Categorías: Opinión

¿Hay alguien ahí?

Así, directamente, amable lector, ¿a usted le preocupa la entrada indiscriminada e ilegal de inmigrantes?, pero ¿en qué medida le preocupa? ¿Se ha parado a reflexionar, en algún momento, sobre cuánta inmigración podemos permitirnos? También es posible que usted se sienta mejor y empiece a despreocuparse cuando el botarate de turno, con la voz grave de las graves ocasiones, y con aspecto circunspecto, le sople al oído aquello de ‘no se le puede poner puertas al campo’. Pero no obvie que si usted acepta a pies juntillas que ‘se ha convertido en un lugar común afortunado que las vallas no pueden frenar la inmigración’, tenga en cuenta que mañana no valdrá la excusa de decir que no lo sabía. Además, los hechos notorios, y la inmigración ilegal y sus consecuencias lo son, no necesitan pruebas, pues poseen certeza moral.
Llegados a este punto, presumo que usted, amable lector, tendrá algo que decir sobre el estado de la cuestión de las entradas de ilegales a Ceuta y a nuestro país. No todo va a ser la famosa ‘prima de riesgo’, pienso yo. Pero callar por sistema –como dice Campo Vidal–, o incluso desaparecer de la escena, cuando hay problemas es un gravísimo error. ¿Usted es de los que callan o de los que desaparecen? ¿Entonces…?
Los hay quienes se sienten mejor diciéndose a sí mismos que el gobierno ya toma cartas en el asunto y sabe lo que se hace. Lo malo de actuar y pensar así es que una opinión pública que acepta todo cuanto el poder político dice o hace es tan moldeable, tan dispuesta a olvidar con tal de evitarse incomodidades, que acepta comulgar con ruedas de molino.  Pero claro, cuando usted ve que siguen entrando a nuestro país –y a Ceuta– decenas de ilegales cada día, es justo que empiece a dudar de que el gobierno haga lo correcto para impedir esta invasión.     
Puede que también se le corte la digestión cuando, después de la comida o de la cena, cualquier cadena de televisión le ofrezca las tropelías que cometen a diario los inmigrantes en nuestro país. Por ejemplo, imágenes de las ‘actividades’ que llevan a cabo los inmigrantes en las Ramblas de Barcelona. Pero claro, siempre estará a nuestro lado el progre multiculturalista de turno que nos dirá  ‘no, hombre, no; no identifiquemos inmigrantes con delincuencia’. Y nos quiera convencer de que todo lo que sucede es normal, muy normal.
Por el contrario, se suele sostener que cuando una comunidad considera normal lo extraordinario, lo anormal, lo excepcional, lo inusitado, esa comunidad comienza a tener problemas. Y en vez de encarar, de hacer frente a la realidad, trata de justificar sus males con apolillados argumentos y dilemas éticos. Y pueden, también, que te amenacen con aplicarte algún artículo del Código Penal. De lo que se trata es de silenciarte. De imponer el pensamiento único.
La mayoría del personal que opina sobre las entradas de ilegales se limita a lo meramente anecdótico, es decir, incide hasta la saciedad en los hechos o en las personas, pero obvia lo importante, las ideas. Así, esos personajes se entretienen en contar los detalles de las entradas de los inmigrantes ilegales y en pormenorizar las vidas y milagros de los que han entrado violando las fronteras ante las narices de las Fuerzas del Orden encargadas de defender la inviolabilidad de nuestro país.                                  
Sin embargo, aún no he oído o leído sobre de qué manera podría influir esta inmigración en nuestro cuerpo social en un futuro. Respecto de la inmigración marroquí, tanto la legal, que se está empadronando, como la ilegal, así como los menores MENA, que ya suman casi un centenar y medio, no es obvio temer que el futuro de Ceuta como parte del Reino de España se verá comprometido. Hasta Jorge Cardona Llorens, Miembro del Comité de Derechos de Niño de la ONU, declara, sin tapujos, a este diario que los menores “son enviados por su familia para ver si pueden acceder a Europa para luego conseguir la reagrupación familiar”.
Empiezo preguntando  si ‘hay alguien ahí’ porque no observo ninguna reacción de los ceutíes ante esta invasión africana –marroquí, los MENA y subsahariana–. No me refiero a las autoridades locales y gubernativas que callan sin vergüenza y sin pudor, sino al ceutí de toda la vida. Me temo que esos ceutíes, tal vez, acabarán largándose y encontrando, vergonzosamente, refugio y acomodo en las Casas de Ceuta en cualquier ciudad de la Península. ¡Ay de los ceutíes!

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