Corría el turbulento año 1938. Un dibujante luxemburgués publicó la caricatura de un tal Adolf, Hitler de apellido, en el que lo reflejaba como lo que era.
El gobierno nazi, a través de su embajada, presentó una querella basada en lo que hoy se llamaría “atentado contra el honor”. Nada más conocerse la noticia, la movilización fue general. Se recogieron firmas, hubo manifestaciones y la presión llegó a ser tan importante que los nazis retiraron la querella, aunque bien es sabido que, meses más tarde, fueron sus carros de combate, enarbolando una siniestra cruz gamada, los que impusieron su sangrienta ley a toda Europa. En España ya lo estaban haciendo mediante la Legión Cóndor, por cierto.
Hoy, 78 años después, la historia se repite. El mismo país vuelve a querellarse contra un cómico: Jan Böhmermann; si bien en esta ocasión, el querellado es de nacionalidad alemana y el ofendido tiene pasaporte turco.
Resulta que el osado cómico se ha atrevido a criticar, en la televisión y en directo, al Excelentísimo presidente turco Recep Tayyip, Erdogan de apellido.
Todo fue mediante armas de destrucción masiva a base de palabras, de dobles sentidos y hasta de sarcasmos quizás pasados de frenada, aunque, eso sí, sin posibilidad de comparación con las atrocidades que comete el “muy democrático” (permítanme unas tristes gotas de ácido humor) presidente turco, ultrajado en su honor.
Así, Jan Böhmermann, presentador de un programa de humor semanal del canal alemán ZDF, recitó un texto en el que se aludía directamente a la represión del gobierno turco contra las minorías, especialmente contra kurdos y cristianos.
El, insisto de nuevo, “muy democrático” dignatario Recep Tayyip Erdogan, montó todo un circo mediático por la intervención de marras, exigiendo a la cancillería teutona una acción contundente.
Tras el “erdoganazo”, la presidenta que vino de la “divertida” (más humor ácido) ex Alemania del Este comunista, Doña Angela, Merckel de apellido, no reparó en abogados del estado (o como se llamen allí) y ha dejado caer todo el peso de la justicia alemana contra el cómico presentador de la ZDF, bajo expresa demanda del presidente turco. La “broma” puede llegar a costarle hasta 3 años de cárcel al humorista. Tal cual.
Además, y por si quedaban dudas, el sultán Erdogan también se querelló a título personal contra Böhmermann para dejar claro quién tiene la sartén por el mango en Europa de cara a la particular solución final adoptada para con los refugiados sirios, libios y afganos, entre otros.
Dicho sea de paso, este presidente que tanto se ofende encarcela por decenas a los periodistas que critican su gestión, imponiéndoles abultadas penas de cárcel y cerrando medios de comunicación, todo esto ante el silencio de una UE que prefiere mirar hacia la deuda griega.
Como aseguraba hace muy poco el periodista francés Gérard Biard, “a este paso en Turquía habrá más periodistas en prisión que en las redacciones”. Razón no le falta.
En cuanto al caso del cómico de la televisión alemana, obviamente se evidencia que el servilismo mostrado por la nueva dama de hierro (¿o debería decir dama de la Cruz de Hierro?) es consecuencia directa de que Erdogan asuma el rol de gendarme de aquel lado de Europa, sin que para ello importe que el presidente turco esté relacionado en mil y un chanchullos petrolíferos con los salvajes de Daesh y sea el asesino de miles de personas.
De la misma forma, también pesa -y brutalmente- el hecho de que, gracias a nuestros miles de millones de euros, el presidente turco se haya convertido de facto en el Reich Führer de lo que amenaza con ser el mayor campo de concentración para refugiados del mundo.
Al margen de este eructo diplomático de Erdogan, digno de un gañán ofendido por la calidad de su ganado (pero no por ello carente de muchísima importancia), debemos ser extremadamente vigilantes. Si la caricatura, o el humor, empiezan a ser considerados casus belli desde el punto de vista de los Estados, es que estamos teniendo un serio problema de Libertad de Expresión. Dicho de otra forma: va camino de desaparecer.
Por esa regla de tres compuesta, habría que haber prohibido la película “El gran dictador” de Chaplin, que osó ridiculizar a Hitler y a Mussolini, o habría que haber quemado “El nombre de la Rosa” de Umberto Eco por su feroz crítica a la Iglesia. Siguiendo esa lógica, también debería haberse encarcelado al director Stankey Kubrick tras la realización de su película de culto “Alerta Roja, volamos hacia Moscú” donde se mofaba de una locura llamada Guerra Fría. Asimismo, las mazmorras hubiesen sido el seguro destino de los conocidísimos Monty Python por su “Vida de Brian”, donde se reían a mandíbula batiente de lo que dicen que dice la Biblia sobre la vida de Jesús, presentando a un ingenuo Cristo paralelo.
Lo que todas deberíamos tener claro es que cuando se quiere meter al humor entre rejas es porque, precisamente, el humor es el único capaz de cambiar el curso de las cosas. Si no fuese así, ¿por qué le temen tanto a ese humor los poderosos de cualquier color, bando o ideología?
Claro que si acaban prohibiendo toda clase de risa inteligente contra el poder, siempre nos quedarán las promesas electorales, a cual más burda y grotesca. Si no fuese porque son un verdadero insulto la inteligencia, los textos de las mismas serían para desternillarse, y si bien nadie las persigue en los juzgados, sólida materia hay para ello… y a las nada cómicas evidencias me remito.
(Como dato añadido, señalar que el presidente turco, en los últimos 18 meses, ya ha demandado en su país a 1800 personas –sobre todo periodistas- por insultos o chistes sobre él; y la cifra sigue aumentado).
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