Hay un dicho popular, siempre verdades como puños, que asegura que el tiempo es oro, y partiendo de la condición mortal del ser humano, In time propone un futuro en el que se descubra un remedio contra el envejecimiento. Cuando se llega a los veinticinco se permanece con el aspecto que se tenga sin alcanzar la edad de la decadencia física, lo cual es todo un hallazgo; sin embargo, dado que no cabríamos todos en la Tierra y que la cosa no sería muy nuestra si no se lucrara alguien a costa de otros, el tiempo de vida se transforma en moneda de cambio y fuente de riqueza para que unos vivan con opulencia eternamente y muchos parezcan el conejito de Alicia en el País de las Maravillas con el tictac del reloj acercándole cada día a su final. La clave, dormir poco, trabajar duro a cambio de pocas horas que sumar a tu reloj y que nadie te lo arrebate. Will Salas (irregular Justin Timberlake) es un tipo normal que lucha por su estancia en el mundo y que tras un golpe de suerte ve incrementado su contador temporal hasta el punto de no tener que volver a preocuparse, pero un revés que le mostrará el lado siniestro del negocio le precipita a convertirse en un proscrito en compañía de una rica heredera con aire de libertaria que interpreta esa actriz con rostro de muñeca manga llamada Amanda Seyfried (también conocida entre otros proyectos por poner rostro recientemente a Caperucita en la cinta de Catherine Hardwicke). Cerrando el reparto tenemos a Vincent Kartheiser (uno de los baluartes de la exitosa serie Mad men), por supuesto haciendo de malo (o sucedáneo), ya que parece haber nacido para encarnar personajes moralmente dudosos.
La cinta que firma tanto en realización como en guión Andrew Niccol, también director de la estupenda El señor de la guerra, es una pretenciosa andanada subversiva, resultado de meter en una coctelera V de vendetta, Robin Hood y El fugitivo, con una idea preliminar inverosímil y un aspecto estético muy logrado, con ideas bastante interesantes en la forma, menos en el fondo, y detalles muy mimados para los que el vestuario se antoja absolutamente clave.
Definimos como pretencioso un argumento que proclama a gritos muchas cosas pero que no deja de ser la historia más vieja del mundo, sustituyendo el dinero por tiempo y la codicia de prestamistas o banqueros por codicia de diseño. Y, en realidad, la trama parece darse cuenta con inteligencia de que no llega a las optimistas cotas de profundidad prefijadas por el guión y va desembocando hacia una eficaz película de acción convencional, razonablemente entretenida sin renunciar, eso sí, a su azulada estética futurista. Si no contara con el lastre del aura vanguardista y rompedor de estar contando algo que quede en la retina y se convierta en un clásico instantáneo que le quiere imprimir su director, marca de la casa por otro lado, la producción, ciertamente aliviada de esa presión, se vería muy favorecida. Con todo, no decepciona si te esperas de ella menos que el orgulloso “papá” Niccol.
Puntuación: 6
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