Opinión

Incertidumbre y miedo

Hay dos palabras que me vienen a la cabeza cuando pienso en lo que estamos viviendo durante esta pandemia de la COVID-19: incertidumbre y miedo. Cada uno experimenta ambos sentimientos con distinto grado de intensidad. No es lo mismo afrontar esta crisis sanitaria con treinta años que con setenta, ni teniendo un empleo fijo en la administración que acogido en un ERTE o simplemente formando parte del más de un millón de compatriotas que han perdido su empleo. Tampoco se asume esta situación de igual manera teniendo hijos pequeños o ya emancipados.
El miedo a contagiarse o que se contagien nuestros seres queridos más vulnerables envuelve a nuestros pueblos y ciudades como las tradicionales nieblas de agosto en Ceuta. Se palpa en el ambiente este temor alimentado por las noticias o por las imágenes de ataúdes saliendo de las residencias de mayores o almacenados en el Palacio de Hielo de Madrid. Este miedo penetra en nuestro interior de manera semejante a como lo hace el frío de levante. Cala nuestros huesos y se asienta en el fondo de nuestro pensamiento causándonos una sensación de malestar y tristeza. No podemos desprendernos de un miedo que inunda el inconsciente personal. Y aun así procuramos recuperar la normalidad perdida construyendo un futuro sobre tierras movedizas. Desconocemos cual será la evolución de la pandemia y si las vacunas que nos protejan contra un virus mortífero llegarán pronto.
Ahora estamos pasando por un verano atípico. No nos atrevemos a emprender grandes viajes y muchos ni siquiera se acercan demasiado a las terrazas y restaurantes. Los establecimientos hoteleros y de restauración están medio vacíos en la mayor parte de las localidades turísticas de nuestro país. Todo apunta a que nos enfrentamos a la peor temporada turística de la que se tiene noticias en España. El gran motor económico de nuestro país se ha parado en seco y las cuentas privadas y públicas se van a resentir. Ahora que más se necesita la intervención del Estado la recaudación tributaria se ha reducido de forma importante debido a la crisis económica que ha traído consigo la rápida propagación del coronavirus. Buena parte de la esperanza se ha puesto en la Unión Europea (UE). No vamos a tener más remedio que acudir a los préstamos de la UE para mantener la educación, la sanidad, las pensiones, las ayudas sociales y el resto de servicios esenciales que prestan las administraciones públicas.
De manera paralela, el conjunto de la UE quiere aprovechar esta situación de crisis, que lo es también de oportunidades, para avanzar en la resolución de retos globales como el cambio climático o la digitalización de nuestras sociedades. No hay nada más que observar con un mínimo de perspectiva temporal el rápido incremento de las temperaturas en la estación veraniega. Año tras año se baten record histórico de temperaturas máximas. Sin ir más lejos, en el día de hoy se han registrado 42ºC en Bilbao. Otro dato alarmante: el archipiélago noruego en el Ártico ha alcanzado la temperatura más alta registrada en los últimos 40 años. La zona alcanzó un récord de 21,2 grados, siendo el segundo día más cálido desde que comenzaron los registros meteorológicos.
En Ceuta estamos sufriendo noches tórridas que no permiten pegar ojo. A este aumento de la temperatura hay que sumar la sequedad de nuestros montes y arroyos. No discurre por ellos ni una gota de agua. Da auténtica pena pasear por el campo y ver el terreno tan seco. Lo único que trae algo de alivio a la flora local es el famoso taró de los veranos ceutíes. Por ahora nos estamos librando de los grandes incendios forestales, como el que tuvimos el pasado año, pero el riesgo es extremo. Para agravar la situación, los sindicatos llevan denunciando desde que comenzó el verano la escasez de medios humanos para hacer frente a un incendio de cierta importancia.
Puede que esta pandemia nos haga reflexionar sobre el futuro que nos espera si no somos capaces de revisar a fondo nuestros ideales económicos, políticos y sociales. Este replanteamiento de las bases ideológicas de nuestro mundo tiene que asentarse en una nueva ética hacia la vida en todas sus innumerables manifestaciones. Es en el círculo del sentimiento espiritual y el pensamiento trascendente en el que debe brotar la semilla del Mundo Nuevo (Walt Whitman). Esta semilla tiene que echar raíces para alimentarse del nutritivo suelo de la ciencia, la filosofía y de los estratos más profundos del inconsciente colectivo en el que reposan los símbolos arquetípicos capaces de articular el futuro mito de la vida aún por escribir. Mientras que las raíces buscan estos nutrientes en el subsuelo del mundo interior, el tallo del Mundo Nuevo saldrá a la superficie para dar como frutos vidas sinergéticas y logradas. La vida podría convertirse en una obra de arte, tal y como hizo de la suya W.Goethe. De nosotros quedarían hechos cívicos relevantes y manifestaciones culturales y artísticas imperecederas. Yendo más allá de los logros individuales -siendo el principal llegar a ser lo que cada uno somos- el trabajo sinergético de los ciudadanos estaría en disposición de alcanzar la auténtica epopeya local que yace latente en el alma de lugares como Ceuta.
El Espíritu de Ceuta ha permanecido durante mucho tiempo dormido, pero es hora de convocarlo y despertarlo para hacer realidad todas las posibilidades latentes que tiene este lugar sagrado, mágico y mítico. Hemos pasado por alto la enorme fuerza vital que desprende Ceuta y los paisajes del Estrecho de Gibraltar. Muchos mitos de la antigüedad y la Edad Media incidieron en la idea de contemplar a Ceuta como una fuente de la vida y su permanente renovación. Siento esa fuerza alrededor de Ceuta y penetrando su subsuelo. Según percibo esta fuerza en plena naturaleza observo que el miedo y la incertidumbre huyen y se alejan. El panorama se despeja y somos capaces de ver con claridad la Ceuta Ideal. Por poco que pongamos del lado de la vida y la acompañemos la naturaleza recupera su esplendor. No obstante, ha sido tanto el daño que le hemos infringido a nuestro entorno que si deseamos proporcionar un contorno equilibrado para los ciudadanos de Ceuta tendremos que emprender un ambicioso proyecto de regeneración y restauración de nuestro maltrecho patrimonio natural y cultural. Es necesario un recultivo de nuestros paisajes y un reequilibrio entre lugar, economía y población. De una economía depredatoria tenemos que evolucionar hacia una economía vital y redistributiva de la riqueza. Hay que dejar atrás una vida centrada en el consumo de mercancías y sustituirla por una vida digna. Por tanto, tenemos que fundar una nueva economía sobre el principio de John Ruskin: no hay riqueza sino vida.
La supervivencia es un instinto animal, pero el perfeccionamiento y el refinamiento de nuestro sentidos físicos y sutiles es propio de la condición humana. Coincido con el filósofo Pierre Hardot en la idea de que “la naturaleza es arte, y el arte, naturaleza, no siendo así el arte humano más que un caso particular del arte de la naturaleza”. De ahí se desprende el pensamiento, ya comentado, que apunta a la posibilidad de hacer de nuestras vidas una obra de arte. Además de cultivar el arte, la otra gran aspiración de nuestra vida consiste en “experimentar el hecho de estar con vida, de modo que nuestras experiencias vitales en el plano puramente físico tengan resonancias dentro de nuestro ser y realidad más interno, y así sentir el éxtasis de estar vivos” (Joseph Campbell). Ambas ideas, la relación entre la naturaleza y el arte, y la búsqueda de experiencias significativas, marcaron la existencia de personajes como Rousseau, Goethe, Emerson, Wordsworth, Emerson, Whitman o Thoreau, entre otros. A todos ellos les tocó vivir un tiempo en el que la existencia humana apenas superaba los cincuenta años de edad. El mismo Thoreau murió por tuberculosis a los cuarenta y cuatro años. Sin embargo, vivió una de las vidas más plenas y satisfactorias de las que tenemos testimonio literario. Uno de sus principales lemas se resumía en una frase: “simplicidad, simplicidad, simplicidad”. Yo añadiría otra idea también expuesta en uno de sus libros: “los cobardes sufren, los valientes disfrutan”. Aquí hay que distinguir entre valentía y temeridad. Temerario es el que pone su vida y la de los demás en peligro por pura necedad. Cuando me refiero a ser valiente quiero señalar la gallardía que necesitamos para vivir nuestra propia vida sin dejarnos atrapar por las opiniones estereotipadas y las modas pasajeras. Con la misma valentía es necesario enfrentarse a la enfermedad, la muerte y los obstáculos que nos encontramos en el camino de la vida. El futuro no está escrito, aunque resulte innegable que no podemos desprendemos de la sombra del pasado. Con cada amanecer se nos ofrece la oportunidad de dar un giro a nuestra vida, abandonar la cultura del confort y emprender la marcha hacia una nueva senda, no exenta de sacrificios, pero también plagada de experiencias gratificantes y significativas que nos hace sentir “el éxtasis de estar vivo”. No es necesario subir al Everest o descender a una profunda sima para experimentar la emoción de sentir la vida pulsando en tu interior. Basta con asomarse a algunos de los espléndidos miradores con los que cuenta Ceuta o acercarse a cualquier rincón apartado del litoral ceutí para dejar que el espíritu de Ceuta empape tu alma y se ensanche hasta desbordar tu cuerpo arrastrando el miedo y la incertidumbre ante el futuro.

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