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¿A quién beneficia?

Dice un viejo adagio “A aquellos a los que los dioses quieren destruir, primero los vuelven locos”. Y nosotros debemos de estar locos por haber permitido que se hayan asentado en nuestro país más seis millones de inmigrantes, que serán, en efecto, en su mayor parte el material del crecimiento de la población descendiente de inmigrantes. Como decía el parlamentario británico Enoch Powell en su discurso profético de abril de 1968: “Es como ver a una nación entera apilando leña para su propia pira funeraria”. Todo comenzó, o casi, acuñando un término para designar una ideología criminal y cancerígena: el ‘multiculturalismo’. Esta ideología perniciosa pretende un “genocidio por sustitución”, es decir, la suplantación de unos pueblos europeos por otros pueblos no europeos. En suma, se trata de laminar no sólo a los individuos, sino sus referentes históricos, culturales, religiosos, sus modos de vida, su mentalidad, sus valores, su espíritu. Todo ello es posible mediante esa inmigración masiva –disfrazada de progreso, humanitarismo, igualdad, etcétera– que constituye la mayor violencia a la que ha estado sometida Europa en mucho tiempo. Nada que ver con la de los tiempos de los ‘bárbaros’.
El multiculturalismo, digámoslo ya, es una ideología ‘cuasi religiosa’. Y esto es así porque sus adictos no recurren a argumentos racionales para explicar su naturaleza y la necesidad de ser implantada en las sociedades monoétnicas y homogéneas racial y culturalmente, como las sociedades europeas, sino que acuden al “ámbito de los ensueños y de las quimeras” como hace cualquier religión. Para lograr el triunfo de esta malsana ideología y llevar a cabo lo que se conoce como ingeniería social, que no es más que la sustitución de unos pueblos por otros, los ideólogos y los apóstoles entregados a la causa con la fe del converso se ponen manos a la obra y la destilan gota a gota en los cerebros de los niños desde la guardería hasta la Universidad. A ello hay que sumar las campañas mediáticas a favor del multiculturalismo, que, sin solución de continuidad, son llevadas a cabo por creyentes de esta ideología en radio, prensa y televisión. Todo ello encaminado a lograr una sustitución étnica sin precedentes, sustitución que sería su triunfo final: destruir las bases de la sociedad actual europea y ser sustituidas por las bases que preconiza el multiculturalismo. Es pues un Caballo de Troya instalado el corazón de las sociedades europeas, pues el tamaño en continuo crecimiento de las masas inmigradas a Europa conspiran contra los europeos. Tamaño y conspiración que acaban por intimidar y amenazar todo intento de resistencia de los autóctonos.
Mientras todo esto sucede a su alrededor, el ciudadano autóctono no alcanza a comprender las razones de todo aquello. Alguien ha tomado unas decisiones que nunca le fueron consultadas. Y de pronto, se encuentra convertido en un extraño en su propio país. No entiende nada. Su barrio es irreconocible. Observa atónito cómo sus vecinos de casa se van marchando y sus lugares van siendo ocupados por extraños a los que no entiende ni comprende. Extraños que le intimidan e incluso le amenazan. Extraños que sólo saben una palabra en el idioma del ciudadano autóctono: “Racista”. Sólo esa palabra. No sabe qué hacer ni a dónde acudir para que alguien le dé alguna explicación de todo ese cambio. Si se queja, le amenazan con leyes-mordaza que pueden hacer que dé con sus huesos en la cárcel por ‘racismo’ y por ‘odio al extraño’. Quien puede se muda de barrio y quien no, se echa en manos de la depresión y continúa como puede. Cuando una sociedad traspasa el umbral en el número de inmigrantes, sobrepasa lo que se llama ‘el punto de no-retorno’. Ya está perdida.
Sorprendentemente, a nadie se le ocurre la idea de que el multiculturalismo ha de imponerse en los países africanos de la negritud, ni en los países arabo-islámicos, ni en los países asiáticos, como Japón, Corea, Vietnam o China, por ejemplo. Todos los citados son países que se caracterizan por ser sociedades homogéneas cultural, religiosa, étnica y racialmente. Entonces, ¿por qué las sociedades europeas han de ser multiculturales? ¿Por qué las sociedades europeas son tan “imperfectas” que hay que favorecer la implantación masiva de otras culturas para subsanar ese “defecto”? ¿Por qué se ve con simpatía cuando grupos étnicos como los indios, negros, judíos, asiáticos, árabes, defienden su identidad y, sin embargo, se ve con animadversión  cuando los europeos defienden la suya? Y a esa defensa la llaman racismo. Pura hipocresía.
¿A quién beneficia todo ello? ¿Qué se esconde detrás de la defensa a ultranza del multiculturalismo? ¿Qué se pretende con ello? ¿Por qué? ¿A quién ha beneficiado, y beneficia, esta ingeniería social? Al ciudadano anónimo y de a pie por supuesto que no. ¿Entonces? Pues, entonces, habrá que echar un vistazo a otro sitio para encontrar a los que se han beneficiado de esta sustitución étnica. Así: 1º.- El sistema democrático capitalista salvaje que ha auspiciado esta inmigración masiva para aumentar su cuenta corriente mediante la mano de obra inmigrante barata; 2º.- Sindicatos, que al quedarse sin el apoyo del  trabajador autóctono, prometen a los inmigrantes gestionar sus papeles si les conceden votos; 3º.- ONGs, cuantos más inmigrantes tutelen, amparen o custodien, más dinero les caerá en la buchaca; 4º.- Elementos muy significativos de la Iglesia católica, puesto que al ir quedándose sin fieles con los que desempeñar su labor de apostolado, han acogido a los inmigrantes (cristianos o no) valiéndose de las parroquias, de Cáritas y de la labor misionera y ecuménica de la iglesia; 5º.- Partidos políticos, que han visto en los inmigrantes un nicho de futuros votantes y para ello les deben conceder la residencia y después la nacionalidad (ambas se conceden sin ningún escrúpulo); 6º.- Masonería, que como sociedad hermética y pseudosecreta, conspira para llevar el agua a su molino desestructurando de algún modo el tejido social europeo, y 7º.- El sionismo, tal vez le interesa trasladar el punto de mira desde Israel a Europa, apoyando, de alguna manera, el asentamiento de inmigrantes, sobre todo, conflictivos en la vieja Europa para crear una masa mestiza, y que nos entretengamos en apagar nuestros incendios sociales domésticos, mientras allá en Israel sus tejemanejes se difuminan y no alcanzan demasiado relieve internacional. Échele, si no, un vistazo al llamado “Plan Kalergi” o a “Adiós, Europa” de Gerd Honsik.
Lo que sí es cierto es que ese elemento extraño está haciendo su labor ya sea sorda o sonora para laminar el tejido social y suplantarlo con foráneos, que andando el tiempo, constituirán otra Europa, que no tendrá nada que ver con la que conocemos en la actualidad. Llegados a este punto, ¿seguirá sentado ahí, amable lector, mirando por la ventana?

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