Okinawa es una población japonesa muy activa. No en vano es la cuna del karate. Pero también es una de las cinco poblaciones del mundo en las que viven más personas centenarias, según la investigación que realizó el explorador estadounidense Dan Buettner en 2002. Las otras cuatro zonas son la isla de Icaria en Grecia, la península de Nicoya en Costa Rica, la comunidad de Loma Linda en California y la región de Barbagia en la isla de Cerdeña.
Todos estos datos y muchos más, se encuentran en el libro que estoy leyendo del médico cardiólogo e investigador español Valentín Fuster, “La Ciencia de la Larga Vida”. A lo largo de sus algo más de 300 páginas, nos va detallando lo último que hay en investigación sobre las causas de la vejez y las formas de alargar nuestra vida de la forma más placentera posible. Es importante que leamos los sabios consejos de un hombre que conoce como nadie los secretos de nuestro organismo. Yo lo hago cada vez que puedo y publica algo nuevo. Me han llamado especialmente la atención dos capítulos. Uno dedicado a los secretos de los centenarios. Otro titulado “Las zonas azules”, en el que explica cómo influye el ambiente en que vivimos en la longevidad.
En el primer capítulo nos habla de Jeanne Calment. Era una mujer extraordinaria, según nos cuenta el doctor Fuster, que vivió algo más de 122 años. No le faltaba el humor, comía chocolate. Aliñaba sus comidas con aceite de oliva. Iba en bicicleta, comía verduras y le gustaba una copita de vino de Oporto. Pero sobre todo, era una mujer tranquila. Lo que indican los estudios disponibles es que no hay un único gen que influya en la longevidad, sino muchos que tienen una influencia pequeña. Y también, que cuando más se vive, menos tiempo se pasa enfermo.
El siguiente capítulo lo dedica a las cinco zonas del mundo donde más hombres y mujeres centenarias hay. Las describe como lugares en los que los cielos son azules y el clima suave. Donde la naturaleza es generosa y da alimentos variados y sabrosos. En los que la sociedad es justa y se preocupa por educar bien a los niños y por cuidar bien a los mayores. Donde todos ayudan a la comunidad en la medida de sus posibilidades y la comunidad los acepta como son. Lugares donde las personas viven en paz, con respeto y sin estrés. Salvo en los libros, o en las películas, nunca me había imaginado que estos lugares existieran de verdad. Son las cinco zonas que cito al principio del artículo.
Las cosas que tienen todas estas zonas en común es que sus habitantes no fuman, dan un gran valor a la familia, son físicamente activos, tienen una vida social activa y tienen una dieta rica en vegetales. Además tienen algunas especificidades. Por ejemplo, en Barbagia beben vino tinto con moderación, comparten trabajo con la familia y tienen dieta rica en omega 3. En Loma Linda, toman frutos secos, observan del descanso del Sabbat y tienen una fe profunda en sus creencias religiosas. En Okinawa mantienen amigos toda la vida, comen raciones pequeñas y encuentran propósito en la vida.
Días atrás, durante la realización de un curso de formación, mantuve una interesante conversación con mi buen amigo César. Hablábamos de la jubilación. Yo le decía que si la legislación no cambiaba, en pocos años podría jubilarme de forma anticipada, aunque aún no tenía decidido qué hacer. Él, sin embargo, sostenía que había que aguantar en el trabajo todo el tiempo que se pudiese, pues era la forma de mantenerse activo y realizando cosas provechosas para la sociedad. Me ponía como ejemplo a amigos suyos que se habían jubilado y que se dedicaban a ver la tele, ir al bar, y poco más. Yo sin embargo le decía, que jubilarse no significaba que se dejaran las actividades sociales o de formación. Todo lo contrario. En el fondo los dos decíamos lo mismo, pero desde perspectivas distintas. Algo parecido nos explica el doctor Fuster al hablarnos de las costumbres de los habitantes de Okinawa.
Pese a que Okinawa es la cuna del karate, sus habitantes no son agresivos, pues tienen como principios básicos el respeto a los demás, la represión de la violencia y el conocimiento de uno mismo. En su dieta, baja en azúcares y en calorías, son fieles a la enseñanza de Confucio de Hara hachi bu: “Come hasta que estés lleno en ocho partes de diez”. De esta forma, no quedan con hambre, pero evitan llenarse. Además de dieta y actividad física, ambos factores muy importantes para le longevidad, el investigador Buettner identificó otro fenómeno común en los habitantes de la zona. Se trataba del ikigai, que puede traducirse como la “razón de vivir”, o la “razón para levantarse cada mañana”. Uno de los ancianos que entrevistó era pescador y, a los ochenta y ocho años, aún salía cada mañana con su barca. Otro, con ochenta y cuatro años, tenía como ikigai hacer ejercicio diariamente. Por ello se preparaba para un decatlón. Otra señora con ciento tres años, pasaba las tardes hablando y tomando té con dos amigas desde la infancia. Todas las personas de Okinawa tenían algo que daba sentido a sus vidas, y que les ayudaba a disfrutar más de los años que les quedaban de vida.
En definitiva, como nos recuerda el doctor Fuster, todos vivimos en un entorno que nos modifica. El ambiente, también regula el funcionamiento de los genes de nuestras células. Del entorno depende que los genes que hemos recibido funcionen o no. Que estén activos o silenciados. Que desarrollen nuestro máximo potencial o nos quedemos a medio camino. Somos animales sociales y cuidar la salud no es lo que más nos importa. Sentirnos parte de una comunidad y ser aceptados y queridos, es un valor superior.
Por todo lo anterior, siempre respetaré y admiraré a aquellos vecinos de Ceuta que, desde distintas posiciones sociales e ideológicas, siguen defendiendo, contra viento y marea, la identidad propia de esta pequeña “Perla del Mediterráneo”. Mi más absoluto desprecio a aquellos que, aún teniendo una posición de poder, con su ignorancia e irresponsabilidad, día a día van contribuyendo a hundir más la ciudad.
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