El amor es la única asignatura que no es esclava de teorías, por eso es libre en su proceder y rebelde en sus expresiones. No existe libro que sepa explicar lo que significa; no vive partitura que refleje totalmente su emoción; no permea un verso que sea tan fiel como su rima; no hay película rodada que proyecte de manera tan viva sus claves; no habita una vista que proporcione tanta belleza como el resplandor del primer encuentro; no reza tanta religión como su crucifixión, sepultura y resurrección; no contiene tanto vino como la uva de sus besos; no subraya calles con tanto duende como el aliento de sus piedras y adoquines. Sin embargo, contiene los mismos colores universales: el beso, la caricia, la sonrisa, el tacto, el abrazo, el secreto y el suspiro que pintorrea un viaje.
Alcanzado el día de hoy, caminé en el refugio latinoamericano de su pobreza extrema, y conviví con una de sus familias: los campesinos; gente sin nada en los bolsillos, pero de hospitalidad inmensa y rica, adornados de sombrero de paja para remediar las altas temperaturas de sus clavos solares: y, pintorreadas sus manos y sus atuendos de tierra para aprovisionar, en cualquiera de sus haceres agropecuarios, su humilde pueblo. Por ello, puedo afirmar, que siendo una de mis mayores experiencias también puedo consagrar que no es más dura su realidad que el ataúd de una madre. El desenlace impotente de la persona que te dio la vida te pone en el umbral de volver a gatear; ya que en la eterna orfandad que vislumbras a partir de ahora, empiezas aprender a vivir sin ella, y eso es un episodio que no puedes comprender hasta que no sucede y crees que nunca pasará, porque la consideras inmortal; sin embargo, hazme caso, porque si acontece, y el golpe es casi mortal.
De ahí, la impertinencia de mis actos por conocerte. En este sentido, a principio, el duelo de una madre es llevadero, te crees más fuerte que él, pero un día, cuando menos te lo esperas, llaman a tu puerta, inmediatamente la abres, y se presenta diciéndote: “hola, soy el duelo ¡qué tal estás! ¡te acuerdas de mi!”. De pronto, tus acciones se prostituye hasta el punto de no reconocerte a ti mismo. Así, el duelo de una madre es el momento más racional, del que siempre hui, ya que sabes que no volverás a verla, que no volverás hablar con ella, que no volverás a tocarla y se convierte en la esclavitud desgarradora de tus días mustios en el que consigues sobrevivir a través de sus recuerdos.
En este sentido, no pretendo justificar mis actos ni exclamar perdones, ni ser sabedor de la verdad absoluta; pero, es claro, que en lo inhóspito de la nueva travesía, considero que mis acciones pueden ser entendibles, aunque, repito, quizás no perdonables pero al menos, reiterándome, quedándome así más apaciguado, que no fue por el «ser», sino por el «estar».
Indomable como una leona, enérgica como África y compañera de la sororidad. Reivindicas el papel de la mujer de hoy en día como ninguna y nadie ni nada se interpone en tu camino en ese afán de labrar un mundo mejor para vosotras. Abres mentes a batuta del mando de una chica en cargos, de alta responsabilidad, que presumiblemente acaecen al hombre pero tu demuestras, por tu condición inconformista, que de eso nada ya que la hembra puede ser igual o más competente que el. Asimismo, tu cara bonita, en ocasiones, te fraguó obstáculos en el centro del trabajo, por la envidia de los compañeros y compañeras, pero tu resilencia era demasiada grande como para caer abatida con difamaciones ridículas. De ahí, tu gran personalidad como tus inefables rizos.
Rabonera en tus inicios académicos, con perspectivas de médica y, finalmente, labraste un sendero profesional que te permite ayudar a uno de los sectores más marginados de la sociedad, y que tanto te necesitan, como son las personas “sin papeles”. Peleas contra retales de instituciones abandonadas al privilegios de unos pocos para hacer frente, en posición vertical, al racismo. Este monstruo que se agiganta diariamente, unido a la insurrección de la extrema derecha, contra aquellos con los corazones negros. De esta manera, defiendes, que todo ser, independientemente de su procedencia, puede instalarse en la península esperando la flecha de cupido puesto que en el plano del equinoccio embriagador del amado o de la amada, no hay ni raza conquistada ni etnia definida ni arrebol posible en lo iridiscente del amor, y más si este puede ser tan verdadero como el arcoíris posterior de una intensa lluvia.
Mujer de curvas interminables como las cordilleras salvajes del Himalaya, que sabes dónde principia pero nunca dónde ultima; en el sur de su etérea y pequeñita nariz aparece el color morado dibujando los labios más bellos; ojos claros que de par en par cautivan más que líridas bailando en la cúpula nocturna; su rizado cabello dorado aflora como una red de pesca de incontables hilos y tejidos donde cada rizo es una relinga y cada flotador es un artilugio con que adorna su sempiterna melena. No obstante, su pelo no captura peces si no mis dedos en cada instante que me regaló junto a ella. Su personalidad tiene franela de gitana, alegría primaveral e inmensa y salada como el mar; así su boca, es como un faro de Alejandría donde cada destello que arroja, cada vez que sonríe, desata mi litoral enajenado, convirtiéndose su sonrisa descalza en el mejor patrimonio inmarcesible que posee.
No cambio el desayuno de tu salón con sabor a churros con chocolate por nada; no cambios la conversación nocturna acompañada de una cerveza fresca por nada; no cambio la habitación a la penumbra por nada, ya que me citaba con la vulnerabilidad del propio ser humano; no cambio sacarte una sonrisa por nada de ahí el calambre inmortal; no cambio la noche de insomnio ya que observarte fue el mayor de mis regalos. No cambio nada de lo que viví contigo ese día quizás sea por un deportista que no le faltaba un detalle acompañado de sus bolsas de la compra a la hora de almorzar; quizás sea, por los besos que nos dimos en el barrio más bohemio de la ciudad; quizás sea porque, por momentos, tenías el palique más fino que el castellano antiguo en tu “alcoba”; quizás sea por lo jartible de una persona con discapacidad pero de gran espíritu deportivo; quizás sea por la alcayata inquebrantable del techo en el bulevar capaz de aguantar todo un planeta; quizás sea por los relatos de la mujer que se mareo en el AVE debido a su velocidad; o quizás sea por la vecina castiza con su bata universal buscando el diálogo fraterno para que en un futuro no muy lejano le hagas la compra. Por ello, en esos ratitos que pasé contigo, que son de mi horizonte temporal callejero, no los cambio por nada.
En cualquier paisaje que conforma los cinco continentes de nuestro amado mundo, quiero llevarte conmigo para resolver todas nuestras inquietudes, y construir proyectos con tu pasaporte y mis escritos para ver si así logramos que ambos hemisferios cambien; y si la sociedad global se empeña en que no le apetece modificar sus conductas, pues
sin rencores y sin recelos, viajemos hacia otro planeta, eso sí, cuando nos apetezca.
¡Ay! ¡quién serás! pues la única pista que mando al lector es que decoras tu faz de inefables rizos que ilumina a la fémina libre, sin miedos en las calles y necesaria para crear un mundo mejor. Tus inefables rizos hacen de la playa tu hogar; tus inefables rizos proporcionan luz de esperanza al que viene en patera en la travesía del estrecho para una vida mejor; tus inefables rizos divisan de tus viajes tu estilo de vida; tus inefables rizos provocan de un encuentro una galaxia de momentos inolvidables; tus inefables rizos muestran a la mujer del siglo XXI: rebelde, valiente y con inquietudes…
Una vez Frida Kahlo exclamo: «no hay nada más hermoso que la risa», en esa voluntad que reírnos es uno de los grandes placeres de la vida, y lo más lindo de ello, es cuando se comparte. En este sentido, sigue contagiándonos con tu sonrisa convirtiendo la pamplina en historias de humor haciendo que el tiempo se detenga y vuele a la vez, y quién este contigo disfrutando de ese momento no quiere que corra tal elemento infinito. Y es por esa capacidad que atesoras, de transformar la minúscula tontería en un mayúsculo relato de socarronería e ironía, lo que te hacer una niña especial en las distancias cortas y canalla para afrontar cualquier problema que te surja.
Hay gente que declara para que nadar tanto y después de todo morir en la orilla; y yo les respondo a todos ellos que si se trata de pasiones no hay declaración de amor más iridiscente que expirar de esa manera; porque quizás si renaces ya no será en una orilla, sino en una playa llena de vida con el telón de sus atardeceres engalanada con coloretes de color cárdeno.
Posiblemente perezca en la orilla del intento, pero no voy ni ocultar lo que siento ni guardar mis sentimientos en el cajón del olvido, así que con la entretela palpitando de la misma manera que tiritan los astros a lo lejos de nuestras cabezas, me permito subrayar: “…al observarte, por primera vez, no paré de darle vueltas a mi azotea, como tus inefables rizos, para trazar un rumbo que facilitase volver a verte…”
X la revolución de los desiguales
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