Opinión

In memoriam | Miguel y el C.F. El Puerto

A qué niño no le gusta darle patadas a un balón. Y qué niño no ha vestido alguna vez la camiseta de su equipo favorito. Y qué niño, no ha soñado más de una vez, con saltar al campo, entre los aplausos de de los espectadores, con esa misma camiseta, de ese mismo equipo de sus amores. Decidme: ¿qué niño no ha soñado alguna vez con estás cosas?...

Y los niños de la Puntilla no éramos diferentes a los demás. Casi todas las tardes, en el llano de chinos se jugaba un partido de fútbol; o en el pequeño llano de yerbas que había detrás del anterior, también se jugaba: al dos contra dos y un portero. Tardes para correr detrás del balón; tardes para el driblin; para regatear hasta al portero y apuntarte un tanto con las manos en alto y el corazón henchido de gloria.

Miguel era el entrenador del equipo del Puerto, y como el flautista de Hamelín, atraía hacia él, a todos los chiquillos del barrio. Miguel sabía y entendía de fútbol como el que más, y con su carácter bondadoso y apacible entregaba a manos llenas la ilusión entre la chiquillería. La elástica del puerto era «Blaugrana» como la del Barcelona de Kubala -aunque, Miguel, no era del Barça, sino del Valencia*-, y con esos colores se competía en el 54 y en Pedro Lamata. Y por esos colores, se corría, se luchaba, se sudaba la camiseta hasta la extenuación… Algunas veces se ganaba y otras se perdía, pero cada domingo, en la esquina del segundo pabellón, junto a la casa de Miguel, los niños le esperaban impacientes para subir al terreno de juego y medirse con el contrincante de turno.

- ¿Qué equipo tocará hoy: el Imperio, el Ceutí, el Fundador, ¿el Villa Jovita…? –Dice uno; todos lo miramos asombrado.

- ¿Pero es qué no sabes quién nos toca hoy? -decimos todos.

Y, Miguel, sonriendo y comprendiendo su azoramiento, dice:

-El Villa Jovita –y la cuestión queda zanjada.

¡Qué de buenos jugadores han pasado por el C!F el Puerto! Yo recuerdo a Sepúlveda, el “Coco”, un defensa central, alto y espigado y con un saque tan potente que llegaba a la portería contraria; a Nicolás, buen jugador, también defensa;  a Alejandro; a Ramón, que de veloz, a veces se dejaba atrás el balón; a Miguelín; a Cesar, la raza y el ímpetu a flor de piel; a Pedro “Melguizo”, a Perico, un portero para siempre…;   a el “Eslo”;  ¡Ah, el Eslo, fantasía y  fútbol en estado puro! Yo le he oído decir: «Acaso sabéis lo que es vestirse de blanco y salir   al “Bernabeu”, entre los miles de gritos de los hinchas del Madrid.»  Yo no creo que él haya estado nunca vistiendo de blanco en el Bernabéu; sin embargo, yo sé que él lo ha vivido cientos de veces en sus envidiables sueños de gloria. Sí, el Eslo, con su arte de la finta y el pase corto, triangulando a la perfección una jugada de gol, ha vivido como una realidad, una noche de gloria en el escenario más mítico donde los haya…Una noche de gloria en el Estadio del Madrid… Una noche de gloria en el Santiago Bernabeu.

- Y, de la última generación que conozco -perdonarme a los que no nombro- a Mogtar, a Hamido, y, claro, a nuestro puntillero, Fernandito Gil. ¡Qué de buenos jugadores han pasado por el C.F. el Puerto!

Miguel, que momentos de felicidad nos has regalado a todos nosotros sin pedir nada a cambio; que de ilusiones creadas y compartidas entre nosotros la víspera de cada partido; que esfuerzo y que espíritu de lucha has ido añadiendo a nuestra personalidad apenas comenzada su andadura. Sí, Miguel, esa esquina de tu casa, al filo del segundo pabellón, ha sido una pequeña antorcha, donde todos hemos aprendido a trabajar en equipo. Y tú, sin lugar a duda, has sido nuestro mejor entrenador…

Miguel, ya quizás no entrenes, ya quizás estés alejado de aquellos momentos en que peregrinabas indefectiblemente al 54 o al Pedro Lamata para ver a tu equipo disputar el encuentro; pero nosotros cuando al borde de un campo de fútbol, veamos correr a unos niños, nos acordaremos, siempre, como si fuese ayer, de aquellos días en que nosotros éramos esos mismos niños, y tú eras nuestro mejor entrenador.

Este último año, en agosto, cuando fui a tu casa a visitarte, aún tenías, en un pequeño paquete de fichas unidas por unas gomas, la reseña de mi nombre. Corría los años: 1963-1964…

Ya no estás entre nosotros, te has ido a entrenar a otros equipos de fútbol, allá en los cielos en los campos de Dios…  Es una mañana triste, no lo podemos evitar, tu perdida nos deja algo huérfanos de unos recuerdos importantes de nuestra niñez. Sigue entrenando, Miguel, allá donde te encuentres; tal vez ahora entre diferentes equipos de ángeles y tus amigos que ahora te acompañan, entre ellos a Pedro y Luis Masa, que tantas horas pasaron contigo en la báscula de la Puntilla…

Adiós, Miguel, adiós… Tu nombre resonará para siempre jamás en el campo de juego de los pabellones de la Puntilla. Sin embargo, si lo que te definía era ser el entrenador del equipo de Fútbol del Puerto, aún tu mejor definición, más aún, es que eras un hombre bueno que nos enseñó a soñar….

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