La primera vez que realizaba investigaciones sobre el impacto de las emisiones de gases de efecto invernadero en la mortalidad en el mundo, tuve una curiosa controversia con un amigo que era, y es, negacionista del cambio climático. Cuando le mostraba los resultados de las primeras conclusiones de nuestro estudio sobre la mortalidad en el mundo, me decía que esto no podía ser, pues es una evidencia que cada vez vivimos más años. A esto le repliqué que, efectivamente, la ciencia nos había llevado a que la esperanza de vida fuera más elevada. Mientras que en 1800, la esperanza de vida en el mundo era de 30 años, en la actualidad, es de setenta y dos años. Ahora se vive mucho más. Sin embargo, las estadísticas de emisiones de CO2 puestas en comparación con la mortalidad en el mundo, muestran que las mismas influyen en ella de forma estadísticamente significativa y positiva.
En un macroestudio de la revista The Lancet en 2023 se muestra que los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón), no solo son responsables del cambio climático a consecuencia de los gases de efecto invernadero que emiten cuando se queman, sino que también expulsan unas nocivas partículas que cada año producen millones de muertes prematuras en el planeta. En concreto, aunque entre 2005 y 2020, las muertes anuales por estas partículas se redujeron un 15,7%, a consecuencia de la disminución del empleo del carbón y el incremento del empleo de las renovables, se produjeron un total 1.212.000 muertes por esta causa.
Los datos que nos ofrecen sobre las temperaturas en 2023 son alarmantes, pues el mundo experimentó las temperaturas globales más altas en más de 100.000 años, batiendo récords en todos los continentes. Actualmente estamos expuestos al doble de días de olas de calor que los que se experimentaron entre 1986 y 2005. En el estudio se indica que las muertes relacionadas con las altas temperaturas fueron un 85%, entre 2013 y 2022 que entre 1991 y 2000.
Al mismo tiempo, el cambio climático está dañando los sistemas naturales y humanos de los que depende la gente para gozar de buena salud. La superficie terrestre afectada por sequías extremas aumentó del 19% en el período 1951-60 al 47% en 2013-22, poniéndose así en peligro la seguridad hídrica, el saneamiento y la producción de alimentos.
Y esto sin contar los impactos económicos por fenómenos meteorológicos extremos, que ascendieron un 23% comparando el periodo 2010-2014 con 2018-2022, ascendiendo a 264.000 millones de dólares solo en 2022, mientras que la exposición al calor provocó pérdidas potenciales de ingresos a nivel mundial por valor de 863.000 millones de dólares.
Aunque nuestro estudio, que hemos presentado en el último congreso de la Sociedad de Estadística e Investigación Operativa (SEIO), celebrado hace unas semanas en Elche, es mucho más modesto, y solo analiza datos estadísticos globales de emisiones de CO2 en cada uno de los países del mundo desde 1960 a 2022, poniéndolos en comparación con la mortalidad en esos mismos países, durante este mismo período, las conclusiones no dejan de ser impactantes. Dicho estudio se basa en las formulaciones teóricas que diseñaron para medir el impacto en la economía de las emisiones en los años 70, el biólogo Paul Ehrlich y el físico John Holdren. El índice que propusieron incluía el total de la población de una zona, la riqueza per cápita que se produce y la degradación medioambiental que se genera a consecuencia de lo anterior, que se puede medir por toneladas de gases de efecto invernadero lanzadas a la atmósfera.
Lo primero que se observa es que el mayor impacto ambiental se produce en los países de altos ingresos, salvo en 2020, que pasa a los países de medianos ingresos. Analizando el total de emisiones por PIB, claramente el mayor impacto se produce en los países de medianos ingresos, que también son los de mayor población, y poco eficientes en tecnología ambiental.
Amartya Sen consideraba que una de las variables que nos podría dar una visión más completa de la realidad económica y social de un país era el índice de mortalidad. Por eso pusimos en comparación el total de emisiones con la mortalidad. Todas las estimaciones econométricas de los datos de panel indican que el índice de impacto ambiental contribuye al aumento de la mortalidad en el mundo. Y esto ocurre, tanto si comparamos el total de emisiones de CO2 con la mortalidad, como si solo comparamos el total de emisiones por unidad de PIB. Y además, los efectos más importantes se localizan en muchos países desarrollados, además de Rusia, China India y Brasil.
Parece que todos los estudios confirman el impacto negativo del cambio climático en la salud de la población mundial y en la economía. Como se indica en el estudio de la revista al que hemos hecho referencia al principio, la transición hacia un futuro sin emisiones de carbono conllevará beneficios transformadores para la salud humana. Es el camino de esperanza que nos está mostrando la ciencia.
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