Resulta curioso como, cuando las cosas se ponen feas de verdad, tendemos a encubrirlo todo bajo el vocablo “acontecimiento”, como si una suerte de velo protector impidiese que la cruda la realidad se materializase con toda brutalidad. El caso es que los “acontecimientos” de corrupción y confusión política nos están sumiendo en una desconfianza en la Política tan absoluta que, junto a las cotidianas y sangrientas situaciones provocadas por la crisis, han terminado por traducirse en unos fríos datos que el CIS ha hecho públicos.
Aunque seguramente “cocinadas” de forma previa, las cifras vomitan, no obstante, un panorama desolador del pensamiento ciudadano con respecto a los padres de la patria. Producto de las actuaciones de los Bárcenas, ERE fraudulentos, Duran y Lleida (actuales, pasados, además de los que son sospechosos de serlo pero no se puede demostrar) y de quienes los autorizaron, alentaron, encubrieron y de ellos cobraron mientras todo se hacía en la permitida opacidad, el rechazo a todo lo político ya es mucho más que un asunto de artículos de opinión o de controversias en tertulias. Existe un auténtico y contundente rechazo al sistema de partitocracia y a todo aquello que huela a representación parlamentaria. Ganada a pulso, y sin aparente posibilidad de enmienda, la fama de la casta política ha pasado de desarmar ideológicamente a la sociedad civil a provocar un verdadero abismo insalvable entre elegidos (no todos son iguales, esa también es una gran verdad) y electores.
Paradójicamente, esa repulsa hacia la basura que conforma la corrupción política, en unos tiempos en que miles de familias no tienen literalmente nada para comer, no se transforma en un movimiento de protesta cargado de conciencia, además de razón, capaz de ofrecer una alternativa sólida para un verdadero cambio. Por el contrario, debido al desarme antes aludido y a la mil veces mencionada “Doctrina del Shock” que basa su estrategia en el miedo, se están dando todas las condiciones para la aparición de un sistema totalitario que se autoerigirá en la única posibilidad de reconducir tan caótica situación.
Así, frente a un PP con las peores expectativas de voto en años, y violentamente sacudido por los escándalos relacionados con enriquecimientos ilícitos (por cierto, ¿algún enriquecimiento puede ser limpio y, por ende, lícito?) tan sólo se encuentra un PSOE de cuyos argumentos políticos desapareció lo que antaño fue un amable andamiaje de maquillaje y que ya dejó de ilusionar a propios y extraños.
Este marasmo de repulsa, junto a la existencia de seis millones de parados, está creando un verdadero vacío entre los Chicos de los Recados y quienes les pagamos. Todo se resume en tres palabras: Nadie les cree. Así de duro, así de simple.
En este contexto, no va a ser muy complicado que cualquier día aparezca la figura del “líder indiscutible de la regeneración política y social”, una suerte de broche final a todo un elaborado plan fabricado, pieza a pieza, para recortarnos derechos y libertades. Lo más lamentable de todo esto, y no nos cansaremos de repetirlo, es que el llamamiento a la llegada de este tipo de personaje siempre acaba procediendo de los que hoy engrosan las millonarias cifras de desempleados.
Evidentemente, y llegado el momento, no faltarán quienes, desde sus altares mediáticos, alaben babosamente la figura de la nueva estrella, cual dictador romano que, en su origen aparecía para amalgamar el poder y salvar al país del caos y de la destrucción ante el ataque de los bárbaros para, una vez terminada la tarea encomendada, volver a sus labores… salvo que aquí, cuando llegue, será para quedarse.
Y después, o mejor dicho a la par, terminarán de suprimirse los derechos de asociación, de reunión y de opinión. Entonces, y sólo entonces, todos lo que solemos navegar a barlovento tendremos un único punto de reunión… Como en el 11 de septiembre chileno, los estadios de fútbol se llenarán de “peligrosos delincuentes sociales a los que habrá que eliminar por la supervivencia del sistema y para que las personas de bien no tengan nada que temer”. Otro clásico de las dictaduras.
En Chile, la condena a muerte de la Democracia la dictó el propio asesinado presidente Allende cuando nacionalizó las minas de cobre, dejando sin multimillonarios ingresos a empresas como la ITT estadounidense. La CIA y Pinochet hicieron el resto, baños de sangre incluidos.
Aquí, de seguir por el sendero por el que vamos caminando, ni siquiera hará falta un golpe tan letal a las grandes corporaciones como el que procuró el Gobierno Allende; la crisis creada Al Sur del Edén por las mismas multinacionales para seguir ganando más y más, provocará el definitivo estallido totalitario si no reaccionamos a tiempo.
Mi mañica preferida sabiamente apunta a Grecia como el laboratorio de ensayo de todo este maquiavélico entramado.
¿Es que a nadie le da que pensar el hecho de que las nubes de cruces gamadas pueblen por millares las manifestaciones en medio de Atenas? ¿Es que somos tan tontos que pensamos que ese fenómeno se quedará aislado en la que, paradójicamente, fue la cuna de Democracia? Si es así, si estamos convencidos de que somos inmunes al germen fascista y que sólo es cosa de los vecinos entonces, efectivamente –asegura mi mañica- esto no tiene solución.
¿Agoreros del apocalipsis? Ojalá así sea y no tengamos que vernos, un suave día de septiembre, en las gradas de un Estadio Alfonso Murube cualquiera para ver cómo acaban cortadas las manos del Víctor Jara de turno. Como siempre, y no me cansaré de repetirlo, de usted depende… hoy más que nunca.
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