Categorías: Opinión

¿Por qué Alemania ataca a España?

Ahora ha sido a propósito de la denominada “crisis de los pepinos”. Hace poco menos de un año lo fue como consecuencia de la crisis bancaria. Lo cierto es que aún no puedo explicarme con certeza la razón de estos furibundos ataques. Ni siquiera si ambos están relacionados. O si, como sugiere alguna de nuestras políticas, todos parten de los mismos sectores económicos interesados en hundir nuestra economía. Pero el asunto me preocupa bastante. Primero, porque Alemania es un gran país, tradicionalmente amigo de España y de los españoles. Segundo, porque España no se merece ser objeto de rumores infundados, que tanto perjuicio causan a los más débiles (en este caso a los agricultores). Tercero, porque dañando la imagen de España, se perjudica a la Unión Europea.
En un artículo titulado ¿Por qué Berlín ataca a España?, publicado en El País del 20 de junio de 2010, se informaba que la agencia Reuters había puesto al descubierto que dos funcionarios alemanes habían comunicado a esta agencia que España estaba preparando la petición de ayuda del fondo de rescate. Esta noticia, desmentida en su día por nuestras autoridades, y después de un año, por la propia realidad, pero publicada por el Financial Times Deuschland y por el Frankfurtes  Allgemeine  Zeitung, entre otros, causó no pocos problemas financieros, derivados de la falta de confianza de los mercados en nuestra economía. Sin embargo, como también se daba cuenta en esta noticia, de entre las 40 entidades bancarias que habían solicitado ayudas a Bruselas, ninguna era española, pero sí había una decena de alemanas. Aunque tampoco deja de ser cierto que las bajas expectativas de crecimiento económico, o el índice de paro, son totalmente distintas en Alemania y en España. Quizás sea esta situación, ayudada por las falsas noticias que se difunden, lo que explique, en parte, el diferencial de nuestra prima de riesgo respecto a Alemania.
Al año de aquello, cuando la crisis parecía que empezaba a controlarse, nos viene la alerta sanitaria por verduras contaminadas con la bacteria E. Coli, que justamente daña a uno de los pocos sectores que está tirando de nuestra economía. El de las exportaciones agrarias. Y además surge de una forma esperpéntica, más propia del guión de una película de Berlanga, que del prudente proceder que se le ha de exigir a un político europeo.  El hecho es que el jueves 26, la senadora de Hamburgo, Cornelia Prüfer-Storks, sin pruebas concluyentes de ningún tipo, como se ha demostrado después, señala a los pepinos andaluces como fuentes de la infección. A partir de ahí, se lanza una alerta sanitaria europea y comienza un auténtico calvario para nuestros productores. Tras rigurosos análisis científicos, cinco días más tarde dicha senadora reconoce públicamente que los pepinos españoles no eran la causa de la infección. En la actualidad, la enfermedad se extiende a más países europeos y sigue sin conocerse el origen real de la misma. El daño a nuestro sector exportador ya está hecho (esperemos que no sea irreparable). El perjuicio real a nuestra economía también.  El deterioro de nuestro prestigio y solvencia financiera se incrementa. Aún más, con las últimas informaciones de la ruptura de conversaciones entre los agentes sociales, fundamentalmente por el radical giro producido en las posturas de la patronal madrileña.
Como dicen muchos analistas de solvencia, si la Unión Europea tuviera que acudir a rescatar a España, los fondos existentes para ello no serían suficientes. Simplemente se estaría poniendo en riesgo la propia supervivencia del euro como moneda común. Y quién sabe, quizás la propia idea de Europa en sí. Para muchos grupos económicos aferrados a la idea ultraliberal de la libertad absoluta de los mercados, sería un gran día. Sin embargo, las clases trabajadoras europeas estarían ante el inicio de un retroceso sin precedentes en sus derechos sociales.
La enseñanza que se ha de sacar de todo esto es fácil. Si la señora senadora alemana actuó con precipitación e imprudencia, el camino que le queda no es más que el de dimitir y pedir perdón. Y a su país, el de indemnizar por los daños causados. Y haya o no grupo de interés detrás de todo este montaje, la experiencia nos debería servir para reafirmarnos en alguna las ideas que se propugnan desde el denominado “Movimiento 15-M”, de un mayor control de los mercados y de una reinvención de la cosa pública como algo de todos, no de unos cuantos.
Casualmente, en sepiembre iré a Hamburgo a un congreso académico sobre la economía del sector servicios. Lo primero que pediré de comer será una ensalada con verduras españolas. Sobre todo con pepino andaluz, aunque sin quitar la cáscara, para que no me haga daño. Y de postre, melón, que si es de campo es bueno. Aunque también probaré las magníficas salchichas de Frankfurt y la cerveza de Münich. Sin acritud. Pues yo sigo siendo amigo de los alemanes.

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