Aunque es cierto que en España, gracias al libro titulado Ensayo sobre Cioran, publicado en 1992 por su amigo Fernando Savater, las ideas del filósofo rumano resultan familiares a muchos de los lectores, tengo la fundada convicción de que sus obras no han sido suficientemente examinadas ni adecuadamente valoradas. En mi opinión la publicación de Soledad y destino nos proporciona una ventajosa oportunidad para que, no sólo los filósofos profesionales, sino también los interesados en el pensamiento actual, profundicemos en ese fondo teórico que, oculto, late en la mayoría de las propuestas y de los comentarios que escuchamos en los medios de comunicación. Aunque es cierto que sus análisis sobre los criterios y sobre las pautas de los pensadores profesionales se refieren directamente a su país y a la Europa de la primera mitad del siglo XX, en mi opinión, todas sus conclusiones son aplicables a la situación actual y, de manera especial, a España. Sus reflexiones, además, son invitaciones para que, ahondando en nuestro mundo interior, ambicionemos construir nuestra realización personal, nuestro modelo de existencia humana. Él nos deja claro, incluso, que la falta de conciencia sobre el propio valor es la fuente de las anomalías de la vida social.
Fíjense, por ejemplo, en su denuncia de la jactancia de los que frecuentemente presumimos de “espíritu crítico” mientras que seguimos apoyando nuestros análisis en unos “viejos moldes que nublan nuestra conciencia”. Cioran parte del supuesto de que, en vez de aspirar a buscar conceptos, principios y reglas inamovibles, deberíamos ser conscientes de que la seguridad, el equilibrio y la tranquilidad constituyen la “muerte prematura” de esos intelectuales que nunca han pensado por su propia cuenta sino que se complacen con resumir lo que han dicho los demás. Califica el éxito como un camino de ilusiones vacías que, al oscurecer el análisis interior, crean un mundo ficticio de aspiraciones sin fundamentos y, en consecuencia, como un impedimento para tomar conciencia de nuestro valor personal, de nuestras posibilidades y de nuestros límites. Afirma textualmente que “el entusiasmo que caracteriza a los hombres superficiales los lleva a vivir en un estado de ilusión y de inconsciencia que les impide vivir la propia vida”. Sus análisis son aplicables a las actitudes, a los gestos, a las palabras y a los comportamientos de muchos de nuestros autoproclamados intelectuales que carecen de veracidad, de humildad, de humanidad y a los que les sobran suficiencia, autocomplacencia, engreimiento y cuentos, sí, muchos cuentos.
Cioran llega a la conclusión de que las raíces de la decadencia en Occidente nacen de la escasez de vida interior cuya profundidad depende, más que de la cantidad de las informaciones que acumulamos, de la intensidad con la que vivimos los problemas. Él no acepta, por ejemplo, que ante la miseria adoptemos una perspectiva estética porque, a su juicio, recrearse con los sufrimientos de los marginados sin comprometerse con sus problemas es una frivolidad que pone de manifiesto la ignorancia y la superficialidad de quienes conciben las angustias humanas como espectáculos dignos de recreo y de diversión.
Sus razonamientos sobre “Individuo y cultura”, “el sentido de la cultura contemporánea”, “lo irracional en la vida” “la perspectiva pesimista en la historia”, “la visión de la muerte en el arte nórdico”, “los estados depresivos”, “la conciencia y a vida”, “hacia otra moral sexual”, “elogio de los apasionados”, “fe y desesperación” o “la inarticulación histórica de España” nos ofrecen unos criterios importantes para que reconsideremos los supuestos en los que se fundamentan la mayoría de los análisis actuales. Sus observaciones sobre obras de artistas y escritores de diferentes géneros como la melancolía en Durero, el dibujo de Oscar Kokoschka, el pensamiento dogmático de Lucian Blaga, la religión de Simon Frank, la concepción religiosa de la historia de Erwin Reisner, ponen de manifiesto, además de la fuerza y de la agudeza de sus argumentos, la intensidad de un discurso que, por su belleza literaria y por su penetración psicológica, nos estimula para que replanteemos algunas de nuestras convicciones convencionales.
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