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¿El obispo no da su brazo a torcer?

En abierto perjuicio para la Iglesia, a veces algunos dirigentes de nuestra Diócesis no necesitan buscar “enemistades”. Con su actitud, sus desafortunadas declaraciones, y el gran peso del solideo, alzacuellos, cleriman o las casullas de once varas le bastan y le sobran.
Señor obispo, le recuerdo que es muy difícil ser santo ostentando algún cargo con poder. Casi tan difícil como ser rico y santo, aunque el rico tiene la posibilidad de dar lo que tiene. Sin embargo, ¿puede dar usted lo que no tiene? No se da nunca lo que no es de uno. Y le vuelvo a recordar que el Cristo de Medinaceli no es de su propiedad sino del pueblo de Ceuta, y por tanto no puede usted decidir sobre su destino. Su deber, señor obispo, es dar ejemplo a todos con la doctrina de Jesús en la mano, pero antes debe bajar usted de las alturas, cruzar el Estrecho, y escuchar a los demás. Debe usted conocer toda la verdad de los problemas de su Diócesis en Ceuta, en vivo y en directo, no sólo las versiones distorsionadas que le llegan a través de su vicario, sino leyendo este periódico y escuchando también a los mortales, incluidos cofrades de la Junta de Gobierno de la Hermandad, que seguro que le tienen mucho que decir. Intente usted conocerlos desde el fondo de sus corazones. La mejor limosna de amor que puede darle usted al pueblo de Ceuta es dejar en paz a nuestro Santo Cristo, dueño y Señor de Ceuta y de nuestras almas, y que baje definitivamente a su Casa de Hermandad, para que todos los cristianos lo podamos tener más cerca de nuestros corazones y de nuestras casas, durante todo el año.
¡Ay Señor, Señor! ¡Creo que estamos poniendo el dedo en la llaga! Para hacer esos regalos, señor obispo, se necesita caridad, pero sobre todo humildad, mucha humildad para demostrar amor hacia su pueblo cristiano caballa, y nunca creerse más que nadie. Señor obispo, respete la voluntad de su pueblo y a sus Hermandades.
Señor obispo, al pueblo de Ceuta no le basta con que nos deleite con una magnífica homilía frente a la Patrona, si lo que nos predica no se ve reflejado con hechos y no sólo con palabras. Le recuerdo que la santidad es amar a Dios con toda el alma, pero también amar al prójimo con todo su corazón, sentir empatía por los demás, incluidos los cofrades. Y en esta segunda parte todavía puede que le quede a usted algún camino desconocido por recorrer aún en nuestra ciudad, el camino que llega a San Ildefonso. ¿Se atrevería usted a hacerlo a pie con sólo la compañía de su vicario?
Señor obispo, ¿sabe el origen de la frase: “No dar nuestro brazo a torcer”? Proviene del juego de hacer “pulsos” cuando dos personas se sientan frente a frente, se toman de las manos y prueban su fuerza. Es una frase muy ilustrativa de lo que muchos piensan que debe ser la filosofía de la vida. ¿Es ésa la suya? Ser más fuerte, astuto, orgulloso que los demás. Da la sensación, señor obispo, de que esta frase está marcando nuestro estilo de vida actual. Todos queremos, incluido su vicario y usted, tener siempre la última palabra en una discusión, sobre todo cuando ostentamos un cargo de poder. A veces queremos “aplastar” literalmente a nuestros rivales, e intentamos a toda costa salir victoriosos ante la sociedad laica que nos observa expectante, no importando el costo. Al fin y al cabo, parece que el fin justifica los medios, ¿no? ¿Pero cómo piensa usted presentarse con esta presunta victoria ante Dios? ¿Debe ser ésa la naturaleza humana del cristiano? ¿Cree usted, señor obispo, que es ésta la única forma de resolver nuestros problemas?
Sin embargo, señor obispo, el mensaje de Dios es todo lo contrario ¿Qué sucede cuando nuestra disputa es contra un hermano en Cristo? ¿Qué sucede cuando “la paz” se ve irrumpida por un altercado entre cristianos? Ciertamente esta actitud de soberbia que percibimos de la Iglesia, que se nos pega a la piel como la bruma del levante estival, no va a resolver el asunto, al contrario, nos aleja a todos de Dios.
Señor obispo, no hay razón alguna que justifique ante Dios la imagen pública que estamos dando los cristianos como usted, su vicario y yo en contra de los sentimientos y el testimonio de Jesús. Lo peor de este desgraciado incidente es que estamos dando un espectáculo de dimensiones dantescas ante el asombro atónito del resto de las comunidades religiosas que componen el crisol de culturas de nuestra ciudad.
Señor obispo, le recuerdo lo que escribió Pablo a los Corintios, y también ahora a nosotros sobre lo que debemos hacer para evitar llegar a “no dar nuestro brazo a torcer”:
“Para avergonzaros lo digo. ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos? Así que, por cierto, es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados? Pero vosotros cometéis el agravio, y defraudáis, y esto a los hermanos”. 1 de Corintios 6:5-8.
Sin embargo, aunque resulte increíble, señor obispo, nosotros los cristianos siempre lo hacemos absolutamente al revés. Y le recuerdo de nuevo, que lo más triste de todo, es que nuestra reputación espiritual está quedando a la altura del betún de nuestros zapatos negros ante las demás comunidades religiosas, donde este tipo de conflictos no se producen.
El señor vicario tampoco ha estado a la altura de las circunstancias, ni mucho menos, haciendo declaraciones desafortunadas más típicas de un ‘emisario político’ que de un Ministro de Dios, acusando públicamente a la Hermandad de hacer obras a sus espaldas, a escondidas. ¿A escondidas de quién? ¿Debo entender que el vicario refiere que el “pecado” y/o “delito” se ha realizado con nocturnidad y alevosía, y sin permiso oficial de obras? Le recuerdo de nuevo la autonomía que refleja el Derecho Canónico en cuanto al patrimonio de las Hermandades se refiere, y que no tienen obligación de pedir permiso a nadie. Con un cerebro atascado en el fango del Concilio de Trento, y con un comportamiento de falta de dialogo con las cofradías, la Iglesia Católica en Ceuta vuelve a las andadas.
Al señor vicario le recuerdo lo que dice el evangelista de su apellido sobre la forma que tiene Cristo de solucionar los problemas entre creyentes:
“Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.” Mateo 18:15-17.
Por más que leo la Biblia, en mi torpeza de no ser doctor en Teología, no encuentro instrucción alguna que justifique la actitud del vicario, y eso que estudié en un colegio de curas, y mucho menos nada que diga: “nunca des tu brazo a torcer”, y menos si eres el más poderoso.
Todas las personas se pelean, hasta los mejores amigos del alma. Pero si recordamos la metáfora paulina sobre el cuerpo de la Iglesia, y pensamos un poco sobre ella; ¿qué sucede cuando las partes, los órganos del cuerpo humano se pelean? Eso está descrito en todos los tratados de Medicina, aparecen las Enfermedades Autoinmunes, todas crónicas con una alta tasa de morbimortalidad. Eso mismo sucede en el cuerpo de Cristo cuando nos enfrentamos unos a otros. Usted puede evitar estos estériles enfrentamientos entre cristianos que sólo dañan a la imagen de la Iglesia que usted representa.
Señor obispo, no cree usted que Jesús sufrió el agravio de dar su vida por nosotros, para que usted, su Vicario y yo, pudiésemos vivir eternamente. ¿Puede usted sufrir algo por él para agradarle? ¿conoce usted la palabra reconciliación? Porque si no la conoce no podemos enviar el mensaje de tranquilidad y de paz al pueblo cristiano de Ceuta.
Pero antes es necesario que todos demos nuestro brazo a torcer, y usted –como hizo Jesús– es el primero que debe dar ejemplo. Si no lo hacemos así, si nos desviamos ahora del camino, el tiempo dará la razón a mi frase “nuestros antepasados más remotos probablemente fueron gentiles (paganos), nuestros abuelos, muy católicos, nuestros nietos agnósticos, pero las nuevas generaciones del futuro lejano, serán sin duda, herejes”.

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