Categorías: Opinión

¿Para qué sirve un sindicato?

Este es el título del pequeño libro, casi de bolsillo, de mi buen amigo y colega Antonio Baylos, catedrático de Derecho del Trabajo en la Universidad de Castilla-La Mancha. Es una publicación oportuna y muy sugerente, pues en ella se hace un repaso histórico del sindicalismo obrero, aunque sin abandonar el rigor técnico que le caracteriza, pues consigue encajarlo de forma magistral en el núcleo central de las constituciones y legislaciones más avanzadas del mundo, que conforman el cuerpo jurídico básico de las democracias modernas.
Pero, ¿qué es un sindicato?. Desde un punto de vista social, sería una organización integrada por trabajadores en defensa y promoción de sus intereses sociales, económicos y profesionales. Jurídicamente sería una especie de asociación voluntaria y permanente, un sujeto colectivo que representa a los afiliados para tutelar y defender sus intereses como grupo. Pero además, como nos explica el autor, la palabra sindicato ha sido reconducida a una libertad política fundamental en todas las constituciones democráticas y ha sido reconocida como un derecho universal en los tratados internacionales y en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Por tanto, el sindicato tiene como objetivo fundacional, defender a los trabajadores asociados o afiliados al mismo. Y para ello se dota de dos instrumentos fundamentales, que además están reconocidos y protegidos legalmente: La negociación colectiva y la huelga. Pero además, el sindicato no solo representa y defiende a los trabajadores como individuos, sino como clase social. Esta es la razón de ser y la esencia del sindicalismo. La defensa de los intereses de la clase obrera.
Por ello, para creer en el sindicalismo, la primera condición es reconocer que existen las clases sociales. La segunda sería comprender que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. La presente crisis económica no es más que un capítulo más de esta lucha, en la que la clase empresarial busca recuperar puntos en el reparto global de la renta, a costa de la clase trabajadora. Esta y no otra es la explicación que se ha de dar al incremento de la desigualdad en el mundo. Entre países, y dentro de los países, entre territorios y clases sociales. El retroceso que se está experimentando en los derechos sociales no es más que una parte de este nuevo reparto de poder.
Por tanto, la existencia del sindicato es esencial, pues es la única organización con la fuerza suficiente para poder enfrentarse a la autoridad del empresario, que impone la organización y las condiciones del trabajo, afectando estas últimas a la vida y a la propia existencia social de los trabajadores. Por esta razón, continúa explicando el autor, el sindicato se proyecta más allá de las relaciones laborales, llegando a la esfera social y, por tanto, al poder público de las autoridades de gobierno. Esta sería la razón de que su representatividad vaya más allá de la del propio afiliado, a través de los Comités de Empresa.
Lo anterior nos lleva a la conclusión de que el sindicato, para cumplir sus fines y ser útil, ha de ir más allá de la defensa de las condiciones laborales en la empresa. También ha de abordar el cambio en el modo de producir y las propias condiciones sociales de dignidad y seguridad en el trabajo. Y lo ha de hacer en un contexto de conflicto permanente, de confrontación, pues la misma deriva de una situación de subordinación social, económica y cultural de las clases trabajadoras en la sociedad.  
Lo anterior no es más que un refrescante recordatorio de lo que ha sido, es y debe ser un sindicato. Sin embargo, desde finales del siglo XX, como se nos explica en la obra, el proceso de desapego de los trabajadores a los sindicatos ha sido continuo. Una posible explicación es que las propias organizaciones sindicales se han encerrado en sus repeticiones y burocracias, que se han ido acentuando conforme se ha desdibujado de forma más intensa el antiguo sistema fordista de producción, frente a nuevos trabajos y servicios organizados de forma flexible y descentralizada, a las que el sindicalismo tradicional no ha sabido dar respuesta. La segunda explicación ha sido la agresividad y violencia desplegada por los poderes públicos y privados frente a los sindicatos. En muchos países del mundo, ser sindicalista sigue siendo una auténtica heroicidad. El atentado y la muerte, lamentablemente, suelen ser las consecuencias de la creación de un sindicato en demasiados lugares.
En países más avanzados, como el nuestro, el ataque y violencia contra los sindicatos  y los sindicalistas se hace de otra forma. La más nociva es intentar confundir a la opinión pública, achacando conductas individuales, reprochables, al conjunto de las organizaciones sindicales. Esto, aparte de injusto, atenta contra los cimientos de la propia democracia. Fundamentalmente por esto hay que defender a los sindicatos. Pero también, porque con su desaparición perderíamos muchos más derechos y conquistas sociales.

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