Categorías: Opinión

Incidente General Marina-Senador Maestre

En la actualidad las relaciones entre políticos y militares suelen caracterizarse por su fluidez y por cierto grado de cordialidad, sobre todo, desde la llegada de la democracia que, con la aprobación de la  Constitución de 1978 (CE), quedó delimitado que es al Gobierno de la Nación al que corresponde dirigir la política militar, sin perjuicio luego de que sea a la cadena de mando militar a la que corresponda el desarrollo y la ejecución de las operaciones militares. Hoy existe una mayor comunicación entre civiles y militares;  no en vano el Ejército es una de las instituciones mejor valoradas por la sociedad. Pero, con anterioridad a la CE no siempre fue así, ya que las Fuerzas Armadas habían venido gozando de cierta autonomía en la toma de decisiones, lo que a veces daba lugar a cierta incomunicación, algunas rencillas, malentendidos y cierto exceso de celo entre políticos y militares. Así ocurrió en el altercado mantenido entre el antiguo Rector de la Universidad de Salamanca, Unamuno, y el general Millán Astray en los albores de la pasada Guerra Civil, en presencia de altas autoridades civiles y militares, del que ya me ocupé en otro artículo. Pero también fue público y notorio el incidente surgido en 1910 entre el general Marina y el senador Maestre, que igualmente traigo aquí a colación por la curiosidad que el caso puede tener para el amplio sector militar de Ceuta, aunque lo refiero como un ejemplo más de lo que nunca más debe volver a suceder, porque si por algo debe distinguirse toda autoridad en una democracia, sea civil o militar, es por su decoroso porte y compostura, por su saber ser y estar, y por dar ejemplo a la sociedad a la que sirven de la  mesura, sensatez y juicio sereno y ponderado que en todo momento conlleva el ejercicio de las funciones públicas de quienes desempeñan cargos de especial responsabilidad.
El general Marina ostentaba en 1910 el mando de la capitanía general de Melilla. Y concurrieron una serie de factores para que surgiera el incidente que voy a referir cuando todavía el honor se lavaba batiéndose en duelo con las armas, lo que hoy es impensable. Primero, que era aquella una época muy convulsa tanto en lo militar como en lo civil, dado que a las tropas españolas se les asignó la misión de pacificar Marruecos porque la autoridad del Sultán estaba muy socavada por los rifeños del norte que se mostraban indómitos a sus órdenes. De otra parte, en España los políticos – al igual que sucede ahora - se enzarzaban en discusiones parlamentarias estériles sobre la conveniencia o no de continuar en África, teniendo en cuenta el elevado número de pérdida de vidas humanas que entre nuestros soldados se producían. Esa situación estuvo agravada por la flagrante injusticia que suponía el hecho de que hubiera soldados del servicio militar que podían librarse de ir a combatir pagando una cuota, mientras que los que no tenían medios para sufragar dicho pago tenían que ir forzosos en muchos casos a morir. Otro terreno abonado para que la chispa saltara era la objeción de conciencia que en la época comenzó a extenderse respecto a la guerra, que entraba en colisión frontal con la defensa a ultranza que en la milicia siempre se ha hecho de los valores y principios tan fundamentales y arraigados como son: valor, honor, prestigio, espíritu de cuerpo, lealtad, entrega, sacrificio, respeto a la bandera y amor a la Patria, que entonces – al igual que ahora – tan devaluados estaban. Y, por si hacía falta algo más, era entonces Ministro de la Guerra el general Aznar, con el que el general Marina no gozaba de mucha simpatía, incluso habiendo llegado a presentarle su dimisión en varias ocasiones, que no le fue aceptada.
Pero el 21-08-2010 se hizo ya público que el general había dimitido con carácter irrevocable, cuya dimisión le fue aceptada una vez se acordó que iría a sustituirle el general García Aldave, capitán general de Ceuta, quien en principio rehusó el cargo bajo el pretexto de que se encontraba delicado de salud, agravada por una brusca caída del caballo; pero el Gobierno hizo un llamamiento a su patriotismo y terminó aceptando el cargo. Cuando se supo oficialmente del relevo, se hicieron muchas cábalas sobre los motivos de la dimisión de Marina, y a las diferencias con el Ministro de la Guerra, se sumó el que había sido motivo principal hasta entonces poco conocido, como era que necesitaba disponer de libertad de acción para poder ventilar, como caballero de honor, un asunto al que no podía enfrentarse desde su cargo oficial. Era que el Senador y periodista, Maestre, había publicado varios artículos en el periódico El Mundo de Madrid en los que criticaba duramente el papel de las tropas de Melilla, habiendo titulado de “infame derrota” el combate mantenido en el llamado Barranco del Lobo en julio de 1909, censurando de forma muy crítica la actuación del general Marina, quien en cuanto supo de lo publicado contra él, telegrafió al Presidente del Gobierno y al Ministro de la Guerra, pidiéndoles amparo por la indefensión y el descrédito que para él y las tropas que mandaba suponían tales publicaciones, dada la bravura con que las mismas se habían batido.
A los telegramas y carta del general contestó el Ministro Aznar fríamente, haciéndole saber que el Gobierno había cumplido con su deber desmintiendo las acusaciones del senador, por lo que no volvería ya a remover el asunto. Marina entonces le contestó que se veía obligado a dimitir por razones de salud; a lo que el Ministro le respondió que, si insistía en presentarla, inmediatamente le sería aceptada. Volvió a telegrafiar al Ministro ratificándole su renuncia, de manera que le fue aceptada. Una vez relevado el general del cargo, el 22 de agosto envió a Maestre una carta muy dura tachando de desatino y falsedades sus artículos, ya que el Ejército había luchado heroicamente en el Barranco del Lobo, por lo que tenía sus asertos por una infamia para él y las tropas, que pronto le pediría  reparación por tales injurias lanzadas contra quienes defendían la Patria. Maestre se disculpó con una nota no exenta  de ironía, publicando otro artículo en los términos siguientes: “Y, sin embargo, a pesar de tanta abnegación y de tanta bravura, a pesar de tanta disciplina y amor a la bandera, sufrimos la derrota infame del Barranco del Lobo. Infame la llamé en mi artículo del día 10, infame la llamo ahora y mil veces infame. Esta infamia, claro está, que no es nuestra, que no es de nuestro Ejército. ¿Cómo había de serlo si derrochamos en ella el valor y la valentía a torrentes, si no regateamos allí ni gotas de sangre, ni dolores del cuerpo, ni esfuerzos y lealtad del espíritu?. Infame fue para la vil canalla rifeña, que profanó en la sima maldita, con el hierro villano de sus gumías los ¡cuerpos muertos de tantos héroes!”.
Marina no se dio por satisfecho, y contestó a Maestre que, “para ventilar este asunto acudiría, si preciso fuera, a los términos de mayor violencia en defensa de su honor que entendía había sido ofendido”. Tras haber cesado en el cargo el 5 de septiembre, llegó a Madrid y retó al senador a batirse con él en duelo con las armas, que entonces era la forma de dirimir los conflictos personales que afectaran al honor mancillado de los caballeros. Antes, se despidió de las tropas en Melilla con el siguiente discurso: “Por Real Decreto de 25 de agosto quedo en situación de cuartel por haber sido admitida mi dimisión que, fundada en motivos de salud, había presentado. Dejo por esta causa el mando de la Capitanía General de Melilla, y en el momento de separarme de vosotros me complazco en manifestaros a todos, generales, jefes, oficiales y tropa que han estado a mis órdenes, el recuerdo gratísimo que conservaré siempre del tiempo en que he ejercido el mando en este territorio. En este tiempo habéis puesto de relieve constantemente vuestras virtudes militares, tanto en el penoso servicio ordinario como en la preparación para la guerra y en la guerra misma, afortunadamente y con gloria, terminada en iguales fatigas y los mismos riesgos. No ha de parecer extraño que en el instante de separarme de mis subordinados les exprese, con verdadera emoción, el trabajo que me cuesta la separación y la despedida. Os dejo con verdadero pesar, y siempre recordaré la abnegación que habéis demostrado, llenando cumplidamente con exceso vuestros deberes más difíciles. A todos os envío un abrazo cariñoso de despedida, esperando confiado que cuantos generales ejerzan este mando quedarán tan complacidos y satisfechos de vosotros como lo está el que hasta hoy ha sido vuestro capitán general, comandante en jefe. José Marina”.
A las seis de la tarde Marina embarcó para la Península, siendo despedido por todos los generales, jefes y oficiales  que había en la plaza y por una gran multitud de paisanos, hebreos, comerciantes y delegaciones de todas las cábilas de Guelaya y muchas de Kebdana que habían llegado por la restinga, como El Asmani, Abd-el-Kader y Bu-Tien y otros que antes habían sido sus enemigos. Al embarcar fue vitoreado por la muchedumbre, y hasta perderse de vista el buque que le condujo a la Península no se retiraron del muelle. A su llegada a Madrid el mismo día 5, Marina fue recibido por el Ministro de la Guerra, que se mostró con él muy afectuoso, así como por muchos generales y personajes, marchando a los pocos días a Villalba a esperar la solución a la cuestión con Maestre. El día 13 circuló por la prensa la noticia de que aquel día se efectuaría un lance personal para dirimir el duelo. El general Tovar y el marqués de Martorell apadrinaban al general Marina, y Amos de Salvador y el doctor Ramón y Cajal apadrinaban al senador Maestre. Sin embargo, el enfrentamiento con las armas no se llegó a producir, ya que el senador se mostró dispuesto a darle las debidas explicaciones. De modo que el día 16 se publicó en los diarios de Madrid un acta, por la que se daba el asunto por zanjado, aunque algunos periódicos insistieron en que Marina no se daba por satisfecho, pero luego no se volvió ya a hablar más del asunto. El día 7 de septiembre salía el general García Aldave para tomar posesión en Melilla, pasando antes por Madrid a entrevistarse con Canalejas y Aznar, habiendo sido nombrado para sucederle en Ceuta el general Alfau, que tomó posesión el día 21, ambos generales de grato renombre en Ceuta.

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