Sadía lleva cuidando a su hijo Samir desde hace 5 años. Noche y día. Sin descanso. Sadía siempre aspiró a que su hijo pudiera reaccionar, pudiera recordar algo de lo sucedido el 21 de abril de 2015 en la cuesta Parisiana, en donde una ambulancia del 061 lo recogió inconsciente después de sufrir un accidente de tráfico que nunca pudo aclararse, ni policial ni judicialmente. Este tapicero marroquí circulaba en su bicicleta, la misma que desapareció del escenario del siniestro. Solo él quedó tendido en el suelo, con la verdad de los hechos guardada para siempre en una memoria que no puede despertar.
En la mañana de este lunes, Sadía, quien lleva cinco años sin separarse de su hijo, recibió un informe médico: el alta hospitalaria. Textualmente se indica que “a petición de la dirección medica y asistencia social” del Hospital se ha realizado ese informe, en el que se concluye que la “evolución estacionaria de Samir” no experimenta signos de mejoría y debe “continuar con sus cuidados habituales de forma ambulatoria con una adecuada accesibilidad a servicios sanitarios”. Traducido: le instan, al menos sobre el papel, a abandonar el Hospital.
A Samir, el tapicero marroquí víctima de un accidente no aclarado, le dan el alta médica lo que viene a concluir que deberá irse de un lugar donde lleva ingresado desde ese fatídico 2015. Y se le da justo cuando está en trámite el proceso de incapacidad solicitado por su propia madre.
La progenitora teme lo peor, teme que abran la frontera y echen a su hijo a Marruecos junto a ella. Y que además se haga esto en plena pandemia, sin saber a dónde ir. Teme verse sola con un hijo en estado vegetativo, con un hijo que quedó así por un accidente del que él no fue culpable. Fuentes consultadas por este periódico niegan que se vaya a dar ese paso, niegan que se esté tramitando cualquier posible expulsión al ser de hecho imposible a través de una frontera cerrada que solo se abrió para repatriaciones puntuales.
Mientras, Samir, ajeno a todo, atrapado en un mundo paralelo, no sabe nada de lo que se ha producido a su alrededor. Solo recibe los cuidados, los besos constantes y las caricias de su progenitora, una mujer que ha entregado su vida a permanecer al cuidado de este joven que cruzaba a diario a Ceuta con un único fin: hacer algún trabajo con el que conseguir dinero para mantener a su madre.
La historia de Samir es la de un drama nunca esperado, la de una tragedia que no ha podido tener un desenlace positivo y que ha llevado a este joven a no poder superar los graves daños neurológicos que padece, fruto de aquel golpe. La historia de este hombre, que ya cuenta 46 años, es la de la fatalidad. Aquel golpe nunca aclarado le ha dejado en un estado vegetativo sin mejoría, en un círculo estancado.
A la injusticia sufrida por quien fue víctima de un accidente sin aclarar se le añade ahora la sombra de la incertidumbre al notificarse un alta hospitalaria por sorpresa. Samir, el tapicero que cruzaba el Tarajal y que cuidaba a una madre que ahora le devuelve aquellas atenciones entregándole su vida, es un símbolo para todos, un símbolo de la tragedia, de la injusticia, de lo que nunca debía haber sucedido.
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