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Identidad y futuro

Ha sido preciso esperar dos años, dos dolorosos años, para volver a ver a nuestros cristos y vírgenes en la calle. Y en esta ‘nueva normalidad’ algunos nos preguntamos, ¿volverá a ser todo como antes, al menos en nuestra ciudad? Es la trilogía del temor, la incógnita y, a la vez, la esperanza de tantos cofrades y de cuantos sentimos profundamente tan piadosa celebración. Qué otra cosa es la Semana Santa ceutí sino andaluza. Una celebración que nos hermana con esas ocho provincias que expresan su manera de sentir y de vivir a través de una fiesta que hunde sus raíces en la tradición cristiana y que el paso del tiempo ha transformado en sentimiento compartido por todos. Rituales transmitidos de padres a hijos, generación a generación. Una fiesta polisémica, a veces contradictoria para propios y extraños, sin par en el mundo. Pasión cristiana escenificada según tradiciones ancestrales. Imaginería, orfebrería, música. Un sinfín de elementos culturales y artísticos que hacen única esa vivencia de la Semana Mayor que ahora vuelve.

14 hermandades Es un auténtico prodigio, por no decir milagro, la salida de esas catorce hermandades penitenciales plenas de vida y actividad, con la puesta en la calle de sus veinticuatro pasos.

No se me ocurrirá entrar en la dilatada historia de nuestra Semana Santa, máxime después de los artículos que de ella ha venido ofeciéndonos en el tiempo José Luís G. Barceló, el cronista oficial de la Ciudad. Y siempre será oportuno insistir como en Ceuta, se vive solemnemente desde hace más de cuatro siglos esta magna celebración con testimonios que hablan de la salida de algunas imágenes desde 1700. La sorpresa para nuestros visitantes o para los que la descubren por primera vez a través de un audiovisual no puede ser mayor cuando advierten lo extraordinario de su riqueza patrimonial, artística y espiritual, máxime en una ciudad de las características de la nuestra. Es un autentico prodigio, por no decir milagro, la salida de esas catorce hermandades penitenciales plenas de vida y actividad, con la puesta en la calle de sus veinticuatro pasos. Un palmarés que perfectamente puede colocar nuestra Semana Mayor altura de las mejores de Andalucía, bajo el inconfundible estilo de la más pura escuela sevillana.

Siempre será oportuno insistir como en Ceuta, se vive solemnemente desde hace más de cuatro siglos esta magna celebración con testimonios que hablan de la salida de algunas imágenes desde 1700

¿Y el futuro? Los datos poblacionales no invitan al optimismo. Según los publicados por el INE, al 1º de enero de 2021 el número de habitantes de Ceuta era de 83.157 personas, 685 menos que en 2020. No dispongo de cifras, pero quiero pensar que, de ellas, la mitad o muy poco más, son las que potencialmente pueden sentirse vinculadas con estas manifestaciones, bien desde el lado artístico, del espiritual o simplemente del de la tradición. La otra mitad, precisamente la que demográficamente más crece, es obvio que por razones de religión o cultura pasen de ella. Únanse a los anteriores aquellos que por su transitoriedad en la localidad permanecen totalmente ajenos al acontecimiento. Dificilmente una ciudad de treinta y cinco o cuarenta mil habitantes, la que podría resultar del cálculo anterior, pueda ofrecer algo similar. Ahí está el ‘milagro’. La Ceuta actual no es ni por asomo la de hace cincuenta o sesenta años, cuando la composición poblacional proclive a la conmemoración de la Semana Santa era mayoritaria, propiciando así el mantenimiento y el alza de las cofradías y de su patrimonio. Resultaría complicado imaginar, a quien no lo vivió, lo que era esta ciudad en aquellas épocas, especialmente un Jueves o un Viernes Santo, cuando la calle era un hervidero de personas, no sólo de aquí sino de españoles residentes en el vecino Protectorado. Más o menos como pueden verse por estos días las calles de Málaga o Sevilla. Con otra particularidad. Para bien o para mal, casi todas las hermandades contaban con el patrocinio, cuando no la titularidad absoluta, de los distintos cuerpos y armas de la guarnición. No sólo en lo económico e institucional sino con las aportaciones de sus propias bandas de música. Bandas que, ahora civiles, precisamos traer de fuera al ser insuficientes las locales. De todas formas hay que quedarse con el espíritu y la imagen de la Semana Santa actual por su orientación, rigor y organización, pero siempre con el valor añadido de la maravillosa realidad de su propia y genuina identidad. Y es que, sin el valiosísimo legado del sustrato de su pasado, dificilmente sería hoy la que es.

La Ceuta actual no es ni por asomo la de hace cincuenta o sesenta años, cuando la composición poblacional proclive a la conmemoración de la Semana Santa era mayoritaria, propiciando así el mantenimiento y el alza de las cofradías y de su patrimonio

Afortunadamente, todavía seguimos teniendo en pie de acción y entusiasmo a un colectivo de abnegados cofrades que hacen posible que nuestra Semana Santa continúe adelante para admiración y veneración de propios y extraños. Como importantísimo será siempre también, qué duda cabe, el apoyo de la Ciudad Autónoma. Líbrenos Dios, por cierto, de que en el futuro nos pudiera sobrevenir un alcalde como aquel podemita de Santiago que decidió retirar las subvenciones a la Semana Santa, pero, eso sí, no tocando para nada las de otras confesiones religiosas. Me reconforta ver a esa entusiasta juventud que ahí sigue tirando del carro de nuestras cofradías, a las propias casas de hermandad que poco a poco fueron surgiendo como templos vivos de esa fe y tradición que jamás debíamos ver languidecer y, por supuesto, a la ya consolidada ‘procesión de los niños’, llamada a ser la luz que ilumine y aliente las vocaciones cofrades de los más pequeños. Ahí han estado puntualmente y de nuevo un año más en la calle, y van diez, el Cristo de la Infancia y la Virgen de la Inocencia, bajo la feliz iniciativa e incansable batuta de Blanca Vallejo y su grupo de entusiastas monitores. Me cuentan que hace una década habría unos 300 costaleros. ¿Cuántos serán en la actualidad? Me temo que muchísimos menos. Un entusiasta cofrade me dice también que, paulatinamente, nuestros cristos y vírgenes pueden terminar saliendo en parihuelas, o quien sabe si retornando a las ruedas, de persistir esa falta de costaleros y de vocación cofrade. De ahí que iniciativas como la anterior resulten vitales para el futuro de nuestra Semana Santa y, con ella, la permanencia de una de nuestras principales señas de identidad.

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