nuclear iraní es supervisado sistemáticamente por la Agencia Internacional de la Energía Atómica, que tiene cámaras instaladas para vigilar el enriquecimiento de uranio. La AIEA certifica que no ha observado desviación de ninguna cantidad del uranio de bajo enriquecimiento que produce Irán, inútil para fabricar bombas, pues para eso haría falta "uranio altamente enriquecido.
Los defensores de Irán señalan que las provocaciones sobre el Holocausto o sobre el dominio judío sobre el mundo son fanfarronadas propias de la retórica levantina. Niegan, igualmente, la pretensión iraní de destruir Israel. Lo que dicen es que el “régimen sionista” -al que distinguen del país Israel- colonialista, imperialista, genocida, practicante de apartheid, desaparecerá de la historia, como lo han hecho la URSS o el régimen sudafricano.
Claro que Irán mantiene una guerra de baja intensidad con Israel financiando a Hezbolá en Líbano o a Hamás en Palestina, igual que EE.UU. mantiene partidas presupuestarias destinadas a forzar un cambio de régimen en Irán. Las amenazas se producen en las dos direcciones. Amén de hacer justicia, no seamos mal pensados, nada indica que Irán vaya a hacer esto. Este discurso sólo forma parte de los esfuerzos de Irán para congraciarse con los árabes y de paso hacer subir el precio del petróleo. (Pero ¿no es precisamente el programa balístico de corto y medio alcance una amenaza cierta para los países árabes del entorno? ¿No es Irán un fuerte competidor en el mercado del crudo? ¿No es Hizboláh una cabeza de puente en el Mediterráneo para los ayatolas y un cáncer para los palestinos Hamas?).
Desde el 2006, medios occidentales plantean sospechas de que Teherán quiso desarrollar bombas atómicas, pero ni las negociaciones ni las sanciones de EE.UU., ni los virus informáticos, han conseguido persuadir a Teherán de abandonar su programa. En los últimos días, hemos sido testigos de la retirada de diplomáticos como respuesta a los ataques a la embajada británica en Teherán, del doble juego de Francia reduciendo su personal, las amenazas de Israel de atacar militarmente, la propuesta de prohibir la importación de petróleo iraní en la Unión Europea. Esta guerra no convencional, "sin víctimas", estoy casi segura que no va a desembocar en un ataque militar y les digo por qué. Principalmente, porque todos saben lo que se juegan. En caso de un ataque militar, Irán usará su petróleo y cortará el paso por el estrecho de Ormuz, la boca del Golfo Pérsico, por la que sale un tercio del crudo que se consume en el mundo. Ésto traería graves consecuencias, me atrevería a decir que sería suicida. Sin olvidar la actual crisis mundial, en especial en la "zona euro" y en concreto en los países del sur de Europa, que tenemos una gran dependencia del crudo iraní.
No sé por qué me da a mí que Irán saldrá "vencedor" en su confrontación con Occidente. Todo depende del efecto de las sanciones económicas, que, sin embargo, a quien más afectan es a la población civil iraní y no a sus gobernantes, como ya pasó con el Irak de Sadam Husein. Pero a diferencia del antiguo régimen baazista de Bagdad, en Teherán ya se han producido crisis políticas de desenlace incierto: el ex primer ministro Musaví y el ex presidente del parlamento Karrubí están recluidos desde febrero sin juicio, hay cientos de presos políticos y los enfrentamientos crecientes entre Ahmadineyad y el resto del aparato del Estado liderado por el ayatolá Jameneí hacen probable el estallido de las contradicciones internas que hasta ahora la represión ha conseguido acallar en Irán. Los enfrentamientos entre la facción de Ahmadineyad y el núcleo dominado por Jameneí, en un plano menor que los Lariyani y otras facciones, son constantes desde hace meses, aunque la prensa española no tenga conocimiento suficiente para acceder a esta información, que sin embargo es accesible en otras fuentes.
Es verdad que estas contradicciones seguirán creciendo, a no ser que un agravamiento de las amenazas militares extranjeras ayude a Jamenei a imponer una unidad entre las distintas facciones que quedan. Las cosas en Irán están muy difíciles, peor de lo que cree Occidente. No habrá guerra, ataque militar, el gobierno acabará cediendo porque la generación que no hizo la revolución es ya muy mayoritaria, y el fracaso del fundamentalismo en Irán es evidente. Lo único que está consiguiendo el régimen islámista es que cada vez más jóvenes renieguen del Islam, forzando a exiliarse a la juventud más preparada. Creo que Irán debe mantener con sus vecinos las mejores relaciones posibles, con Israel y los países occidentales. Esperemos por el bien de todos, que reine la sensatez para que triunfe la paz.