Categorías: Opinión

Igualdad de género y desarrollo económico

Se acaba de publicar el informe del Banco Mundial de 2012 sobre la igualdad de género. Su conclusión más importante es que la misma tiene importancia por derecho propio, pero también tiene sentido desde la perspectiva económica. Lo que en el estudio se evidencia es que aquellos países que generan mejores oportunidades y condiciones para las mujeres y niñas, pueden incrementar la productividad y mejorar las perspectivas de desarrollo para todos.
Resulta algo extraño que aún sigamos hablando de igualdad de género, pese a que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 proclama la igualdad entre todos los seres humanos en su artículo primero. Pero es una realidad la existencia de la discriminación entre géneros. Por ejemplo, en Europa las tasas de empleo de las mujeres son menores que las de los hombres (55,7% frente al 70%). También el desempleo es mayor entre las mujeres (9,7% frente al 7,8%). Lo mismo ocurre con las remuneraciones, o con los cargos de responsabilidad en las empresas, que sólo son ocupados por las mujeres en menos del 40%.
Pero hay otras disparidades en el mundo, según este informe. La mortalidad es más alta entre las niñas y mujeres en los países de bajo y medio ingreso. En total 3,9 millones de muertes al año. Hay un desigual acceso a las oportunidades económicas, pues las mujeres tienen más probabilidad de dedicarse a tareas mal remuneradas, de dirigir operaciones empresariales de menor volumen y rentabilidad, o de cultivar tierras menos extensas y productivas. Asimismo hay una importante disparidad en la escolarización de las niñas en muchos países, o una menor participación en la actividad política.
Entre las causas de estas diferencias se encuentra la pobreza, pero también el origen étnico, la distancia o la discapacidad. También influye en ello las normas sociales de determinadas culturas (por ejemplo respecto a las labores domésticas y las prestaciones de cuidados), o los derechos de propiedad y control de la tierra y otros bienes. Incluso el funcionamiento de los mercados y las instituciones ha perjudicado a las mujeres en algunas ocasiones, a pesar del crecimiento de ingresos en los últimos años, y del alivio que esto ha supuesto para incrementar la educación o los empleos.
Las prioridades que se marcan para las medidas políticas de los países son diversas. Así, para reducir el exceso de mortalidad de las niñas en la infancia, resulta esencial mejorar la prestación de servicios esenciales como el agua, el saneamiento o la atención maternal. En lo referente a la educación se debe mejorar el acceso de niñas y jóvenes que queden excluidas por factores como la pobreza, el origen étnico o las condiciones geográficas. Las transferencias de efectivo condicionadas a la asistencia a la escuela han resultado muy eficaces en países como Pakistán o Jamaica. Por último, la reducción de las disparidades en ingresos y productividad se han de combatir con programas que alivien las limitaciones de tiempo de las mujeres, por ejemplo, subvencionando las guarderías o mejorando infraestructuras;  mejorando el acceso a los recursos productivos de las mujeres a través de los créditos y abordando los problemas de información.
Los resultados concretos de algunas de estas medidas que se han puesto en práctica, que se ofrecen como ejemplo en el informe, son muy interesantes. Por ejemplo, garantizando un tratamiento equitativo de las mujeres agricultoras se han conseguido incrementos en los rendimientos del cultivo del maíz entre un 11% y un 16% en Malawi y un 17% en Ghana. De acuerdo con la FAO, igualar el acceso de las mujeres agricultoras a los recursos podría incrementar la producción agrícola en los países en desarrollo entre un 2,5%  y un 4%. Y eliminando barreras que impiden a las mujeres trabajar en determinadas ocupaciones o sectores reduciría la productividad entre hombres y mujeres entre un 33% y un 50%, y aumentaría la producción por trabajador ente un 3% y un 25%.
Como dice el Presidente del Banco Mundial, la vida de las niñas y de las mujeres ha experimentado una transformación extraordinaria en el último cuarto de siglo. Sin embargo, en algunos aspectos los progresos han sido muy limitados. Hoy día la igualdad de género ocupa una posición central en el desarrollo y tiene sentido como elemento de la política económica.
Bajo mi punto de vista, lo esencial es tomar conciencia de que, aunque económicamente sea rentable fomentar la igualdad de género, ante todo debe ser un referente moral en cualquier iniciativa política que se pretenda implementar, tanto a nivel local, como nacional o internacional. Evidentemente, a las empresas y a los sindicatos les queda mucho trabajo por hacer. Pero también a las Administraciones públicas.

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