Siempre he afirmado que el gran superpoder que cohabita con la Humanidad es el de influenciar/manipular/liderar a los demás. Fijémonos así en caudillos militares capaces de reavivar la moral de sus soldados antes de la batalla; podemos también señalar a personajes (influencers se hacen llamar, con una palabra inglesa todo queda más glamuroso) que se colocan delante de una webcam a relatar con detalle de qué estilosa manera se maquillan o abren una caja con un producto para que los demás lo compren masivamente y ellos se “ganen” un buen dinero de la marca patrocinadora. Nuevos tiempos y nuevas prácticas para el fundamento de la publicidad, que es el mismo que controla a los políticos y que estos usan a su vez para controlar a las masas a base de golpes de efecto oratorios, gritos literales en algunos casos, para arrastrar al populacho con los aplausos. Ya sé que se trata de una pregunta demasiado simplista y bastante cándida, pero ¿es de verdad posible que alguien vaya a cambiar el sentido de su voto por el hecho de que otro alguien le regale un llavero o porque le dé un fervorín de última hora? Casi prefiero dejar la cuestión en el aire y no obtener respuesta.
El caso Sloane es una muy interesante película sobre cómo se mueven los hilos en el poder y una lección de política estadounidense, a la vez que una exhibición interpretativa de su protagonista. Jessica Chastain encarna a una despiadada ejecutiva que trabaja para un lobby antiarmamentístico, capaz de cualquier cosa por ganar y recolectar los votos necesarios de los en su mayoría poco respetables senadores para la aprobación de la ansiada ley de control de armas. Por el camino tendrá que mascar algunos hígados y devorar aliados: todo por un objetivo mayor, así funciona este espectáculo.
La cinta, como efectivo thriller que es, se muestra interesante y atractiva de principio a fin, con algún que otro giro más o menos esperado de los acontecimientos que pone el acento en la faceta de ficción, aflojando la presa sobre la cruenta realidad y creando así la sensación de que se podía haber clavado más el colmillo crítico. No obstante, y más allá de un muy ligero aroma a “eau de Aaron Sorkin” por sus complejos y extensos diálogos y el último tramo de metraje, la cinta saca la voz propia y el ritmo narrativo de su realizador, el británico John Madden, autor de joyas como La deuda o El exótico hotel Marigold.
Las más de dos horas de metraje nos plantean varias cuestiones sobre los entresijos del “stablishment”, de quién maneja los hilos, o de si la necesidad de aferrarse al poder te hace tan vulnerable como para dejarte manipular. Pero sobre todo pone sobre la mesa el interrogante de si es malsano o por el contrario natural ejemplo de libertad y democracia que unos señores bien vestidos que pertenecen al sector privado y defienden en su mayor parte intereses económicos se puedan codear sin rubor con los líderes políticos en reuniones privadas. Y en casos como los de Estados Unidos, incluso registrados como trabajadores que para dedicarse a manipular leyes y dirigentes pagan sus impuestos y todo. ¿No suena como que el diablo deje un billete debajo de la almohada al poseedor de cada alma que roba? Como ya hemos mencionado, hay más motivos, pero simplemente las ganas de reflexionar sobre lo visto y oído dan la sensación al salir del cine de que ha merecido la pena.
Puntuación: 7