Identidad(es)

Aún recuerdo las tardes en la playa de la Almadraba; el sonido de las olas en levante, y como éstas arrastrando las piedras representaban una sinfonía de redoble de tambores que acompañaban como banda sonora a quienes pululaban por allí y que constituían ese cosmos de luz, sal y tierra: ¡Pesteles!, gritaba el vendedor de pasteles que cargaba en un cesto enorme milojas, palmeras, bollos de crema; ¡Karamilu!, un palo de madera y en la punta una pasta rosa de azúcar; ¡Hey vitamina!, frutos secos variados repartidos en un cucurucho de papel; la llamada del imán a la mezquita, o el repiqueteo de las campanas de la iglesia de la Almadraba. Recrear la sensación de labios quemados por la sal de los volaores que luego se contrarrestaba con el dulce del miloja que por 6 duros había comprado al pesteles; y luego, a la tarde noche, ir a la Feria con la sensación del abrazo del sol playero, y disfrutar de la música, los bailes y los cubatas de garrafón.

Desde una perspectiva plural de la identidad, resulta bastante complicado entender el discurso de quienes se afanan por promover en un solo sentido (unilateral) la(s) identidad(es) de un territorio concreto; porque ésta no responde exclusivamente a elementos ajenos e inamovibles ya pre-existentes, con realidad propia; las personas, a través de sus vivencias y exposición en el mundo no solo enriquecen la(s) identidad(es), sino que recogen, construyen y también desechan aquellos elementos culturales, familiares, sociales y políticos que conforman el todo de la conciencia de un ser humano, una comunidad o un país. La(s) identidad(es), por más que les pese a los que desde el dogmatismo sentimentaloide se empeñan en presentar unos rasgos y estereotipos concretos, les digo que ésta resulta ser una “telaraña de significado” (M. Weber) construida por quienes actúan en un cosmos específico; es un ejercicio que pivota entre lo colectivo e individual.

Los elementos que construyen una identidad se deslizan como por río revuelto, mutando a través de la vereda de la historia y del tiempo. ¿Acaso los elementos identitarios de la España del S.XIX son iguales a los de ahora? No. De ahí que podamos poner en cuarentena esa ontología de los elementos que conforman la(s) identidad(es) y que sirven para que los sentimentaloides del blanco y negro construyan un modelo concreto de lo que significa ser español, o ser ceutí.

Y más tarde me marché a Granada. El Albaicín me recogió como a un hijo perdido, y me alimentó y retuvo durante años: El Paseo de los Tristes y el río Darro formaron parte de mi escenografía particular; y la placeta de la Virgen del Carmen, escenario de gitanos y payos de mal-vivir que con la Alhambra al fondo recurrían a través del cante a una revelación que les iluminara la vida, me acompañaba cada vez que iba a mi casa.

Faltos de programa político concreto y de propuestas que ayuden a la fortaleza y cohesión del grupo, quienes forman parte de los sentimentaloides del blanco y negro avivan el fuego y la separación exaltando de manera exagerada, torticera y fingida esas característica que todo español debe cumplir para poder acceder de manera legítima a los carnes de sentimentaloides patrióticos que ellos mismos reparten; se autoproclaman devotos y conservadores del patriotismo cultural; azuzan el sentimiento de amenaza o pérdida patrimonial para aumentar sus listas de seguidores a partir del: “nuestra cultura y valores están en peligro por culpa del otro”

Una ciudad como Ceuta, diversa donde las haya, representa precisamente ese fenómeno de identidad múltiple donde, en un espacio concreto se manifiestan de manera recurrente, abierta y diversa, distintos modelos de significación que forman parte del mismo conjunto de los ciudadanos de Ceuta; por tanto, en un territorio tan pequeño, pero tan dispar, se hace patente la inexactitud de un modelo fijo y dogmático de ser.

Pero este fenómeno de bisturí burdo y poco elaborado no resulta solo y exclusivo de aquellos que forman parte de la corriente sentimentaloide del blanco y negro, también, en las antípodas ideológicas, surgen proyectos de disección en este sentido pero a la inversa; la prueba la tenemos en otros discursos políticos que inventan también estereotipos identitarios que tienen el mismo efecto que el anterior: la de crear a través de una estrategia concreta un modelo artificial y forzado de lo que significa ser.

Si entendemos la(s) identidad(es) como un fenómeno que se construye y se transforma a través de diferentes mecanismos: políticos, sociales, filosóficos, artísticos y psicológicos; tanto cuesta sentarse y hablar sobre qué elementos queremos que nos constituyan como miembros de un determinado grupo humano. En el caso de Ceuta, a pesar de los avances que ha habido en este sentido, que han sido muchos, pienso que aún queda trabajo por hacer; y creo que esta tarea profunda y de meditación implicaría cierta catarsis y purificación para comenzar un nuevo camino: integrar y fortalecer distintos elementos culturales que refuercen ciertas cualidades e idiosincrasias del ser.

Y ahora, habitante del norte peninsular; cuando uno rebusca en esos elementos que lo constituyen y en los recuerdos y vivencias significativas, me doy cuenta de que ante la inquietante y profunda pregunta acerca de mi(s) identidad(es), ¿quién soy yo?, solo puedo responder: un vasco de Ceuta del barrio del Albaicín.