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¿Existe la raza árabe pura entre los marroquíes?

Pregunta esta que nos sugiere las detalladas relaciones que de ellas vemos con las de nuestra patria, desde Guadalete hasta Granada y la expulsión de los moriscos. Además otros datos tenemos para formular en un estado, como formando una misma raza de moros y a los árabes, por mas que por razón de origen nada puede ser menos discutible que sus radicales diferencias.
La conquista de Magreb por los árabes, la confusión que desde luego hay entre vencedores y vencidos, las dos irrupciones de España de los Almorávides y Almohade de las razas autóctonas de Marruecos, el ser conocido con los nombres comunes de sarracenos, moros y musulmanes, aún el de árabes aplicado indistintamente a todos los musulmanes, nos inclinan a creer que hace siglos había desaparecido la división entre la primitiva raza de moros y la árabe conquistadora.
Pero, la mayor parte de los geógrafos dicen que existe en algunos lugares que conservan la fisonomía y las costumbres de los antiguos pobladores de la Arabia feliz. Estas son las que  forman la raza árabe, compuesta por individuos de elevada estatura y mirada penetrante, rostro ovalado, color moreno, ojos negros, nariz aguileña, frente despejada, boca pequeña, barba negra, y terminada en punta que constituyen tipos majestuosos y altaneros.
Errantes por condición, orgullosos por temperamento, poetas de origen y valientes por sus creencias religiosas; el pastoreo es su oficio, desprecian a los habitantes de la ciudades, los pensamientos poéticos les deleitan y la guerra, sobre todo la de sorpresas, es lo único que pueden entusiasmarles. Aman la libertad que se disfruta en los campos, donde la naturaleza les muestra todas las grandezas y todos los contrastes que satisfacen su fantasía oriental; descargados de quehaceres, dedican el tiempo a las personas y cosas de su cariño, la mujer, los hijos y a su caballo; la casa compuesta de una lona tendida y sujeta con estacas, facilitan sus costumbres nombradas y así viven felices, en medio de una independencia salvaje que compara con la esclavitud que sufren los que viven en las ciudades, por cuya razón los desprecian.
En la guerra, es el árabe impetuoso cuando acomete y triunfa, decae su espíritu cuando es vencido pero nunca su valor y serenidad. Así es que viéndose rodeado de enemigos, vende cara su vida, combatiendo con todos los medios posibles, y si es preciso arrojarse por un precipicio con tal de arrastrar tras de el al adversario, que lo hace con la mayor indiferencia. Su arma favorita es la espìndarga, a la que dedica igual amor que a la mujer y al caballo. Esta raza era uno de los elementos mayores de perturbación, pues su fantasía y vida nómada le hacen ignorante de lo que se llama “saber vivir”, y, de esta ignorancia se aprovechan los mercaderes para engañarlos con la seguridad de tener a su lado a la policía que lo protege por medio de dadivas, quitándoles la razón a los árabes, maltratándoles y apresándolos en muchos caso, de lo cual han nacido grandes antipatías, que en la revueltas, los árabes aprovechan la ocasión para satisfacer sus venganzas, llevando el horror a todas partes.
Sin que pretendamos profundizar las indicaciones que dejamos hechas y sostener la tesis de que las razas descritas no aparecen en nuestra historia de ocho siglos que tantos puntos de contacto tiene con la de Marruecos, si podemos afirmar plenamente convencidos que los hechos dan la razón, que la división de la raza y sobre todo sus odios no se ha presentado nunca ni mas distintamente ni con mayor furia que ahora. Ningún interés armónico de los muchos que impelen a los países y a sus habitantes ha constituido los Estados, excepto el religioso, existe entre las diferentes razas que dejamos descritas y que son el nervio poblador de este país.
Desde el mas pequeño e insignificante detalle a las creencias mas fundamentales en materia política, se advierte un abigarrado conjunto de usos, costumbres, sentimientos, afectos, ideas, trajes, armas, casas y aficiones que ni tiene punto de afinidad ni es posible armonizarlos. La proporción que se note en la fuerza de que dispone cada uno de los grupos que hemos descritos, equilibrios que contribuye a sostener la ignorancia y las divisiones que parecen una maldición de Dios, condenado a este pueblo a formar la ineptitud y las divisiones territoriales. Porque si al menos hubiera una raza con vigor suficiente para imponerse a las demás por cualquiera de los medios conocidos, unidad de creencias, justicia y aspiraciones, nacería una nación con un verdadero pueblo, de cuyo crecimiento y desarrollo o habría duda, mucho mas si se modificaran determinados preceptos del Corán de carácter político.

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