Se ha preguntado usted, amable lector, qué le mueve a un ciudadano a seguir escribiendo asiduamente en un medio cuando lo único que recibe son descalificaciones, insultos y amenazas? ¿No se ha preguntado usted alguna vez que en esos casos sería mejor dejar de hacerlo o escribir a favor de viento, y unirse a la opinión general del populacho? ¿Qué necesidad tiene nadie de ir contracorriente de lo que piensa la gran masa? ¿Qué se gana con ello? En esos casos, escribir, ¿para qué? Tal vez podría empezar a responder esa pregunta de manera grandilocuente y afectada, así, de esta manera: “el que se somete es despreciable”. Y aquí podría zanjar la cuestión. Pero no, acaso sea necesario apuntalar un poco más esa respuesta. Escribir para resistir. Más aún, escribir para escandalizar. Sí, ha leído bien, para escandalizar. Si quieres interesar a los demás tienes que provocarles, decía el genial Dalí. Lo ha recordado también el insigne escritor Luis Goytisolo: escribir para inquietar, no para complacer. Además, Platón se refería así al inconformismo: “Hay dos formas de inconformismo: una, activa, y la otra, indolente y plañidera”. Esta última forma –la plañidera– es la que el ciudadano cultiva como una planta preciosa, apoyando el codo en la barra de los bares, en los cafés, o en las tertulias domésticas. Los españoles somos campeones mundiales de la crítica plañidera, pero nunca la ponemos en práctica.
España ha sido siempre un mal país para llevarle la contraria a la masa. Es peligroso. Llamar al pan, pan y al vino, vino es sumamente peligroso para quien lo ponga en práctica en esta tierra de bárbaros. Esa masa infame, vocinglera y amenazante no quiere ver, en modo alguno, cómo alguien hace uso de su libertad de expresión. ¡No, eso, no! Los integrantes de esa chusma suelen argüir que lo que escribe tal o cual individuo no se puede escribir, hay que censurarlo. ¿Cómo se permite que se digan esas cosas en la prensa? Cuando a los necios se les enfrenta a sus propias necedades, en el mejor de los casos, intentan destruir las evidencias, y, en el peor, destruir a quienes se las ponen delante de sus narices. Actúan así, no movidos, evidentemente, por su sentido democrático de las cosas y de las conductas, no, actúan así porque, por el contrario, son antidemocráticos y reaccionarios, sean políticos o religiosos. Tanto monta. A esos despreciables censores antidemocráticos se les podría aplicar la sentencia del insigne poeta jerezano Caballero Bonald: “Los amanuenses son los que escriben al dictado. Y los que escriben al dictado se parecen mucho a los que aceptan la esclavitud”.
Se ha convertido en un lugar común de los reaccionarios de izquierda y religiosos oponer como todo argumento, a aquello que no cuadra a sus convicciones, la descalificación y la amenaza. Como carecen de argumentos sacan a pasear el insulto, sin percatarse de que el insulto los descalifica a ellos, no a quien va dirigido. Así son de necios y de ignorantes. Se erigen en censores de tu libertad de expresión y de opinión, y, a cambio, te ofrecen la suya: la libertad de los necios. Tratan por todos los medios de silenciarte a golpe de exabrupto. Apelan a la ley, pero esos sectarios, religiosos y políticos, quieren que esa ley, a la que siempre apelan, esté de su lado. ¡Faltaría más!
Todo este entramado forma parte de lo que el Sistema ha ido tejiendo a nuestro alrededor sin que prácticamente nos diésemos cuenta. Incluso, nos hemos dado cuenta tarde de que había un Sistema, que conspira contra la ciudadanía para convertirla en una masa aborregada, en un rebaño. Convertirla en una masa indiferenciada, cuyas opiniones son duramente censuradas y quienes las emitan son insultados y amenazados con leyes mordaza, que los secuaces del propio Sistema han puesto en circulación, y penden, cual espada de Damocles, sobre el ingenuo ciudadano. Estos vigilantes del Sistema, sus apóstoles, cuidan de que el rebaño ciudadano se comporte como tal, como un rebaño, que ha de ser dirigido por esos perros guardianes de la ortodoxia del Sistema. Viene, aquí, al pelo, el gran Pushkin, que nos advierte severamente, en estos versos, de lo que les espera a quienes se conducen como un rebaño: “¿Qué rebaño posee / el don de la libertad? / De generación en generación / no dejarán otra herencia / que el yugo y las esquilas / bajo el látigo”.
Llegados a este punto, la pregunta escrita al principio sigue vigente: ¿Qué mueve a un ciudadano a escribir asiduamente en un medio a pesar de los insultos y amenazas que recibe de los miserables secuaces del Sistema? Pues, eso, le mueve su independencia, no querer ser un esclavo, no querer ser masa, no querer pertenecer al rebaño silente. No querer ser un tonto útil, no querer ser despreciable. ¿No es suficiente? ¡Ah!, y una recomendación, amigo, si no te gusta lo que escribo, no me leas, ¡joder!, lee tus panfletos políticos sectarios y/o fanáticos religiosos, y otra recomendación más, yo digo, como Mauricio Carlotti, que “si tú no te das cuenta de quién está pagando la factura de la fiesta, lo más probable es que la estés pagando tú”. Es decir, que tú seas el primo.
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