Hablaba Rajoy en la radio sobre la inhabilitación. Una figura asociada al reproche judicial que suele acompañar a condenas por malas practicas en cargos públicos. Pero es escaso su uso como figura aplicable a quienes, por conductas castigadas o no por el juez, merecen el reproche ciudadano y su imagen queda dañada para volver a desempeñar cargos públicos.
He ahí la naturaleza subjetiva de la inhabilitación política. En cambio la judicial resulta de casar la conducta practica de un servidor público con la conducta teórica previamente descrita en los códigos. Si un tribunal considera que el comportamiento de un político responde al descrito en la ley, habrá incurrido en causa de inhabilitación. Harina de otro costal es la inhabilitación moral o política, que habita en el fuero interno del ciudadano y se expresa cuando es llamado a las urnas.
Véase el caso de los dirigentes independentistas catalanes, a los que se refería Rajoy en sus declaraciones del pasado martes. Dice el presidente que están "políticamente inhabilitados" para liderar nada y que "los ciudadanos tomarán nota de sus mentiras". Tiene razón. Pero no esperemos que se aplique el cuento en la medida que otros ciudadanos se hayan sentido engañados por sus políticas, la corrupción de su partido o la desidia de su Gobierno cuando tuvo ocasión de frenar a tiempo el insensato desafío del nacionalismo catalán al Estado.
Eso nos lleva a la dinámica propia del juego político. Está claro que a muchos les parecerá -nos parecerá- que Ada Colau ha quedado inhabilitada para pedir la confianza de los ciudadanos después de haberles prometido que su pacto municipal con los socialistas se ceñiría a la gestión de asuntos municipales y que nunca sería puesto en cuestión por razones identitarias.
Incluso a una parte de sus votantes le habrá disgustado el desalojo del PSC del Ayuntamiento de Barcelona. Pero otros estarán encantados de que su alcaldesa, calificada como "emperatriz de la ambigüedad" por el ex ministro Borrell, se sume a quienes hacen planes de acoso y derribo al Estado.
Por cierto, que el bloque independentista hace catarsis colectiva. La autocrítica se ha instalado en sus filas.
Ahora descubren que carecían de mayoría social para romper con España, que no midieron bien los tiempos, que desestimaron el poder del Estado, que no previeron el aislamiento internacional de su simbólica republica catalana, que hay otras formas de arreglo sin llegar a la dexconexión, etc.
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