Categorías: Opinión

¿Los inútiles de la ESO?

Cuando escucho a españoles unas generaciones mayores a las que actualmente se han formado/se están formando insistir en que su preparación académica fue netamente superior, me esfuerzo en imaginar que se trata de un laconismo trasnochado más que de una convencida y razonada opinión. Porque si fuera esto último, quedarían absolutamente desacreditados, al menos para mí. Apenas podré citar algunas razones (de forma sucinta) por las que lo pienso debido a la extensión de la columna, pero creo que tampoco es necesario mucho más para que se entienda la idea.
En primer lugar, habría que tener en cuenta que los sistemas educativos construidos por las dictaduras suelen conllevar una importante infección de la ideología oficial a través del binomio formado por los libros de texto y el aleccionamiento del profesorado, como bien han demostrado muchas investigaciones en materia de Historia de la Educación. No es que los sistemas educativos democráticos de Occidente sean objetivos (que, por otro lado, es un fin imposible), pero sí es cierto que procuran ajustarse a la estandarización occidental de los saberes, protegiéndose su integridad. De hecho, hoy en día, cuando un libro de texto o un profesor camina hacia fuera de la línea oficial y llega a uno de los múltiples oídos de los medios de comunicación, el escándalo no se hace esperar.
En segundo lugar, la evolución de los conocimientos y su aprendizaje son innegables. Si no fuera así, el fracaso universitario de este país sería tan alto como los índices de licenciados y graduados anuales debido a las actuales exigencias de las universidades, pero no es el caso. Se suele achacar a los jóvenes que no saben escribir, que no dominan un vocabulario extenso o que no saben no sé qué cosas de historia, entre otras perlas. Pero la realidad es que la mayoría de los críticos ni siquiera escribe correctamente, no hablemos ya de poseer el acervo adecuado a su edad (con la frecuente repetición de los mismos vocablos y expresiones para aparentar lo que no suelen ser), ni de tener la más remota idea de historia más allá de las cuatro cosas que su sistema educativo les enseñó con insistencia y oscura intención. No es tan extraño leer a filólogos, muchos de ellos profesores, cometiendo errores de escritura y lectura, e incluso a doctores o catedráticos de la rama de Humanidades haciendo lo propio. Desde mi punto de vista, se trata de una ofensa absurda hacia jóvenes que apenas han comenzado a ordenar sus saberes y que, lógicamente, han de cometer errores durante el proceso. Muchísimo más grave es en el caso de los segundos, ya que la experiencia vital suele reforzar y ensanchar las facetas básicas del conocimiento, aquellas que son criticadas ferozmente a los chavales, sin olvidarnos de esa fantástica preparación de la que tanto alardean. En tercer lugar, muchísimos de los “fracasados” que han cursado la denostada ESO han conseguido alcanzar titulaciones universitarias y ser reclamados por países extranjeros. Supongo que esto es debido a su baja, por no decir bajísima, cualificación. ¿Y qué decir de los recién graduados o los que se graduarán en los próximos años bajo la tutela y reconocimiento de un sistema europeo? Los cuales pueden acceder/podrán acceder a másteres y doctorados también integrados en dicho sistema. Una plataforma que impide la clásica farsa de convalidar proporciones extraordinarias de carreras poco semejantes entre sí, la cual cedía la patente corso necesaria para coleccionar varios títulos universitarios en una cantidad de años absolutamente ridícula. Y mejor no recordemos la aberración que se llegó a fraguar en los albores de algunas licenciaturas, tiempos perfectamente retratados por unas conversiones mágicas que deberían avergonzar a los que se dan golpes de pecho.
En cuarto lugar, la competitividad derivada de la formación de las últimas hornadas de los españoles no tiene parangón ninguno a la que jamás haya podido ostentar España. Antes, el poseer un elevado nivel de estudios (para la época) abría puertas que hoy, debido al exceso de personas con una sólida formación, son mucho más complicadas de derribar. Asimismo, las pruebas objetivas de acceso a los diversos grupos de funcionarios del Estado no tienen ni la más remota comparación con las que existían anteriormente, y, sin embargo, la competencia dentro de ellas es voraz. Tal vez el progreso de la preparación tenga algo que ver.
Pero he de admitir que las antiguas generaciones sí vencen a las actuales en una cuestión fundamental que hemos de reconocer, valorar y recordar diariamente para no olvidar jamás: han sido ellos, los mejor preparados (para sí mismos), los que vilipendian a los que se han formado y se forman en un sistema educativo democrático, los omniscientes y omnipotentes,  los que han hundido este país en la más lamentable de las miserias. Ellos, y no “esos de la ESO” que ahora han de padecer la catástrofe durante décadas, han sido los responsables de extender una gestión terrible por cada una de las regiones de España, blandiendo intrigas por aquí y desajustes por allá, en viva demostración de su excelentes aptitudes. Enhorabuena, catedráticos de todo.

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