La cocina de Sabah Ahmed Mohamed es un hervidero desde las cuatro de la tarde para preparar el Iftar o la ruptura del ayuno. Ella y dos mujeres más se afanan en hacer la harira, freír las últimas briwat o en dar el toque a los knentat que van depositando en una bandeja de gran tamaño. Todos los días desde finales de marzo, y más aún desde que el pasado 25 de abril comenzase el mes sagrado de Ramadán, cocinan para más de 30 personas.
Este año, la festividad se vive de una manera distinta en todas las casas de la comunidad musulmana de Ceuta. También en la de Sabah, quien en esta ocasión celebra el Iftar y el Suhur a medio camino entre su casa y la de su nueva familia: un grupo de transfronterizos marroquíes atrapados tras el cierre de la frontera por parte de Marruecos la madrugada del pasado 13 de marzo.
El confinamiento producto del estado de alarma que se puso en marcha en España el pasado 15 de marzo continúa, y las familias celebran el mes sagrado en sus hogares. No son pocas las que lo hacen con el pensamiento al otro lado de la frontera, como ocurre con las mujeres, hombres y niños que comparten el hogar de la familia de Sabah desde hace unas semanas.
“Me supera ver que es un mes que la gente tiene que estar con sus familias y no es posible”, confiesa esta vecina de la barriada de Los Rosales mientras cierra las tapas de las ollas que guardan la harira, uno de los primeros platos con los que se rompe el ayuno junto al dátil. Habla de la “oportunidad” que le ha dado Dios de “poder ayudar y aportar algo de cariño” a unos trabajadores que se quedaron encerrados y sin un lugar en el que cobijarse.
Si bien el confinamiento para los españoles ya va por el día 50, los marroquíes atrapados en nuestra ciudad llevan 52 días sin poder volver a sus casas. Aquella madrugada del 13 de marzo, exactamente a las seis de la mañana, la frontera de Marruecos cerró. Desde entonces, ha sido imposible que nadie entre por vía terrestre al país vecino.
Cientos de vidas quedaron varadas en el paso del Tarajal. Todos confiaban, ese viernes 13, en que su país les permitiría volver a casa. Esperaron, pero el gobierno marroquí no ha dado, de momento, su brazo a torcer. Fue entonces cuando comenzó una iniciativa ciudadana en Ceuta, en la que también participó Sabah, para hacerles llegar todo el material y la comida posible ofrecida por vecinos de distintas barriadas de nuestra ciudad y así sobrellevar la espera.
“Vino mi marido a comer aquel día y me dijo: ‘Mira, ha cerrado la frontera y se han quedado atrapadas mujeres con niños pequeños. Llamé a una amiga mía, Leila, y le dije mira pasa esto, ¿llevamos bocadillos y algo para los críos? Y me dijo ‘venga vamos’. En principio habíamos preparado como 40 bocadillos pero cuando llegamos allí a la frontera nos encontramos que había mucha más gente, y volvimos a hacer más bocadillos y volvimos a ir a la frontera por la noche”, recuerda.
Mohamed Touzani es uno de los transfronterizos atrapados que convive en esta casa próxima a la antigua cárcel de los Rosales. Su historia comienza como la de prácticamente todos los que sobreviven en nuestra ciudad esperando volver al punto de partida del que no pudieron continuar su camino: la frontera. A este mecánico de Tetuán se le cambia el gesto cuando recuerda cómo fue aquel día. “Entré a trabajar como siempre, quería salir con la gente y estaba cerrado. No podía salir nadie”, relata desde el patio de la casa donde se reúne un grupo de transfronterizos para disfrutar de una tarde despejada. Pasan el tiempo hablando y gastándose bromas hasta que esté todo listo para romper el ayuno. De alguna manera engañan a una rutina que les traslada unas cuantas veces al día hasta Marruecos. “Pienso mucho en mi familia, en mi madre, en mi padre”, continúa Touzani, que zanja con un “no veas” el pensamiento día sí, día también por la familia que está al otro lado. Aunque está contento de haber tenido suerte al conocer a Sabah y poder pasar Ramadán con personas en su misma situación, “no es como pasarlo en casa”.
La iniciativa solidaria continuó una vez los transfronterizos fueron desplazados a la explanada de Juan XXIII, más conocida como la explanada del Chorrillo. Allí, la ayuda ciudadana continuó: se prepararon mesas en las que se servían cafés, tés, se daba comida y mantas a todas aquellas personas que pasaron varias noches en asentamientos improvisados.
“El sábado nos encontramos que había gente en la frontera y en la explanada del Chorrillo. Volvimos a pedir a la gente su ayuda y de nuevo tuvimos de todo: colchones, mantas, comida... Yo cuando vi el sábado que había tanta gente colaborando dije, pues mira ya tienen ayuda”, recuerda Sabah.
Al día siguiente, en vista de que la situación no cambiaba en aquella explanada y seguían recibiendo ayuda, ella decidió quedarse en casa. La misma decisión que tomó Alí Hamido, presidente de Poblado Regulares y otra de las personas implicadas desde el primer minuto en la ayuda a los transfronterizos.
“Yo el domingo ya no fui más a la explanada. Se había movilizado el tema por redes sociales, había más gente y ahí no hacía falta mi ayuda porque había mucha gente involucrada y ayudando. Lo seguía por Facebook junto a mi compañero Ilies que estaba desde el minuto cero hasta el final al tanto de lo que pasaba”, explica Alí.
Fue en la noche de aquel domingo cuando cambió la situación de los transfronterizos: había rumores de que se habilitaría la antigua cárcel de los Rosales para que se alojasen allí. “Vinieron todos andando con sus bultos y cuando llegaron aquí, a la cárcel de los Rosales, les dijeron que no, que no se podían alojar allí, que estaba cerrada”.
Era la segunda vez que escuchaban esa palabra: “cerrado”. En esta ocasión las autoridades habilitaron in extremis el pabellón de La Libertad hasta donde fueron a parar tanto los transfronterizos como los inmigrantes adultos dispersos por la ciudad. Al poco de estar en el pabellón, varios transfronterizos sabían que Sabah había alojado a gente en su situación en una casa que, paradójicamente, tiene vistas a la antigua cárcel.
Los días en ‘La Libertad’, Touzani los resume en seis palabras: “Gente fuma, droga, pelea, no duerme”. Él y otros oyeron hablar de Sabah y ella les dio cobijo en esta casa en la que ya estaban mujeres transfronterizas con sus hijos, también atrapados en Ceuta.
Se escucha el adhan. En el momento de romper el ayuno, esta familia improvisada producto del cierre de la frontera, en esta noche, se reúne en el salón en dos mesas: en una, las mujeres y en otra, los hombres. El orden es el de casi siempre: primero un dátil y después la harira.
Alí rompe el ayuno con su “otra” familia por primera vez. “Ha sido muy bonito la verdad, por ver a esta gente contenta y que se sientan a gusto y acogidos como si esta fuese su propia casa”.
Las mujeres que han preferido quedarse en la planta de arriba también hacen su Iftar mientras los niños ven la tele. Alí muestra cómo el congelador de la nevera está lleno: “Gracias a la solidaridad de los vecinos”. Es a ellos a los que tanto Sabah como Alí agradecen su participación contribuyendo de la manera que pueden.
Tras la “ruptura del ayuno” (traducción al castellano de iftar), el recogimiento de la oración. En otra estancia contigua del salón de la casa, tres hombres oran y se entregan a Dios. Es en esta sala donde, minutos más tarde, se congregan para charlar mientras toman el café o el té. Otros prefieren aislarse en compañía y se sumergen en el teléfono móvil donde aprovechan para hablar con su gente de Marruecos.
Sabah está sentada junto a Naima Alí Mohamed, presidenta de la asociación Al Amal. Y es que detrás de la iniciativa ciudadana que ha permitido a este grupo vivir en unas condiciones dignas para sobrellevar la espera, hay un colectivo de personas que impulsaron de una u otra manera los distintos repartos de víveres en esos primeros días y que siguen implicados en la asistencia a los transfronterizos.
Sabah y Alí dejan claro que no hubiera sido posible llegar hasta este punto sin la ayuda de organizaciones como Luna Blanca, que aporta alimentos a la causa, ni de personas como Leila Abdeselam, de Movimiento Solidario; Yassin, presidente de la Asociación de Vecinos Calle Este; Mustafa, presidente de Miramar Bajo; Habiba Abdelkader de Al Ambar; Ilies Nasere, secretario de Poblado Regulares, Mustafa Abu Zauban, vecino de Claudio Vázquez y colaborador de la Asociación de Vecinos de Poblado Regulares o Bilal Dadi, presidente de la Fase II de los polígonos del Tarajal.
“Para nosotros no son gente de Marruecos. Ahora mismo, para nosotros, son familia”, expresa Alí.
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