Admiro a los aviadores porque yo creo que por estar volando cerca del cielo, ello les impone otra forma de ser, como así es, sencillos, abiertos y de una gran humanidad. Esto no es solo mi opinión, es el testimonio de mis 22 años en Iberia en el departamento de "material", asistencia en tierra a los aviones. Conocí a cientos de pilotos y con muchos de ellos tuve y mantengo una gran amistad de verdaderos amigos. Algunos de esos cientos, los menos, fueron esa clase de impresentables que van por la vida comiéndose el mundo.
Afortunadamente, de la gran mayoría guardo un gran recuerdo de gratitud. En este caso el comandante de Iberia Manuel de Ugarte y Riu es el espejo de todo un caballero y un fuera de serie de la aviación, lo mismo en la aviación militar, que llegó a capitán, como en Iberia.
Mi buen amigo Manuel de Ugarte y Riu con la sencillez que le caracteriza, en una carta y en conversaciones, me decía que no quería protagonismo, que en definitiva no hizo otra cosa que cumplir con su deber, pero yo creo que a la historia no se le puede ocultar o ignorar los hechos porque esta cita es más que elocuente: “la verdad es la verdad la diga Agamenón o el porquero”.
Manuel de Ugarte ingresó en la Academia General del Aire en la VIII Promoción como caballero cadete. Tras obtener el despacho de teniente piloto participó en la Campaña de Ifni-Sáhara en el Ala de Transporte en los célebres Junkers, en el destacamento de Villa Cisneros, y tiempo después en el equipo de vuelo acrobático en el aeropuerto de Sondica (Bilbao). Su equipo sería proclamado campeón del mundo con el gran piloto (fallecido) Tomás Castaño de Meneses. Hijo, nieto de aviadores, nacido en Melilla, la guadaña de la muerte se cebó en esta familia; su padre pilotando una avioneta de origen ruso al desprenderse un plano en un ejercicio de acrobacia se estrelló falleciendo en el acto; un tío suyo se estrelló con un Junkers muriendo en el mencionado accidente y un hermano suyo, cuando volaba con una avioneta, falleció tras estrellarse, el cual era teniente.
Su madre, como todas las madres, en el sepelio de su hermano ante el féretro con el cadáver de su hijo le dijo a Manuel de Ugarte estrujando la gorra con las dos estrellas de teniente: “¡no aguantarla que me entregasen la tercera gorra!”.
En septiembre de 1964 se celebraron en Sondica (Bilbao) los Campeonatos del Mundo de Acrobacia Aérea. El equipo español estaba formado por los capitanes Castaño de Meneses, Negrón, Quintana y Arrabal, todos capitanes del Ejército del Aire. Los entrenamientos eran realizados con las avionetas Jungmaster y los realizaban en el aeródromo de Cuatro Vientos (Madrid), donde se iban a medir con pilotos de larga experiencia acrobática de EE.UU., Francia, Alemania, Inglaterra y de Rusia.
La profesionalidad, el coraje y amor propio de aquel puñado de pilotos españoles hizo posible que España pasase a ocupar las páginas de la prensa nacional e internacional con el triunfo de este equipo español, consiguiendo que lo que parecía un sueño fuese realidad, proclamándose campeón individual del mundo el entonces capitán Tomás Castaño de Meneses, a quien tuve el honor de conocer en los aeropuertos de Los Rodeos y Reina Sofía en su etapa como comandante de Iberia. Por equipos se proclamaron subcampeones del mundo los pilotos Ugarte, Quintana, Negrón y Arrabal. Lo triste es que esta gran gesta mundial apenas se conozca y se les recuerde. Espero que el presidente de la comunidad autónoma de Melilla le recuerde con algún homenaje a este excepcional piloto, Manuel de Ugarte y Riu, hijo de esta bella ciudad de Melilla.
En julio de 1956 el entonces teniente-piloto Manuel de Ugarte y Riu, según consta en su libro de vuelo ‘Entre Junkers y Buchones’, su primer destino fue en el Ala 46 en la base aérea de Gando, y según él recuerda eran las Navidades de 1956 cuando junto a su compañero Rodríguez Montes salían destacados al aeródromo de Sidi Ifni y, según él, serían las Navidades de mayor tristeza. Lejos de la familia quedaban estos dos jóvenes tenientes, sin otra compañía que el avión Junkers estacionado en dicho aeródromo, y ellos en el pabellón de oficiales. Desde Ifni partió para realizar el curso de vuelo sin visibilidad y, finalizado el curso, volvía de nuevo al Ala 46 de Gando, siendo destacado con un Junkers al aeródromo de Villa Cisneros, además como jefe de dicho aeródromo.
Al leer las memorias de Manuel de Ugarte y Riu hasta al más fuerte le brota la emoción y hasta pudo ser que se le saltasen unas lágrimas al comprobar la gran humanidad y entereza de este gran aviador. Y así fueron los hechos de los que él fue protagonista: “cierto día de 1958 en el Junkers que él pilotaba tenían que recoger a varios soldados heridos en acción de guerra desde Auserd a Villa Cisneros. Salió de la cabina para presenciar y acomodar en el avión las camillas que portaban dichos heridos. El capitán médico que los acompañaba le dijo que eran soldaditos de poco más de 20 años y le indicó a dicho capitán médico, ¡a este le estalló una mina bajo el jeep y perderá la vista! Cuando se creían que iba inconsciente les dijo: ¡me dan un pitillo!”.
Otro hecho aún más conmovedor sucedió en la Navidad de 1957 estando destacados en Cabo Juby (actual Tarfaya). La Nochebuena de aquel año el capellán castrense le pidió al teniente Ugarte y a su compañero si le acompañaba a repartir unos turrones a las trincheras de La Legión. Con dos jeeps partieron hacia dichas trincheras, y en uno de ellos habían instalado un Niño Jesús. Había que ver a aquellos legionarios cómo besaban al Niño Jesús y cómo se les veía llorar a hombres curtidos con largas barbas. Cómo él recuerda aquello hacía que se te partiera el corazón.
Manuel de Ugarte y Riu en su cartilla de vuelo tiene unas 14.000 horas de vuelo entre el Ejército del Aire y la compañía Iberia, lo que le acredita como un excepcional piloto tan grande de alma como de corazón. Lo que más le impactó y que da fe de su hombría de bien y de su gran humanidad, sucedió el 24 de febrero de 1958, cuando fueron comisionados en un vuelo del Junkers para aterrizar en Bir Nzaran, para recoger siete cadáveres de soldados jovencísimos y unos prisioneros, los cuales estaban heridos. Él mismo recuerda: “ver aquellos siete cadáveres de edad como la suya y otros más jóvenes se te hacía un nudo en la garganta”.
“A los prisioneros de las bandas rebeldes del Ejército de Liberación marroquí lo traían soldados senegaleses del Ejército francés arrastrando por el suelo y agrediéndoles. Ordené que los soltasen y los tratasen como lo que eran, personas. A regañadientes los senegaleses lo hicieron ante la firmeza del teniente Ugarte. Él recuerda aquella imagen que se me clavó en el alma, con decir que ¡lo he arrastrado toda mi vida! Con aquella carga humana casi de noche aterrizaron en Villa Cisneros”.
La brillante y humanitaria labor de estos aviadores en aquella campaña de Ifni-Sáhara, lo reconocía por ese entonces un medio de estas Islas: “emociona publicar la meritoria actuación de nuestros aviadores. Volaban a ras del suelo a menos de 50 metros para cumplir las misiones que les encomendaban y en sus fuselajes se podían contar los numerosos impactos de fusilería del enemigo. Se jugaban sus propias vidas por apoyar y auxiliar a sus compañeros del Ejército de Tierra” (Diario de Las Palmas, 1958).
En marzo de 1968 el entonces capitán piloto Manuel de Ugarte y Riu, pidió excedencia en el Ejército del Aire al haber sido contratado por una productora inglesa para rodar la película ‘La Batalla de Inglaterra’.
Manuel de Ugarte participó volando aviones de la II Guerra Mundial ‘Heinkel’ y ‘Spitfire’ sobre los cielos del Estrecho de Gibraltar y de aeródromos militares españoles, escenificando lugares de Alemania para hacer realidad escenas de los combates de la II Guerra Mundial. Los ingleses quedaron admirados de Manuel de Ugarte, por lo que fue nombrado coronel de las Fuerzas Confederadas del Sur con carácter honorífico.
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