Y un año más la pertinencia del doble vector/guía. El político, “A pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, España a veces da la impresión de tener más dificultades que otros países similares no ya para definir sino hasta para localizar e incluso para identificar el interés nacional”. Y el diplomático, “Hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no habrá normalizado de manera cumplida la posición que corresponde en el concierto de las naciones al gran país que fue primera potencia mundial y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes”.
Filosofía y técnica diplomáticas parecen erigirse así en una diarquía insoslayable para el quehacer exterior de España, en tan histórico, recurrente e irresuelto aunque no irresoluble tema de los contenciosos diplomáticos, donde tras larga, fructífera sería otra cuestión, dedicación por mi parte, desde que fui el primer y único diplomático que se ocupó in situ de los compatriotas que quedaron en el Sáhara, los 335 que censé, en lo que quizá fue una de las mayores operaciones de protección de connacionales del siglo XX, mi competencia está reconocida dentro y fuera de España, tal vez némine discrepante.
Paso, pues, con el permiso de mis lectores, y con total tranquilidad de conciencia moral y administrativa a repetirme en el fondo y en la forma, casi al pie de la letra, reflexiva, didáctica, inevitablemente. Hace una década que el Instituto de Estudios Ceutíes, en primera línea de nuestros conflictos territoriales, en los que ellos mismos están inmersos, pedía públicamente que se contara conmigo a la vista del creciente déficit que en general presentan. Y tengo para mí que la situación, en el obligado eufemismo, no ha mejorado demasiado.
Dentro de los diferendos, en Las Salvajes, asentada la posición lusitana en superficie con una diplomacia más ágil e incisiva, y descartada la propuesta voluntarista y superadora desde Canarias de ir a un condominio, que yo mismo califiqué en su momento de más bien tardía, la controversia, focalizada en los miles de kms. de aguas circundantes ricas en pesquerías y potenciales en gas y petróleo, ha sido abruptamente sacada del limbo negociador el pasado año con las disposiciones unilaterales de Marruecos y Argelia sobre aguas jurisdiccionales. Obsérvese para calibrar debidamente la incidencia que sólo la delimitación rabatí afecta nada menos que a las de Canarias, las de Ceuta y Melilla y las del Sáhara.
Respecto de Perejl, procede reiterar, ante una hipotética aunque asaz improbable disputa judicial por la soberanía, que parece existir un mejor, no un único pero sí un mejor derecho de España. Y Olivenza, donde indiscutible el derecho español, e inscribible en las relaciones de (buena) vecindad que con Portugal como con Iberoamérica, tienen que ser siempre las mejores, el incómodo no entendimiento continúa recluido al terreno cartográfico, obviando posibles salidas como un referéndum, que según están las cosas, parece que arrojaría color español.
“Respecto de Perejl, procede reiterar, ante una hipotética aunque asaz improbable disputa judicial por la soberanía, que parece existir un mejor, no un único pero sí un mejor derecho de España”
Es decir, que en los tres diferendos, como en los tres grandes contenciosos, Madrid continúa esgrimiendo una táctica de respuesta, no de iniciativa, jugando con las negras en lugar de rentabilizar el empuje de las blancas, dejando a veces que los temas se deterioren hasta extremos de difícil reconducción, lo que en términos operativos aboca a una política exterior insuficiente en tan proceloso tablero. Esto es, la estrategia tal vez sea mejorable, no sólo a causa de sus dosis de patente, hipotecante (vocablo que en cuanto no jurídico, ofrezco, al igual que he hecho con otros, a mis desconocidos amigos los sucesivos Secretarios perpetuos de la Lengua) pasividad sino además, porque las acciones, aprovechando en buena técnica las por lo demás escasas coyunturas favorables, no todas parecen estar regidas por el mayor acierto, dato o subdato éste que no parece requerir ulterior consideración y que nos lleva a los contenciosos
En el Sáhara, la ceremonia de tan visible confusión en términos de ortodoxia internacional, continúa acentuándose ahora con un elemento puramente mecanicista: hace ya demasiados meses que Naciones Unidas prosigue sin nombrar mediador y sin que “se les demude la color” a ninguno de los participantes, alguno con responsabilidad histórica y otros con tasas de interés y atingencia variables. Por nuestra parte, ahí está “la Carta de los 43”, en la que ese número simbólico, referido a los años transcurridos del conflicto, con tratadistas de la diplomacia, la universidad, la milicia, piden que se me designe para coadyuvar con el mediador de la ONU, claro que cuando esté nombrado, y para que España tenga la debida, mayor visibilidad.
Se trataría de desbloquear tan enconada contienda, de intentar llegar o aproximarse al convencional “ni vencedores ni vencidos”, que desde su bien probada sagesse habría acuñado Hassan II en la histórica entrevista de Marrakech, única con participación del trono alauita, con el rey cordialmente despectivo; los guerrilleros sumisamente altivos, y los palmerales cantados por los poetas. Y después, quién sabe, quizá la partición, que lanzó Kofi Annan en el 2002, auspiciada desde la omnipresente en este tipo de conflictos, realpolitik.
Sólo la partición y no la autonomía tras un tiempo de integración, permiten asegurar la continuidad de la nación, de la entidad, de la identidad saharaui, de “los hijos de la nube”. Mientras que la sin duda habilísima maniobra rabatí de conseguir el reconocimiento de su soberanía sobre el Sáhara por parte de la Casa Blanca a cambio de apuntalar a Israel en el comprensiblemente esquivo mundo árabe, no se ha traducido en las adhesiones esperadas ¿con suficiente fundamento? y paradójicamente parece haber ahora margen suficiente como antes impensado de una menor fijeza en la posición maximalista de Rabat, a fin de llegar a un acuerdo entre las partes, siempre de la mano de la realpolitik. Frente a la técnica diplomática de Hassan II, nunca olvidaré aquellos crepúsculos calmos y azules del añorado Rabat, el gran dosificador de los tiempos con España, desde “la lógica de la historia”, desde “el tiempo hará su obra”, un Mohamed VI, más urgido, se ha orientado hacia una “diplomacia acelerada”, que hasta por definición no da buenos resultados como ya he dejado escrito. Para colmo, la ruptura de relaciones que le ha endosado su enemigo histórico Argel, le ha llevado a un proceso de marcha atrás con Madrid cuyo alcance queda a determinar aunque se podría semi pronosticar, tras intentar forzarla a que abandone su posición en Naciones Unidas mediante acciones no fácilmente calificables.
Ahora, todos saludamos “la inédita etapa”, que acaba de anunciar el soberano alauita, a quien recuerdo con una personalidad resuelta para sus doce años en el funeral de Franco y la coronación de Juan Carlos I, en representación de su padre, augurando unas prometedoras relaciones con el vecino del Norte, que deberán comenzar con la esperada Reunión de alto nivel, donde en verdad la parte española tiene ante sí un modélico ejercicio de ingeniería diplomática, compatibilizando el objetivo central de revitalizar los seculares lazos con el vecino del Sur, en su polícroma globalidad, la más compleja de los países limítrofes, con la firmeza en los principios amén de la cobertura bastante en perspectivas razonables de algún que otro de sus flancos.
Sobre Ceuta y Melilla, vengo alertando hace tiempo acerca de la creciente hipostenia de la posición y el animus españoles. Dice Ignacio Cembrero, “tras trece años sin citarlas, Mohamed VI se está dedicando, discretamente, a asfixiarlas económicamente. Ya están en coma vegetativo”. Entre la veintena de salidas, el término soluciones aquí resultaría forzado, que vengo proponiendo desde hace un par de décadas, también he argumentado la oportunidad, si en tan delicada cuestión, el más poliédrico y enrevesado de nuestros contenciosos, algo pudiera ser cabalmente oportuno, de la diplomacia regia, valioso instrumento suplementario antes que complementario de la acción del gobierno y actuante desde don Juan con Hassan II, cuyo entendimiento se acentuaba con el humo cómplice de dos empedernidos fumadores. Y técnicamente me he referido en numerosas ocasiones al en esta fase potencial Estatuto de Territorios no Autónomos. A la voluntad de sus habitantes, llegado el caso, en cuanto factor clave, piedra angular de cualquier derecho internacional que se proclame moderno, integrador, que podría conducir a figuras del tipo de la libre asociación, en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con Estados Unidos o de la “amistad protectora”, en la línea de Francia/Mónaco, Italia/San Marino o Suiza/Liechtenstein.
Aquí se impone el principio de la correcta localización, de la identificación del interés nacional, lo que conlleva ciertamente el respeto al status de larga data de los habitantes, al British we are and British we´ll stay, como asimismo implica la exigencia del desarrollo del circundante Campo, con la eliminación simultánea de las cuotas de heterodoxia que lo hipotecan desde el Peñón. Pero sobre todo las generales de la ley, el reconocimiento de que Gibraltar constituye una colonia, para la ONU y ante la UE, uno de los 17 territorios no autónomos a escala planetaria y el único en Europa y tierras aledañas, nótese que el más próximo es precisamente el Sáhara Occidental, catalogado para descolonización mediante acuerdo Londres/Madrid, en base al principio fundamental de la integridad territorial española. Es decir, la aceptación de la legalidad internacional faculta y reclama con carácter prioritario su cumplimiento en el iter hacia la llave que pende de la puerta del castillo en el escudo y en la realidad de Gibraltar. Y ese iter, casi un dédalo a causa de las desviaciones y recovecos que lo jalonan, pivota inexcusablemente sobre la más mentada que observada legalidad, lo que significa la conclusión a la que se llega cualquiera que sea el enfoque. Bien inmediata, tal que preceptuada por Naciones Unidas; bien mediata, con el cumplimiento mientras tanto sin ambages ni fisuras, hasta donde proceda, hasta donde se pueda, del tratado de Utrecht. ”Angel Ballesteros, a former diplomat, ambassador, academic, writer, and so on and so forth, and his words are listened to in his native Spain…”, David Eade, The Gibraltar News.
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