Hace exactamente un cuarto de siglo asistí a una conversación entre dos intelectuales del momento, lo que se autodenominaron autodidactas, estuvo orientada en la plática de lo que podían aportar los ordenadores a la vida cotidiana del futuro. Uno sostenía que eran unos infatigables aparatos que podían aportar muchísimo a nuestra sociedad, solamente deberíamos de volcar sobre ellos un montón de datos para que pudiéramos en el futuro beneficiarnos al vincular o comparar cuando nos hiciera falta. Para ello deberíamos de tener en cuenta que si cada persona tiene un documento nacional de identidad que es único para cada uno de nosotros pues a través de ese número único deberíamos de poner allí todos los datos que hicieran falta para que fueran consultados tanto por parte nuestra, como por parte de las autoridades oportunas. El otro advertía que los potentes artefactos ocupaban mucho espacio y que costaban mucho dinero y por eso tendríamos que evolucionar.
No se equivocaron ninguno de los dos pensadores de barrio, ya que por un lado nuestros datos sirven para ser seguidos por parte de las administraciones, como por los entes públicos que intentan colarnos productos tan variados para el consumo. Y la reducción de espacio muy bien conseguida gracias a los microprocesadores, pero todo encaminado para la lucha espacial, sino seguiríamos todavía en el tercer mundo. Los robot están por todas partes. Las fábricas hacen todos sus artículos con la ayuda de artilugios dispares y a la vez ahorran muchísimo dinero y muchos costes, en perjuicio como es normal para los puestos de trabajo que cada vez hay menos. Unas inversiones millonarias donde se rentabiliza muy pronto. Antes un coche se hacia en varios días, hoy en horas está ensamblado, pintado y listo para ser vendido. Se hablaba en la radio que si siguen así las cosas deberían los empresarios de pagar unos cánones muy fuertes para poder dar de comer a la superpoblación ya que las máquinas están haciendo de todo.
Escuché que un inventor español quería divulgar a “tutti plen” un aparato que estaría en casa donde a través de unos cables haría un primer balance de lo que tuviera el enfermo, a nivel tensión, ritmo cardíaco, e incluso analítica, sería la repera porque decía que el precio sería equivalente a cualquier artefacto que tenemos hoy en día valorado en unos doscientos euros. Menos personal ocupado. Además evitaría que las asistencia sanitarias de urgencias, 112, tuvieran que desplazarse a casa. Y si le ponemos un chip de médico, ya estaríamos pensando en menos nóminas de carne y hueso.
Hoy en día deberíamos de añadir el gran peligro que existe ya que las máquinas equivalen a estar informatizados y a la vez que tenemos de depender de ellas plenamente y si alguien es hábil y entra en algún sistema ¿qué pensaría?, que buscaría la ruina a alguna empresa y si esa es un país ocurriría que nos podríamos ir todos muy mal parados. Pensamos nuestra economía está informatizada, nuestra defensa igualmente, telecomunicaciones, etc. Cuando hay un ataque bélico actualmente lo primero que se hace es mandar un apagón informático y por ahí empiezan las hostilidades, las cuales serían con toda impunidad. Ojo que al valorar esto nos tenemos que agachar las orejas y rezar para que no nos toque ningún día.
Modernidad equivale a ser autómatas y ser autómatas es depender de una máquina y la máquina equivale a pensar con velocidad estratosférica, luego cuando nos quiten esto ¿qué podemos hacer?. Volver a las cavernas o vivir en la ola. Este es el dilema.
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