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Memorias de Ceuta | El Instituto (II), profesores y alumnos

El Instituto, en aquella época, era el centro cultural más importante de la ciudad. En él, los profesores, dueños de la palabra, empezaban a esculpir en la piedra virgen del alma de los niños, el contorno de una nueva imagen de voluntad y de conocimiento. ¡Oh, mis profesores! Os podría decir, como el poeta cantaba: ¡conmigo vais, en mi corazón os tengo…! Conmigo vais, día tras día en el recuerdo; y en mi corazón os tengo, latido a latido mientras perdure su pulso…

Me recuerdo de Sotelo, que luego llego a ser Alcalde, y de Antón, y de Vargas Machuca, mi profesor de Geografía, de Historia y de no sé cuantas asignaturas más; mejor diría: mi permanente y eterno profesor, pues lo tuve durante todo el bachiller desde primero a sexto; y en este último curso, en su hora de historia del arte, en una de aquellas sesiones de transparencias de cuadros de pintores impresionistas, me quedé trastornado -como Estandal- al contemplar por primera vez los amarillos, ocres y azules de la habitación de Van Vogh, en Arles. Siempre te agradeceré que me mostraras sus lienzos, ya que en esos instantes se me despertaron la sensibilidad y el instinto por la belleza de los colores.

También me viene a la memoria, la Caminero, la Campoy y Rita; esta última la más bella de las profesoras, pero dura como el acero. Y la señorita Otero, profesora de Lengua, dulce y delicada como las azucenas, de la cual estaba enamorado como sólo saben hacerlo los niños… Y a los padres, Tudela, Chico y Martiniano, que con tanto ahínco trataban de convencernos de que Jesús, era Hijo y Padre, al mismo tiempo… A pesar de los años, sigo sin entenderlo, pero la fe mueve montañas, y cosas mas difíciles se han visto... No dejo en el olvido a los directores don Juan Reyes, Gordillo y Rigual; y a Fradejas, a Luis Luna; a mis profesoras de Ciencias Naturales; y a la profesora de francés, Sta. Jalón, siempre tan pizpireta y ese aire tan moderno, que cada día nos cantaba canciones en francés para ir cogiendo el acento; y por supuesto a la profesora de Lengua y Literatura Española, la Señorita Valderrama, y a su implacable corriente «Senequista-Castellana», de la cual, pasado el tiempo, ya no le guardo rencor, sino todo lo contrario: admiración, porque gracias a ella, comencé a colocar unas pequeñas rayas, denominadas acento-aún hoy se me resisten-, en algunas palabras. Pero, he de contar de su exagerado gusto por los números inferiores al cinco, a saber: cuando después de los exámenes daba las correspondientes notas, era completamente normal e incluso aceptado con resignación franciscana, que por ejemplo dijera:

- «Señor Castillo, usted ha mejorado bastante en este examen, se nota que ha estudiado y que ha hecho un gran esfuerzo, siga así, tiene un dos con cinco…»

Es verdad, que, al principio, la moral se nos caía por los suelos, pero al poco, se nos olvidaba y pensábamos en otra cosa. Y desde luego, hoy, al recordarlo, sólo siento ternura al recordar los intentos mayúsculos de aquella mujer por enseñarnos la Lengua y la Literatura Castellana.


Sin embargo, los profesores, tienen sus manías y sus gustos, y nosotros, sus alumnos, convendremos en respetárselas; quedad por tanto en nuestra memoria, compañeros del alba, compañeros…; quedad en nuestro recuerdo y comprobareis que vuestra palabra ya no es sólo vuestra, sino también nuestra…

Y qué serán de mis compañeros, de aquellos compañeros que aprobamos el Ingreso en junio de 1962. Qué serán de los hermanos Extremeras, de Ganivet; de Durán-toda la clase fue a visitarlo a su casa cuando se partió la clavícula jugando al fútbol; de Aguilar, de Álvarez, de Carrillo, de Dosan tos, de Dorado, de Calvo-inteligente dónde los haya-, de Cabello, de Bravo, de Cantón, de Atienza, de Castillo Pertíñez, invariablemente sentado año tras año delante de mi mesa, de Docampo, de tantos otros…¡Ah, Docampo!, has memoria, te acuerdas de la regañina que te echo el profesor de lengua; cuando cumpliendo tu promesa por haber aprobado el Ingreso, te persignabas ciento de veces desde la clase al patio del recreo, para finalizado éste, volver a persignarte hasta llegar de nuevo a la clase. Qué injusto fue nuestro profesor, ¿verdad? Nosotros te respetábamos, pero él, consideró que era una manía extravagante y fuera de lugar. Pero al día siguiente, yendo detrás de ti en la fila, note que tú, de manera disimulada y sin que nadie lo percibiera, te llevabas la mano a la frente, al pecho y luego a un lado y a otro de los hombros... ¡Bendito seas Docampo, donde te encuentres ahora! Y acuérdate de mí, porque en el recuerdo, tu bondad, me hace sentir inexorablemente más cerca de Dios…

Gaudeamos igitur

«Gaudeamus igitur(*),/ iuvenes dum sumus.(bis)/ Post iucumdem iuventutem,/ post molestan senectutem,// bos habebit humus./ Ubi sunt qui ante nos/ in mundo fuere?/ Vadite ad superos,/ Transite ad ínferos,/ ubi iam fuere./ Vita nostra brevis est,/ breve finietur./ Venit mors velociter,/ rapit nos atrociter,/ nemini parcetur,/ Vivat Academia,/ vivat profesores,/ Vivat membrum quodlibet,/ Semper sint in flore./ Vivant omnes virgines,/ fáciles, formosae/ vivant et mulieres/ tenerae, amabiles/ bonae, laboriosae./ Vivat nostra societas!/ Vivant studios!/ Crescat una veritas,/ floreat fraternitas,/ patriae prosperitas./ Vivat et res publica,/ et qui illam regit./ Vivat nostra civitas./ Maecenatum charitas,/ quae nos hic protegit./ Pereat tristitia, pereat osores./ Pereat diabolus,/ quivis antiburschius,/ atque irrisores./ Quis confluxus hodie./ Academicorum?/ E Longinquo convenerunt./ Protinusque successerunt/ in commune fórum/ Alma Mater floreat/ quae nos educavit,/ caros et conmilitones/ dissitas in regiones/ sparsos congregavit.»

«Alegrémonos pues,/ mientras seamos jóvenes/. Tras la divertida juventud,/ tras la incómoda vejez,/ nos recibirá la tierra./ ¿Dónde están los que antes que nosotros/ pasaron por el mundo?/ Subid al mundo de los cielos,/ descended a los infiernos,/ donde ahora se encuentran./ Nuestra vida es corta,/ en breve se acaba./ Viene la muerte velozmente,/ nos arrastra cruelmente,/ no respeta a nadie./ Viva la Universidad./ vivan los profesores./ Vivan todos y cada uno/ de sus miembros,/ resplandezcan siempre./ Vivan todas las vírgenes, / fáciles, hermosas!/ vivan también las mujeres/ tiernas, amables,/ buenas y trabajadoras,/ ¡Viva nuestra sociedad!/ ¡Vivan los que estudian!/ Que crezca la única verdad,/ que florezca la fraternidad/ y la prosperidad de la patria./ Viva también la República,/ y quien lo dirige./ Viva nuestra ciudad,/ y la generosidad de los mecenas/ que aquí nos acoge./ Muera la tristeza,/ mueran los que odian./ Muera el diablo./ Cualquier persona en contra de los estudiantes,/ y quienes se burlan./ ¿Por qué hoy tal multitud/ de académicos?/ A pesar de la distancia están de acuerdo./ Superando el pronóstico del tiempo/ en un foro común./ Florezca la Universidad/ que nos ha educado,/ y ha reunido a los queridos compañeros/ que por regiones alejadas/ estaban dispersos.»

 

 

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