Transitamos actualmente por la era cinematográfica de la adaptación del cómic, y eso tiene sus ventajas y también sus inconvenientes. Si uno es aficionado al personaje salido de las viñetas se verá arrastrado hasta las salas de cine, es esta la parte que hace frotarse las manos a los que financian el asunto, pero a la vez te cuesta mucho ver el producto con ojos de espectador sin hacer comparaciones provocadas por el fan interior. La imagen preconcebida puede nublar en no pocas ocasiones, para bien o para mal, el criterio de lo que vemos en la pantalla. Para gustos los colores, esto no es ni bueno ni malo, pero esta disertación inicial me ayuda a explicar la sensación que a veces tengo cuando veo a mis héroes de la infancia (muchos, soy comiquero irremediable) en carne y hueso y luego tengo que hablar(les) del trabajo de tal actor o cual director artístico.
Pues bien, el manga no es lo mío y en el caso de Ghost in the Shell he podido ponerme con cierta y extraña satisfacción por una vez en la piel del profano; así las cosas, me encontré en el preestreno de la versión de la famosísima obra gráfica de Masamune Shirow rodeado por hordas de integristas del manga y el anime que marcó a una generación. Resultó casi un experimento sociológico el hecho de analizar las reacciones y, sobre todo, los comentarios del respetable tras el final, despotricando de aquello que se les había planteado mientras volvían a casa con mala cara. Un amigo llegó a enfadarse conmigo por decirle que no me había parecido mal, que estaba entretenida, y me espetó un rotundo: “¡Claro, tú no has leído el cómic, eso lo explica!”.
Soy muy capaz de ponerme en sus pellejos defraudados porque el personaje que interpreta Scarlett Johansson no les conduzca a una aventura que colme sus esperanzas previas de estímulo filosófico y reflexión política, es cierto que en esto la historia escasea y tiende al blockbuster de entretenimiento ligero; sin embargo, y teniendo muy en cuenta la ausencia de mayor pretensión, de que se trata de un producto que se desmarca de los retruécanos mentales del original, la cosa funciona razonablemente bien (espero que esto no me cueste demasiadas amenazas de excomunión friki).
El trabajo del británico Rupert Sanders (Blancanieves y la leyenda del cazador), ambientado en un Japón futurista con aroma a Matrix o Blade Runner (salvando enormes distancias, no me he vuelto loco), apuesta por la acción y la estética ciberpunk para envolver a la unidad de operaciones de lucha contra el terrorismo tecnológico, con malos misteriosos y fantasmas del pasado, como mandan los cánones. Si se mira el resultado a través del prisma del que siente que ha visto un Johnny Mnemonic del siglo XXI con sugerente traje de combate, podría decirse que se trata de un par de horas de recomendables palomitas. Pero claro, corres el peligro de ser vilipendiado por los fieles puristas que, en pleno uso de su derecho de expresión, ponen a caldo de gallina a todo aquel que haya tenido algo que ver en este proyecto. Mientras no se llegue a las manos, todos amigos…
Puntuación: 6