Hay días en los que terminamos preguntándonos si no hubiese sido mejor no haberse levantado. De todos los acontecimientos que me ha amargado este día el peor ha sido la noticia del fallecimiento de mi amigo Pepe Ferrero. La muerte de Pepe me ha causado una profunda impresión. Sabía que estaba bastante fastidiado, pero ninguno de sus amigos podíamos pensar que iba a ser tan pronto el desenlace. Siempre que ésto ocurre nos entristece no haber podido despedirnos como se merece de una persona tan entrañable y maravillosa como Pepe Ferrero. Me gustaría haberle podido decir lo mucho que le admiraba y el gran afecto que le tenía. Intuyo que él lo sabía y que ambos sentíamos un reciproco cariño, a pesar de la diferencia de edad. Siempre recordaré los sinceros abrazos que nos dábamos cada vez que nos veíamos y ese cariñoso “Joselito, ¿Cómo estás?”. Después venía nuestra conversación en la que hacíamos un repaso de los temas que nos preocupan sobre nuestra ciudad, algunos de los cuales a Pepe Ferrero le gustaba calificar de disparate.
La última vez que tuve la oportunidad de conversar con él fue a principios de este verano, cuando yo ya estaba al corriente de su enfermedad. Me entristeció verle tan decaído y resignado a aceptar que estaba cerca del final de su vida. No le noté triste por presentir su muerte, más bien andaba preocupado por la posibilidad de verse impedido y suponer una carga para sus familiares. Este sentimiento demuestra su generosidad y el amor que sentía por su familia.
Dejó dijo Michel de Montaigne que “el provecho de la vida no reside en la duración, reside en el uso”. Estoy convencido que Pepe Ferrero ha sabido como pocos aprovechar a tope la vida, alimentando su ser con el conocimiento, la inquietud intelectual, la amistad, la generosidad y el amor a los suyos. Siempre consuela saber que la vida de Pepe Ferrero ha dejado una profunda huella. Tal y como expresó Granger, personaje de la novela “Fahrenheit 451”, “cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás…Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado.
Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor que tu plantaste, tú estarás allí”. No sé si Pepe dejó plantado algún árbol, lo que si sé es que nos ha legado un buen número de inteligentes artículos periodísticos, una familia que me consta él adoraba y un grupo de amigos que hoy lloramos sin consuelo su pérdida y que siempre le mantendremos vivo en nuestro corazón. Estate tranquilo porque tu alma tiene muchos sitios en las que residir. Hasta siempre amigo, nunca te olvidaré.
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