Categorías: Opinión

In Memorian, a la madre de Juan

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
(Antonio Machado) Se ha ido una persona importante para los suyos. Una existencia que siempre estuvo aquí… con ellos. Ya nada queda de la vida que fabricarnos las personas. ¡Donde han ido sus pensamientos! Solo daño y ausencia, en un mundo que apenas abre perspectivas de claridades. ¿Qué hacer? Solo clamar, ante la ausencia de alguien que siempre estuvo a su lado y que ya nunca más estará. En estos hechos no hay ambigüedades. ¡Esta o no esta! El estupor de la vida no da lugar a otros pensamientos. Ahora, los suyos jamás volverán a verla en su existencia y la pena de sus familiares se escapa a raudales.
¡Resignación! ¡Nunca!. Solo les queda su recuerdo y morder con fuerza el daño que se les ha hecho en contra de su voluntad. ¡Clamar su daño!.
Y sobre todo, nunca olvidar. Es lo único que les queda: ¡Recuerdos y daño por su marcha!. ¡Jamás resignación ante lo que no han querido que pasara y que se les ha impuesto!. Que estupidez sería asumir de forma ciega, conformista e irreflexiva la ley natural.
Dicen, que lo lógico es tener los ojos abiertos viendo a las personas que mantuvieron en su día sus ojos abiertos cuando nosotros, recién nacidos los teníamos cerrados ante ellas. Quizás sea así. Pero, nadie desea esa ley absurda y natural, terriblemente dolorosa para que los que tenemos que sufrirla la confirmemos antes o después.
También dicen, que al fin y para todos, la muerte triunfa sobre la vida. Pienso que no debemos darle ese triunfo. Los nuestros vivirán siempre en nosotros mientras manténganos su recuerdo. Es lo único gratificante que nos deja su recuerdo. Esa felicidad desgraciadamente pasajera y rara de su existencia. Porque los nuestros deben siempre estar con nosotros en nuestros recuerdos y añoranzas.
¡Jamás olvidados!. Son las imágenes inmortales que nos dejan constantemente en nuestras cabezas hasta nuestra propia muerte.
La naturaleza no nos deja otra opción: ¡Es el recuerdo de realidades intangibles de los nuestros, que ya jamás podremos tocar en este mundo tan estructurado por nosotros!
Dime que este espantoso horror de la agonía
Que me obsede, es no más que mi culpa nefanda,
Que al morir hallare la luz del nuevo día
Y que entonces oiré mi “¡Levántate y anda!”
(Rubén Darío. Spes)

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