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Incapacidad anticipatoria

Una de las cualidades necesarias para la renovación moral que demanda nuestra sociedad es la capacidad de anticipación. Conocida también como visión de futuro, esta cualidad resulta imprescindible para hacer justicia a los hechos del presente y darle el orden de prelación que merecen, así como para anticipar las posibles consecuencias en el futuro. Para desgracia de nuestra ciudad, los políticos ceutíes apenas dan muestra de clarividencia y sí de un alto grado de cortoplacismo y falta de lucidez. Suelen pasar por alto las consecuencias de sus decisiones a medio o largo plazo que algunos casos lastran el desarrollo de la ciudad. Así los políticos que hace cincuenta años decidieron improvisar un vertedero “provisional” en Santa Catalina ignoraron que con el paso del tiempo se convertiría en una gigantesca montaña de basura que permanecerá contaminando el mar durante mucho tiempo. Y cuya solución, además de costosa, va a ser parcial y con costes ambientales permanentes. Algo similar sucedió con la barriada del Príncipe Alfonso, otra solución “provisional” para las familias de musulmanes que vivían en la zona de las Murallas Reales y que era necesario reubicar con el objetivo de posibilitar la recuperación de este conjunto monumental.
La ristra de decisiones erróneas tomadas en el pasado y que ahora atenazan nuestro futuro es muy extensa. Muchos nos preguntamos en qué estaban pensando quienes tomaron la decisión construir un grupo de viviendas de protección oficial  a escasos metros de la planta eléctrica de ENDESA o los motivos últimos que llevaron a construir el nuevo hospital en un sitio tan poco acertado como Loma Colmenar. Su construcción en este lugar, en vez de otros emplazamientos más idóneos como el del actual hospital militar, impide de manera definitiva cualquier proyecto de descongestión urbana de la barriada del Príncipe Alfonso. Un populoso barrio que va a quedar encerrado entre un desproporcionado hospital civil y un descomunal centro penitenciario.
Pero sí son criticables las decisiones carentes de un mínimo análisis de sus consecuencias futuras y del escrutinio de la ciudadanía, no lo son menos aquellas que nunca llegan a adoptarse debido a la desidia, la permanente dejación de funciones y la ignorancia. Hace unos días un medio de comunicación local abrió su portada con la noticia de que el gobierno central “olvidó”, cuando tocaba, establecer la delimitación de las aguas jurisdiccionales de Ceuta. Y ahora las patrulleras marroquíes pululan por nuestra costa en un claro acto de provocación. Pero el gobierno de España no es al único a quien habría que darle una buena ración de rabillo de pasas. En el ámbito local, uno tras otro, nuestros alcaldes han olvidado invertir en infraestructuras básicas como una adecuada de red de saneamiento y distribución, y sólo se han acordado cuando desde la sociedad civil le hemos dado en la cara con datos tan contundentes como un 60 % de pérdidas en la red de agua potable o las pruebas de una masiva salida de aguas fecales por todo el litoral ceutí. Tampoco le han prestado mucha atención a la producción, distribución y consumo de la energía en nuestra ciudad. Ahora se acuerdan de que somos una isla energética y de la necesidad de equilibrar el crecimiento de la demanda con un suministro fiable que será difícil conseguir mientras que no se establezca una conexión con la red eléctrica nacional. Para colmo, en vez de moderar o reducir nuestro consumo energético, mediante un ambicioso plan de ahorro y eficiencia, hacemos ostentación de iluminación ornamental con el objetivo de “deslumbrar” a nuestros vecinos. Mientras tanto, los ciudadanos tendremos que seguir sufriendo repetidos apagones hasta que dentro de dos años los técnicos hayan tenido su informe sobre la viabilidad del cable de conexión eléctrica con la península. Veremos si para entonces habrá capacidad económica para abordar esta imprescindible inversión.   
Otros problemas se han vuelto hoy en día ingobernables ante la falta de adopción de medidas a su debido tiempo. En este capítulo debemos incluir la cuestión del caos del tráfico, las construcciones ilegales, el imparable incremento de la densidad de población que lleva aparejada la imposibilidad de encontrar espacio para la dotación de equipamientos educativos y sanitarios o la habilitación de zonas verdes. Todos estos problemas y las consecuencias que acarrean se han cronificado, quedando como única opción convivir con ellos de la mejor manera posible.
De este modo, la calidad de vida de los ceutíes se va viendo mermada, algo que no parece preocupar a la mayor parte de nuestros políticos y, por desgracia, tampoco ocupa mucho espacio entre las preocupaciones de una sociedad de conformistas acobardados. Nuestros dirigentes andan demasiado ocupados en buscar las formulas financieras que consigan sostener la megamáquina burocrática en la que se ha convertido la Ciudad Autónoma de Ceuta.
Nuestra patológica incapacidad anticipatoria y la provisionalidad que ha caracterizado a los últimos siglos de la historia  de Ceuta se ha visto igualmente reflejada en el mantenimiento de nuestro patrimonio arquitectónico. Contamos con multitud de ejemplos de edificios que han sido abandonados por razones exclusivamente operativas por las administraciones públicas sin un atisbo de reflexión sobre su posible reutilización. Esto ha sucedido con la antigua estación de ferrocarril, afortunadamente en proceso de rehabilitación, u otros inmuebles que no tienen interés patrimonial, pero susceptibles de un aprovechamiento racional. Tal es el caso del antiguo hospital de la Cruz Roja. La falta de un plan de reutilización para algunos edificios públicos, incomprensible en una ciudad con graves problemas de espacio, lleva a que estos inmuebles entren en un rápido proceso de deterioro que hace muy costosa su rehabilitación o la imposibilita en el futuro.
No en todos lugares actúan como en Ceuta, respecto a su patrimonio edificado. Sin irnos muy lejos, en la ciudad hermana de Melilla, en vez de andar llorando por las esquinas por el anuncio del cierre de la sede del Banco de España, a los pocos días de conocer la noticia andaban ya pensando en qué hacer con el edificio por si las gestiones políticas que se hicieron para convencer al gobierno central de que desistiera de esta decisión no fructificaban.
Este caso es un claro ejemplo de la diferencia entre tener capacidad de anticipación y no tenerla. Ambos gobiernos lucharon con razón para evitar que el Banco de España abandonara su representación, pero uno, el de Melilla, fue capaz de barajar todas las posibilidades y prever qué iba a suceder con el edifico que alberga, mientras que el gobierno de Ceuta ni siquiera se han planteado el futuro del edificio del Banco de España. Podríamos confeccionar un extenso listado de edificios que esperan que alguien se acuerde de ellos para darles una segunda vida. Entre ellos cabe citar, aparte de los ya mencionados, la sede de la Seguridad Social, la antigua fábrica de Harina que ha servido hasta hace poco como archivo histórico militar, los talleres del cuartel de Maestranza,  los fortines del Sarchal, la Palmera, el Quemadero, la batería de Escuelas Prácticas,….Esperamos que no se deje morir a todos estos edificios para sustituirlos por uno de esos bodrios del llamado estilo universal.

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