Son aquellas pequeñas cosas…” Con esta frase tan sencilla, Joan Manuel Serrat logró incrustar en el imaginario colectivo la relevancia del detalle frente a una megalomanía galopante que amenaza con mutilar la vida en este tiempo confuso y convulso. Aquello que no merece salir en los medios de comunicación, o en las redes sociales, con una cierta rutilancia, es insignificante y despreciable. Los docentes deberíamos combatir esta malsana deriva, y ser especialmente concienzudos en reivindicar la importancia de lo pequeño. No en vano, el correcto ejercicio de nuestra profesión se fundamenta sobre la red de afectos que tejemos con cada una de aquellas (pequeñas) personas a las que educamos. Nada de lo que les ocurra nos puede ser indiferente. Más bien todo lo contrario. Los profesores no podemos perder, bajo ningún concepto, la capacidad de indignación frente a las injusticias por pequeñas que estas puedan parecer. Cuando detectemos hechos o circunstancias que puedan afectar negativamente a nuestros niños y niñas tenemos el imperativo moral de reaccionar y actuar con determinación hasta reparar el daño. Si esos profesores han decidido (libremente), además, ocupar cargos de responsabilidad en la administración educativa, este celo debe ser mucho mayor. Desgraciadamente, no siempre es así. Lo ilustramos con un hecho real.
"Al día siguiente, el Ministerio publica que este año, la política de becas estás dotada con 2.500 millones de euros. Una cantidad asombrosa. La mayor de la historia, dicen"
Nos situamos en la mañana de uno de esos días recientes en los que hemos sufrido un intenso frío desconocido por estas latitudes. En la puerta de un colegio, un niño de apenas tres años de edad, afectado por un TEA severo, aguarda, muerto de frío, embutido en su anorak y cargando su mochila, al autobús que lo tiene que llevar a casa. No llega. Se impacienta. El cambio de rutina y el frío que cala hasta los huesos, lo alteran. Sigue esperando. Ha transcurrido ya más de media hora… Al fin, cuarenta minutos después, hace su aparición el dichoso autobús. Y ya no pasa nada. Todo queda en una pequeña anécdota intrascendente. ¿A quién le puede importar el anónimo sufrimiento de ese chaval? El ni siquiera protesta.
Sin embargo, esto no es una casualidad, sino la consecuencia de una decisión política. En Ceuta, el transporte escolar para alumnos con necesidades educativas especiales presenta notables deficiencias. Se trata de un servicio esencial para estas personas, ya que no existen aulas en todas las zonas de la Ciudad y las que hay están muy dispersas. Así lo entiende cualquiera. Menos el Ministerio. Tanto las becas que reciben los alumnos como el importe del contrato son claramente insuficientes. De tal suerte que un grupo de alumnos ha sido privado de beca y son transportados por la “caridad” de Cruz Roja. Por su parte, el contrato, suscrito a tal efecto con esta misma entidad, no contempla los vehículos necesarios para garantizar la puntualidad de todo el alumnado (ya que los escasos autobuses tienen que hacer recorridos interminables con un tráfico infernal). ¿Por qué no se amplía el contrato aumentando el número de autobuses como vienen reclamando las familias afectadas? Seguramente porque los responsables del Ministerio piensan que el hecho de que Omar esté más de cuarenta minutos pasando un frío sobrecogedor en una acera es un problema pequeño.
"¿Será suficiente para que los alumnos y alumnas ceutíes con necesidades educativas especiales puedan entrar y salir a su colegio a su hora? Probablemente, no"
Al día siguiente, el Ministerio publica que este año, la política de becas estás dotada con 2.500 millones de euros. Una cantidad asombrosa. La mayor de la historia, dicen. ¿Sera suficiente para que los alumnos y alumnas ceutíes con necesidades educativas especiales puedan entrar y salir a su colegio a su hora? Probablemente, no. Pero no importa, es un problema pequeño. Saldrá a la palestra una legión de cargos políticos a explicarnos un galimatías de argumentos técnicos, jurídicos y administrativas que nos dejarán bien claro, y hasta nos convencerán, de que todo un Ministerio de España no es capaz de formalizar un contrato para prestar un servicio de transporte escolar decente. No, y mil veces, no. El frío del pequeño Omar, si nos importa.
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