Opinión

Homenaje

Atraed la justicia sobre mí! ¿Acaso no veis que estoy sediento? ¿Por qué extraña razón cerramos los ojos?”, parecía decir el pueblo español. Y Cervantes, erigido en talento de las Españas, concibió su Quijote.
Cervantes supo dibujar la línea del horizonte, dotarla de edad, pero sobre todo supo encontrar un manantial de imágenes en el universo escaso de la creación; una senda. En el claroscuro de su celda, su alma se batió en duelo con los temores que asolan el porvenir de los pueblos, y voto a bríos que nunca se vio victoria más trabada.
Es condición primera: todas las luces convergen en el infinito; tanto más la luz de la justicia. Es éste un valor que no se aprende en la falsa hegemonía que te dan las guerras, sino en la castidad del lenguaje; alfa y omega de toda patria que lucha por existir.
¡Oh, Cervantes! ¡Recaudador de voluntades! Si vieras las paridas que habitan en tu lugar, acaso te exiliaras en lo más profundo de la ínsula castellana y clamaras por su honor.
Tierra cenagosa el espacio de las dudas, por eso agradezco tanto tu alud de certezas, que han acompañado mi crecimiento, acaso desmerecido. Su armadura eran sus ideales.
“Es mejor hacer las cosas con cautela”. También de Sancho aprendí; esa luz que llega a deshora pero llega, con la precisión de un cronómetro.
En estas fechas se hacen fiestas de tu genio y te visten de santo, pues qué es el español más que tu legado. Ahora se malgastan las palabras en esas tablillas que son las redes sociales, y se olvida la audacia como forma de gobierno y de denuncia.
Y sobre todo, la sabiduría que ocurre en los márgenes del camino, la penitencia de los que fallaron en el amor. Ahora veo el agotamiento de las causas más banales, como si un nuevo resurgir estuviera llamando a las puertas, que más tarde se abrirán.
Durante muchos años he estado averiguando lo que sucede en el plano oculto de los pensamientos, imaginando tu cabeza agachada sobre el papel, la luz zigzagueante de tus velas, la calidad de las tintas al uso, y la pericia en la caligrafía, pues qué mayor conquista que un renglón sin torceduras.
Así como el sol marca la pauta de los días, así tus razones, que son pura química, impregnarán de luz el alma de los humildes.
Quitad los barrotes de su ventana, para que el oro entre en las escuelas y en las políticas, para que amaine la lluvia fina de los sinsabores, y el amanecer del lenguaje español alcance a las conciencias tranquilas.
La firma del escritor anuncia el fin de su cautiverio.

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