El año 2008, en otro artículo publicado aquí, en El Faro de Ceuta, ya me referí a la imagen de Nuestra Señora de África, cuya presencia también existe en otros lugares del mundo, según mi nueva investigación en tal sentido realizada y que, entiendo, es bueno se sepa en Ceuta, sobre todo, por los más jóvenes que, entonces, por su corta niñez, no hubiesen tenido acceso aquella información anterior. Y es que, la imagen de Nuestra Señora de África, tan querida y venerada en Ceuta por los cristianos, cuenta con varios lugares más en los que se le rinde culto y devoción; uno de ellos es en Argel y, el otro, en Monterrey (Méjico). Y de este último, me voy a ocupar hoy.
Fruto de tal investigación, he podido saber que, en 1914, antes de la demolición de un convento mejicano, se documentó en dos fotografías el embargo, por parte del Gobierno estatal mejicano, de todas las imágenes de veneración y los confesionarios, para su destrucción en el fuego en la plaza pública. Desde entonces, nada se sabe de dicha imagen ni de su inscripción en la cultura regional. Sabemos que es una advocación mariana importante; pero, dada la destrucción del archivo histórico de aquel convento, no se ha podido precisar aún su origen, autoría, adquisición y veneración. Mientras no se desentrañe esta complejidad con documentos de otros archivos, es necesario seguir investigando, por si fuera posible que algún vestigio histórico nos pueda llevar a conocer su posible origen, junto a los demás datos que puedan existir.
Hasta ahora se sabe que, Fray José María Bringas elaboró, en 1860, un exhaustivo inventario de los bienes del claustro y los dos templos del convento de San Andrés en Monterrey, Nuevo León (región del antiguo Méjico del siglo XVI). En dicho inventario registró la existencia, en la sacristía del templo de San Francisco, de seis esculturas y seis lienzos de imágenes religiosas, de las cuales una llama la atención por llamarse: “Nuestra Señora de África”.
El origen más re moto conocido del hombre en África y su lento proceso de hominización tuvieron como escenario lo que hoy llamamos el continente africano. Y sobre la existencia allí de Nuestra Señora de África en Monterrey (Méjico), nos dice Armando V. Flores Salazar que, ello queda demostrado en los hallazgos de fósiles de Homo hábiles, de Hans Reck, en 1911; de Raymond Dart, en 1924, y de Louis y Mary Leakey, en 1959; todos localizados en el África ecuatorial, cuya remota antigüedad, datada mediante isótopos radioactivos de argón y potasio, pues indica que el origen de África se remonta a dos millones de años.
Desde los actuales Taung, el cañón de Olduvai, en el Serengeti, y la cuenca del lago Rodolfo, el hombre inició el peregrinaje, nunca concluido, para poblar dicho continente y el resto del planeta. La ostensible dualidad de un «África blanca» en el norte, en oposición a la subsahariana «África negra» quedó determinada desde los tiempos prehistóricos. La región septentrional del continente africano, dominada por el desierto y la estepa, que va de Egipto a Marruecos y del Mediterráneo al borde meridional del Sáhara, ha sido habitada por pueblos de lengua camita procedentes del Medio Oriente desde varios milenios antes de la era cristiana.
A los egipcios predinásticos se fueron agregando libios, fenicios, árabes, sirios, hebreos, turcos, griegos, latinos y vándalos que en conjunto configuraron el «África blanca». La región al sur ha sido ocupada desde el principio de los tiempos por una diversidad amplia de grupos, entre ellos los ascendentes de los pigmeos, los bosquimanos, los bantúes, los masai, los watussi; que, aunque dedicados a diversas actividades como la caza, la agricultura, la ganadería y el pastoreo, tienen en común la piel oscura, por tal condición ellos conforman el «África negra».
Hasta mediados del siglo XV de nuestra era, la trata de negros se circunscribió solamente al binomio de árabes esclavistas y negros africanos esclavizados, pero con las plantaciones tropicales del naciente capitalismo europeo, los portugueses se convirtieron en punta de lanza en la compra-venta de jóvenes para satisfacer dicho mercado; con el descubrimiento y la conquista del continente americano, tal práctica adquirió dimensiones descomunales. Pronto se incorporaron al negocio de esclavos, a gran escala, los españoles, los ingleses, los holandeses y los franceses, más otros en menor escala, para atender sus propias necesidades derivadas del colonialismo expansionista ilimitado.
En 1501, llegó a la isla La Española, en América, la primera carga de esclavos africanos, y el emperador Carlos V concedió permisos, como el otorgado al flamenco La Bresa, de introducir anualmente 4 000 esclavos negros a Cuba, Jamaica y Puerto Rico. Este mercado inhumano transterró, en cuatro siglos, a unos 100 millones de africanos negros, según cálculos que no se pueden demostrar por la destrucción de archivos; sin embargo, hay documentación que ampara Armando V. Flores Salazar (junio y julio-septiembre) que indicaría la existencia en Méjico de Nuestra Señora de África, en Monterrey, así como la venta de 12 millones de esclavos en los puertos americanos de Veracruz, Sao Paulo y Nueva Orleáns. Como en el principio de los tiempos, África vuelve a estar presente en esta época histórica del esclavismo, fecundando al mundo, transfiriéndose genética y culturalmente.
La trascendente labor de Enrique el Navegante como impulsor de la navegación portuguesa transoceánica, que conllevará al negocio de la esclavitud, su condición de gran maestre de la orden militar-religiosa y los caballeros distinguidos como miembros de la misma, todo coadyuvó en la difusión de este culto mariano al mundo dominado, y se estableció el 5 de agosto para celebrar su festividad. En 1580, el reino de Portugal decidió su anexión al reino de España, y volvió a separarse en 1640. Sin embargo, tras la separación, los ceutíes decidieron seguir formando parte de España, y así fue aceptado y reconocido por Portugal en el tratado de 1668. De esa forma, desde hace ya unos seiscientos años, Ceuta es una ciudad de plena soberanía portuguesa, perteneciente al mismo territorio peninsular en el continente africano. Y, por lo que respecta a la imagen de Nuestra Señora de África en Ceuta, es su patrona, a la que el pueblo siempre ha profesado una fervorosa devoción.
Y, por lo que se refiere a Méjico, la fuerza cultural generada por portugueses y españoles, ejercida en sus tradiciones y costumbres, llegó al noreste de la Nueva España (antiguo nombre de Méjico, que los conquistadores le dieron) con los pobladores o colonizadores del entonces llamado Nuevo Reino de León. La ostensible presencia de castellanos en la citada región de Méjico queda determinada, en tanto que las gracias, mercedes, concesiones y capitulaciones sólo se atribuían a probados hidalgos de origen español, como Alberto del Canto, Luis de Carvajal y Diego de Montemayor. La presencia de portugueses en la región se facilitó porque se dieron al mismo tiempo la fundación del Nuevo Reino de León y la anexión de Portugal a la monarquía española; por ello, en la catalogación que hace Eugenio del Hoyo, de los 259 acompañantes que fueron con Luis de Carvajal a fundar el Nuevo Reino de León, el 70 % de ellos eran portugueses, y existe la posibilidad de que el resto que quedó sin definir también lo fuera.
"La imagen de Nuestra Señora de África, tan querida y venerada en Ceuta por los cristianos, cuenta con varios lugares más en los que se le rinde culto y devoción"
Pues, aun sin poder precisar con total exactitud su origen, la presencia de la imagen de Nuestra Señora de África en el convento de franciscanos de Méjico, pudo haberse dado por primera vez allí en diciembre de 1746, junto con el bagaje del capitán comandante de infantería don Vicente Bueno de la Borbolla –regidor perpetuo y alguacil mayor de la ciudad de Puebla, mejicana –, fecha en que éste llega a tomar posesión como gobernador del Nuevo Reino de León, luego de haber jurado «servirlo fielmente y defender el misterio de la Purísima Concepción de Nuestra Señora». De igual forma, la imagen pudo haber sido adquirida y donada durante su estancia en el cargo que se prolongó hasta 1752, periodo en el que ordena y cubre todos los gastos en la reconstrucción y ampliación, tanto del templo de San Pablo de Labradores como del convento franciscano de San Andrés, en Monterrey.
Con la irracional demolición del convento en 1914, la eliminación de todas sus imágenes religiosas y la destrucción de su archivo histórico se debilitó la precisión de los datos de este culto mariano en lo particular y de otros muchos casos en lo general, también disminuyeron parte de la materialidad que opera como evidencia ostensible de las tesis. Sin embargo, el hecho histórico sobrevive de muchas otras maneras en las prácticas culturales, tangibles e intangibles, y operan fortaleciendo la parte sustantiva de nuestra identidad.
En conclusión, la presencia temporal de la imagen de Nuestra Señora de África en el convento de franciscanos de Méjico nos ha de llevar a la reflexión sobre el trasfondo cultural de castellanos, portugueses y africanos que opera en la región, y de las prácticas culturales que sobreviven como evidencia de tal relación histórica.
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