El 25-03-1954, hace ya casi 60 años, se hundió el dragaminas de la Marina de Guerra Española, “Guadalete”, a 19 millas al Este de Ceuta y 30 al Sur de Marbella. Este naufragio se saldó con 44 supervivientes y la pérdida de 34 vidas humanas, de las que sólo aparecieron 11 fallecidos y los 23 restantes figuran desaparecidos. Tan luctuoso suceso, fue entonces muy poco conocido por la opinión pública debido a que fue silenciado por la propaganda oficial, pues si bien apareció una escueta nota en la página 37 del periódico ABC del día 28 de marzo sobre el grave accidente, el mismo apenas trascendió a la opinión pública y todavía hoy se cree que es ignorado por gran parte de la población. Pero, tanto por el elevado número de hombres que dieron su vida por España, como por las dramáticas circunstancias en que tuvo lugar, más el hecho de que dicho buque de guerra y marinos estuvieran dedicados a la vigilancia de las costas africanas desde Ceuta a Melilla y se hicieran a la mar precisamente desde Ceuta, y porque la mar es el sudario más noble para un marinero valiente, lo mismo que el olvido su más triste epitafio, por todo ello, creo que es un deber moral traer hoy aquí a colación tan triste suceso, siquiera sea en señal de recuerdo y gratitud hacia aquellos españoles que dieron su vida por la Patria, ese atrayente nombre por el que ellos y tantos cientos de miles de españoles murieron, pese a que hoy tan en desuso y tan denostada esté esa vieja y sugestiva expresión de amor y sentimientos patrios.
El dragaminas Guadalete fue construido en 1942 en El Ferrol. Desplazaba 615 Tn, medía 61,9 m. de eslora, 8, 50 de manga, 2,2 de calado, y sus máquinas desarrollaban una potencia de 2.400 caballos, 16,5 nudos de velocidad, con una autonomía de 3.000 millas a 10 nudos. Estaba provisto de un cañón antiaéreo de 105 mm, una ametralladora de 37 mm y otras dos de 20 mm. Tenía una dotación de 78 hombres. El día 24-03-1954 se hizo a la mar, partiendo del puerto de Ceuta, cuyas costas vigilaba, sobre las 22,00 hrs, con fuerte temporal de levante que hacía aconsejable no zarpar, dado que se trataba de un servicio de vigilancia rutinaria, no urgente. Sin embargo, el acendrado espíritu de servicio y el fiel cumplimiento del deber, ambos ínsitos en todo buen militar, llevó a su Comandante, José Mª González Aldama, a hacerse a la mar. Pero como el temporal arreciara con una virulenta fuerza, dicho comandante reunió a sus oficiales en el puente de mando para debatir sobre la conveniencia de continuar rumbo a Melilla o regresar al puerto de Ceuta. Ante el pésimo estado de la mar, lluvia, y escasa visibilidad, acordaron regresar; pero dado que el carbón que movía las máquinas era de muy mala calidad (se atravesaba entonces la crisis económica de la postguerra, parecida a la actual, que también impuso durísimos recortes al Ejército) y también porque llegó a mojarse por el azote al barco de grandes olas, pues el carbón ardía poco y mal y las máquinas no tiraban, por lo que el buque fue perdiendo maniobrabilidad hasta quedar sin gobierno y a merced del fuerte oleaje. Se mantuvieron durante toda la noche, mañana y tarde del día siguiente navegando como pudieron, tratando de protegerse del temporal, hasta que ya el buque se fue escorando con inminente peligro de hundimiento y se ordenó abandonarlo.
De este grave accidente, llaman la atención los hechos siguientes: 1º. Que a bordo del dragaminas no hubiera suficientes salvavidas, fruto de la crisis y de los drásticos recortes que siempre se aplican con mayor rigor al Ejército, por aquello de que los que gobiernan ni tienen que embarcarse, ni subirse a los aviones, ni que enfrentarse a la escasez de medios en situaciones de peligro. Por algo será que el historiador británico Thomas Macaulay dejó escrito: “Aquel que desee familiarizarse con la anatomía morbosa de los gobiernos, aquel que desee conocer hasta qué punto se puede debilitar y arruinar a un gran Estado, debe estudiar la historia de España”. 2º. Que, cuando estos valientes marinos luchaban desesperadamente contra las gigantescas olas, apareciera en sus proximidades una corbeta – se cree podía pertenecer a la Royal Navy británica con base en Gibraltar - que, lejos de acudir a las continuas llamadas de socorro, dio media vuelta y desapareció, pero que, de haber prestado auxilio, no hubiera habido tantas víctimas. Sobre los culpables de tal abandono por esa corbeta, que algunos aun pueden vivir, es posible que todavía pese el tremendo remordimiento en su conciencia de no haber hecho nada por salvar vidas, habiendo faltado así a la primera y principal obligación que en la mar tiene todo marino militar o civil, que es prestar socorro a quienes estén en peligro. En cambio, hay que resaltar que fuera el mercante italiano “Podestá” el que acudiera en auxilio, salvando hasta a 44 españoles que desembarcó en Gibraltar, luego llevados en el “Punta Europa” al de Algeciras y después a San Fernando, donde los primeros 7 fallecidos recibieron cristiana sepultura. 3º. Que las autoridades españolas silenciaran tan grave accidente despachando tarde el asunto y con una escueta nota informando del suceso, sin apenas darle importancia. 4º. Que el destructor español “Ciscar” tardara tanto en salir de Cádiz a socorrer a los náufragos, aunque luego recogió a once fallecidos.
Durante el naufragio, toda la dotación dio muestras de gran valor y espíritu de solidaridad y compañerismo, viviéndose escenas dramáticas. Como no había salvavidas para todos, el Comandante, oficiales y suboficiales cedieron los suyos a sus subordinados y atendieron a socorrer a los que estaban en mayor peligro. Cuando ya sabían que el buque se perdía, los reunió a todos haciéndoselo saber, ordenando cantar juntos una salve marinera, y se conjuraron para que los que se salvaran visitaran a los familiares de los que fallecieran. Según el informe oficial del Comandante, el contramaestre, Mariano García Romeral, se comportó como un auténtico héroe, luchando a vida o muerte contra las imponentes olas tratando de recoger a los que estaban en mayor peligro y logrando salvar a varios que salvó tyrasladándolos al buque “Podestá”, hasta caer ya extenuado y falleciendo él en cubierta por agotamiento, prefiriendo morir para salvar a sus compañeros. Y eso es digno del mayor encomio y de tener siempre su gesta en el más sublime de los recuerdos, que es lo que más me ha movido a escribir este artículo. Que él y demás malogrados, descansen en la paz eterna. Los nombres de los fallecidos, que relaciono para que queden impresos hasta la posteridad, como ejemplo de sacrificio y de amor a España, ahora que eso tan poco se lleva, son: Agustín Fernández Sampedro, José García Mata, Jesús Sáez Rodríguez, Manuel Jamardo Carrera, los cabos Tomás Castillo Marín y Manuel Samper Barrimero, más el contramaestre segundo Mariano García Romeral. Uno de los desaparecidos era el capitán de máquinas, Serafín Echevarría Expósito, de 55 años y que no sabía nadar. En el mes de mayo siguiente fueron encontrados en la mar otros cinco cadáveres, siendo identificados sólo cuatro, enterrados en el cementerio de Santa Catalina de Ceuta. Tanto de estos últimos como de los desaparecidos, me gustaría poder relacionar todos sus nombres, pero no los he localizado. Pero sí he podido hacerme con la relación de los supervivientes, que algunos todavía viven, aunque ya muy mayores. Fueron: El Comandante, antes reseñado; Alféreces de Navío: Alonso Moreno Aznar (hijo del almirante Moreno que fue Ministro de Marina) y Pedro Miranda Cuesta; suboficiales: José Otero Lebrero, Ángel Dueñas Gutiérrez, que se retiró de capitán (casado con la ceutí Matilde Jiménez Segura), Pedro Muñoz García, Francisco José Sierra, Manuel Martínez Lacenta y Manuel García Moreno; clases de tropa: José Recio Cabrera, Florentino Félix Jurado López, Jaime Beltrán Valladares, Martín Vivancos Aledo, Antonio Romero Pelegrín, Manuel Castillo Muñoz, Juan Antonio Aguilar Largo, Eugenio Prieto Fernández, Pedro Calviño Rodríguez, Ángel Echevarría Laca, José Aniceto Echevarría Ugarte, Manuel Arestín Vidal, José Luis Chávez Ruíz, Ildefonso García Ortiz, Serafín Montes Antequera, José Montes Moreno, Eduardo Romero Paz, José Vegas Vea, José Altamirano Romero, Joaquín Álvarez Moreno, Higinio Buenega Patiño, Francisco García González, Enrique Herrero Rodríguez, Roberto María Ortiz, Antonio Martín Cañamaque, Justo Montesino Ruíz, Vicente Moreira Valladares, José Rodríguez Fariña, Francisco Morilla Aranda, Carlos Jiménez Sánchez, Ricardo Corrales Sarmiento, Juan Duarte Pérez, Miguel Fernández Blanco y Jorge Vázquez López.
Con razón el pintor valenciano Joaquín Sorolla, en un cuadro que pintó en 1894 sobre un marinero ahogado, puso el siguiente epitafio: “¿Y dicen que el pescado es caro…?”.
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