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“¡Cállese, señora, esto es política!”

Cállese, señora, esto es política!” es el corolario de  la vileza, la ruindad y la villanía con las que la infame casta política nostra española ha hipotecado el futuro de esta ciudad, el futuro de Ceuta como parte integrante del Reino de España. Ese funcionario felón que pronunció ese “¡Cállese, señora, esto es política!” es el conde Don Julián redivivo. El drama de Ceuta ha sido –y es– la abyecta casta política que ha gobernado este desgraciado país en el último medio siglo. Ya no se trata de adoptar posturas timoratas y recelosas ante el futuro de la ciudad. No se trata tampoco de añorar otras épocas; se trata, más bien, de que nos hemos dejado gobernar por necios y traidores. No, aquí de lo que se trata es, pues, de que esta casta política y sus alrededores han hecho de la cobardía pilar de vida. Se trata, en suma, de poner una duda escéptica en todo aquello que se afirma con énfasis excesivo, y esa afirmación enfática era la que nos ha estado vendiendo esa inicua casta política nostra de que Ceuta no era carne de almoneda. Mentían. Mienten.
Pero hete aquí que el señor Olivencia escribió el pasado domingo, día 14, un enorme artículo de los que ponen el vello de punta, titulado No quiero que otros terminen con Ceuta, y ha dejado con las vergüenzas al aire a no pocos políticos. Lo sorprendente, aparte del contenido, es que el citado escrito del exparlamentario Olivencia no ha tenido el eco que se merece. El artículo no ha merecido, durante los días siguientes a su publicación, una carta al director, ni un artículo de fondo, ni un comentario de algún prócer de éste o aquel tiempo del que escribe Olivencia. Nada. Un silencio vergonzante ha caído sobre el escrito al que nos estamos refiriendo. Un silencio culpable. El escrito del señor Olivencia es como un puñetazo en pleno rostro, cuyas consecuencias no se pueden obviar, maquillar, pero del que se prefiere no hablar, no se quiere dar muchos detalles al respecto. Mejor olvidarlo. Pues algo así es el artículo de Olivencia. Cuanto menos se hable de él, mejor. No sólo ha dejado a ciertos políticos con las vergüenzas al aire, sino a quienes comulgan con ruedas de molino y se han convertido en palmeros de esta invasión marroquí que Ceuta ha venido sufriendo desde mediado de los años 80. Palmeros, nativos y foráneos, que minimizan y aplauden con las orejas el asentamiento de marroquíes en el solar ceutí y que, andando el tiempo, causará problemas a la españolidad de nuestra ciudad. Palmeros traidores, maestros en agitar las palabras sin tiento para anular el significado de las mismas o para conferirles un sentido espurio. No hay contrario mayor que el enemigo en casa, dejó dicho Tirso de Molina. Y es cierto, para desgracia de Ceuta. Esos miserables, que abdican de la historia de la ciudad que les vio nacer o que les ha acogido, seguro que esperan una palmada en el hombro, un elogio de ese invasor al que aplauden a rabiar.
El mismo señor Olivencia reconoce que no encuentra explicación a la tolerancia en el asentamiento de marroquíes en nuestra ciudad. Entre las causas que Olivencia expone a tal tolerancia sobresale la que él llama “búsqueda de una salida nada patriótica al problema de la soberanía”. En román paladino esto quiere decir que en la mente de esos politicastros ya anidaba la intención de entregar Ceuta a Marruecos, sin llegar a un enfrentamiento, por el mero hecho de que el aumento de magrebíes en Ceuta inclinase la balanza hacia Marruecos. Todo una bellaquería.
Pero las que no tienen desperdicio son las sorprendentes declaraciones de políticos sobre Ceuta que el exsenador Olivencia recoge en su artículo. Así,  Gutiérrez Mellado, siendo comandante general y delegado del Gobierno en Ceuta, ante la inquietud mostrada por una señora por la invasión de marroquíes, ya en aquel entonces, el general Gutiérrez Mellado le espetó tajantemente: “A ver si os dais cuenta de que os tenéis que acostumbrar a convivir con ellos”. Otra perla fue la respuesta que dio un ministro de Calvo Sotelo ante la preocupación de Olivencia por el asentamiento ilegal de marroquíes en Ceuta: “¡Pues qué va a ver en Ceuta, sino moros!”. Pero la palma se la lleva Belloch, ministro socialista de entonces, ante el deseo de Olivencia de “garantizar la cobertura efectiva de la línea fronteriza terrestre”. Pues bien, Belloch le respondió que era “incorrecto” que Olivencia pensara “establecer una frontera acorazada para Ceuta o sitiarla militarmente”, “que las medidas (que pedía Olivencia) son inconcebibles en el plano teórico, irrealizables en el plano de lo práctico e irresponsables desde un punto de vista de nuestros compromisos internacionales”. Ruindad, vileza y traición.
Pero el colmo de la traición se refleja en las palabras que encabezan este escrito del funcionario de turno, testigo del juramento de una marroquí para obtener la nacionalidad española, que tenía que ser ayudada por una intérprete, pues no entendía el español, y, ante la observación de la esposa de Olivencia sobre tal punto,  el funcionario felón le espetó “¡Cállese, señora, esto es política!”, al tiempo que la intérprete la llamaba (¡cómo no!) “racista”.
La dejadez y la tolerancia en el asentamiento ilegal de marroquíes tenía que tener un origen, una explicación, y ha sido Olivencia quien la ha expuesto a la consideración pública de los ceutíes. Traidores con nombres y apellidos. Éstos, y otros que Olivencia calla, me han hecho pensar en Ditalcón, Audax y Minuro, que asesinaron a Viriato. Recuerde, amable lector, “Ceuta no paga traidores”.

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